Camino a Puerto Príncipe (1)

El sismo del 12 de enero del 2010 constituye para Puerto Príncipe y Haití una de las tantas crisis que afectó su historia. Se supo, poco después, que los muertos sumaban más de 230,000 y que habían 1,5 millones de desplazados. Cuatro años después, quisimos ver el proceso de reconstrucción de la ciudad. De todos es sabido que las grandes catástrofes son la oportunidad para los gobernantes plasmar sus sueños o visiones y ambiciones desmedidas para reconstruir sus ciudades.

Para los planificadores urbanos o territoriales, un sismo es la oportunidad de experimentar, de proponer soluciones que corrigen los vicios y errores de la anterior ciudad casi siempre proponen traslados, proyectan la ciudad en paneles, afiches, carteles, conferencias y someten a debates públicos: la reconstrucción total es casi siempre un enorme negocio inmobiliario y acuden los estudios más sonoros del momento, arquitectos, diseñadores convergen del mundo entero con sus carpetas repletas de sorpresas. En el caso de Puerto Príncipe, su traslado y reconstrucción en otro lugar no era una opción descabellada, porque el lugar fundacional escogido por los franceses en 1749 fue un fatídico error.

Estos no podían conocer la falla que atraviesa ese lugar, pero s debían haber oído de un sismo anterior en 1701. No obstante, fundaron ese puerto en un terreno a nivel del mar, cenagoso, un lugar insalubre sin dudas algunas, para exportar hacia Francia la caña de azúcar, el añil y la caoba que producían en esa llanura (Cul del Sac) en inmensas plantaciones, iniciando así el proceso de deforestación y deformación de sus paisajes. Para averiguar eso, viajamos en guagua, en un largo recorrido por las tierras del Sur hacia Jimaní. Los pueblos son escasos, rodeados de cañaverales y platanales, un sol aplastante, muchos niños caminando por sus carreteras.

Por fin, se divisan los dos lagos, el Enriquillo y el Azuei, desbordados desde casi una década, incontenibles, enigmáticos y desafiantes para los científicos y fantasmagóricos para los otros, que divagan y especulan. Jimaní está ahí, una ciudad donde conviven gente, camiones, calor, sudores, ruido, polvo y humareda, enormes patanas en fila, portadoras de varillas largas, enrolladas, cemento y comida, tap-tap repletas, y miles de motocicletas alocadas, en fila frente a las Aduanas, es un vaivén continuo. Pero la otra realidad ahí está: cientos de sacos de carbón, esperando la yola que los llevará a la otra orilla. Haití los compra; Dominicana los vende. Así de sencillo en la frontera.

Amparo Chantada

Agregar comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.