ANGELA ROSSO
Los relojes blandos de Salvador Dalí 1931, la obra mundialmente famosa conocida como “La persistencia de la memoria”, y posiblemente con la que más se identificó el artista catalán, para muchos de nosotros describe la propia incertidumbre, la ansiedad y la esperanza, en medio de esta locura generalizada fuera de control.
Quienes conocen la obra, es posible que también sepan cual fue el origen de su creación.
Reflexionar sobre las circunstancias actuales de pandemia mundial, inseguridad en los mercados internacionales, crisis internas de todo tipo, estimulada mayormente por la idiosincrasia propia de nuestra cultura individualista y conformista.
Son tantos componentes que rodean estos acontecimientos en los que cada variante busca su forma en el egoísmo y la miopía personal al pensar que el bienestar de nuestra cómoda aldea, es el del mundo entero.
Es como un delirio permanente a causa de alguna enfermedad que produce fiebres y dolores, tan intensos que nos hacen ver desde otro ángulo de la vida, la propia existencia miserable en un cerco de cosas, que no son más que el miedo a salir de la propia redundancia.
Para quienes aprecian las artes plásticas, en particular el surrealismo, entiendo que para ellos la fama que obtuvo la obra no obedeció simplemente a la inspiración en la formación superblanda del queso Camenbert que saboreó Salvador Dalí aquella tarde solo en su casa.
Creo que se debió a la interpretación que sigue teniendo la obra en los cientos de eventualidades que han dejado en el mundo una huella, positiva ó negativa. Un antes y un después. Un tiempo que va muy rápido, en el que se desvanece la vida misma, su entusiasmo y su esperanza.
Sucede que ya dudamos sobre sí la a hora siguientes estaremos sanos ó contagiados, sí perderemos a quienes más amamos, sí tendremos el empleo, la pequeña empresa, en fin tantas coas por las que se da hasta la vida. Es una excitación permanente, llena de dudas, angustia, rabia y dolor.
En medio de esta confusión toda racionalidad debe por obligación apuntar al bienestar común, a las prioridades colectivas a intentar quizás esperar juntos que las circunstancias mejoren ó empeoren, pero por lo menos los que seguimos vivos necesitamos que este universo de cosas sea habitable.
Es por ello qué todo asunto, a nuestro modo básico de entender, que represente alguna amenaza a este hábitat masacrado por el egoísmo, deba ser desechado, no digo eliminado porque en este mundo todas las cosas, buenas y malas tienen una razón de ser, desempeñan alguna función, tal vez la más importante es la de recordarnos todos los días que debemos ser mejores personas, para no caer y no ser eso que tanto detestamos en los otros.
Se nace en un país del cual se he toda la vida aunque las circunstancias nos conviertan en extranjero del algún lugar en el mundo, y pese a estar conscientes de que los dominicanos hemos heredado una democracia incompleta y endeudada con su propia razón de ser, sabemos de la responsabilidad que pesa sobre cada uno, y a la cual no podemos evadir por ningún motivo.
Mañana se celebrarán las elecciones presidenciales y legislativas en medio de un escenario sórdido, en el que el tiempo se deshace como la nieve en el sol, llevándose tantas cosas importantes y valiosas que jamás le podrán ser restituidas al país, y necesitamos una mejor atmosfera política, ó al menos una diferentes a la que se nos ha acostumbrado, en la cual el pasar inminentes del tiempo pueda ser menos incierto.
¡Que viva el único país que le pertenece a todos los dominicanos!
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