Nunca me olvido, de aquel que me ayudó alguna vez en la vida

Por José Manuel Vargas González (Vargazo)

Puedo olvidar una fecha. Puedo olvidar un nombre. Puedo olvidar una clave. Pero nunca, por nada del mundo, me olvido de quien me ayudo alguna vez en la vida.

Aníbal Medrano Aguiar es el nombre y apellido del señor que aparece en la foto de portada que acompaña este relato.

El, que falleciere en el 1995, es decir hacen 29 años. Y quien estuvo casado con la señora, Nicolasa Silverio (más conocida como Emma). Y, además, es el padre del comunicador social, Licenciado Luis Aníbal Medrano Silverio, así también, de Rosa Virginia Medrano Silverio, Franklin Antonio Medrano Silverio, Dinaida Antonia Medrano Silverio, José Aníbal Medrano Silverio, y, Gladys Ernestina Medrano Silverio.

Él, y junto con su esposa e hijos. Vivieron, por muchos años, en la conocida Lavandería La Francia, la cual, hasta el año 1990, estuvo localizada en la Avenida Teniente Amado García Guerrero (hasta diciembre de 1961, se llamaba Braulio Álvarez. Hoy día, 27 de febrero), próximo a la calle Juan de Morfa, del sector de Villa Consuelo. Y cuyo original dueño era su hermano, Luis Medrano Aguiar, un empresario gasolinero.

Allí, y también. Residían los esposos Luis Medrano Aguiar y doña Luisa, con sus hijos Francia y Luisito. Yo, para ese entonces, y junto con mi madre, mi tía-madre, y cuatro de mis hermanos. Residíamos en la vivienda marcada con el número 2-A, de la calle Luis Manuel -Tuntí – Cáceres, frente al Parque Rosa Duarte, y próximo a la Avenida Teniente Amado García Guerrero, en el sector de Villa Consuelo.

Ahora bien. De seguro te estarás preguntando, amigo lector, ¿por qué he traído a colación, a ese señor que aparece en la foto de portada?  ¿Por qué he querido escribir como publicar, el presente relato?

En primer lugar. Lo estoy haciendo, porque si aun estoy con vida, fuere gracias a la pronta como oportuna intervención de él, en cierta ocasión.

Reitero: De no haberse producido esa, -reitero, pronta como oportuna intervención de él – me hubiere dado muerte, uno, de los dos (2) guardia del Ejército Nacional que me apuntaban con los fusiles que portaban.

En segundo lugar. Lo he hecho, además, porque deseo aprovechar que aun con vida, están su viuda, y sus hijos. Por cierto, el primero de ellos, Luis Aníbal, y teniendo los nueve (9) años de edad, fuere testigo presencial, vivo, de lo que narro a seguido.

Esa ocasión, fuere el hecho que aconteció el día miércoles 23 de abril de 1969, en hora de la mañana, y en la misma principal puerta de entrada de la antes citada Lavandería.

Esa mañana, las populosas barriadas capitalinas de Villa Consuelo y San Carlos, amanecieron bajo el redoblamiento del patrullaje policiaco-militar fuertemente armados. Era la víspera, de la fecha conmemorativa del inicio de la guerra patria, aquel sábado 24 de abril de 1965 el 24 de abril de 1965.

Yo, a las 8: 15 de la mañana, salí de mi casa, y para dirigirme hacia donde Ramón -Cuchito- Pina Pierret, que vivía en la casa número 52-Alto, de la calle Juan de Morfa, próximo a la misma Avenida Teniente Amado García Guerrero, de Villa Consuelo .

Cuando llegué a la intersección de la Teniente Amado García Guerrero con calle Juan de Morfa, doble a mano derecha. Camine un poco. E, inmediatamente observé que, por esta última, y en dirección hacia la Amado García, a alta velocidad se desplazaba un Jeep del Ejercito Nacional transportando militares que tenían levantado hacia arriba sus fusiles.

Ante tal observación, entonces opté por devolverme. Aceleré el paso. Y, penetré a la Lavandería La Francia. Al verme entrar a dicho negocio, su administrados, el señor Aníbal Medrano, me preguntó «¿qué pasa José?».

«Un jeep con guardias viene ahí, a todo dar», le respondí. «Toma esa plancha, y simula», me contestó. Me dirigí a dicha plancha. La tome en mis manos. E, inmediatamente, procedí a bajar y subir la misma.

En ese mismo instante, llegaron dos (2) de esos guardias, a la lavandería. «Sal, para no dispararte», me dijo uno de ellos. mientras me apuntaban, con sus fusiles. Entonces, decidí salir. Y, permanecían apuntándome.

El señor Aníbal Medrano, que observaba la acción, y al momento de ver que uno, de los que me apuntaban, estaba apretando el gatillo hacia atrás. Entonces, a viva voz, le grita «Cuidado, que vas hacer. Vas a matar ese joven».

Ese grito provocó la intervención de un tercer guardia, que llegaba al lugar. Y el cual, con su fusil, chocó el fusil del que me apuntaba apretando el gatillo. Y, al instante, se disparó el fusil, cayendo el tiro en una pared. El grito de don Aníbal, evitó que me matara

Concomitante con lo que acaecía en la Lavandería La Francia, estaba aconteciendo otro hecho paralelo: Otro, de los seis (6) militares que se movilizaban en el jeep, penetró a la vivienda de «Doña Queta», buscando llevarse preso a su hijo, Freddy Diaz.

Ella, se interpuso ante el guardia, para que no apresare a su hijo. La empujó. Y, entonces, se puso mala de salud. Siendo auxiliada por vecinos que corrieron hacia la casa. Esa acción de ella, evito que se lo llevaren preso. Yo fui conducido preso, al destacamento de la Policía Nacional que estaba situado en la calle Luis Manuel -«Tunti»- Cáceres, esquina con la calle- Bartolomé Colón. En donde estuve encerrados por unas nueve (9) horas. Me despacharon a las 7:00 de la noche.

A dicho destacamento, y gestionando mi puesta en libertad. Acudieron tanto mi padre así como el empresario de la radiodifusión, Pepe Justiniano, quien había sido dueño de Radio Continental, y era muy allegado a la familia de William Benzan. Además, me conocía muy bien, pues dicha emisora estaba situada cerca de donde yo residía. Había acudido a dicho destacamento policial, accediendo a una petición que le hiciere la hermana de William, la cual tenia un Salón de Belleza, en la calle Juan de Morfa, próximo a la – también, calle – Pimentel, en San Carlos. Don Pepé Justiniano falleció en el 2003.

Mi padre, también, movió algunas teclas de amigos de él. Y al presentarse a dicho destacamento, se encontró con Pepé Justiniano. A quien le diere las gracias, por ese gesto de solidaridad conmigo. Reitero: A las siete (7) de la noche, me entregaron a mi padre y don Pepé.

Amigo lector, de seguro, estarás preguntándote, ¿el por qué no llegué a la casa de Cuchito Pina, cuando lo pude haber hecho. Y, en cambio, sí, opté por devolverme?

Y mi respuesta es la siguiente: En ese momento, cuando percibí la presencia de esos militares, estimé que ni era correcto, ni debido, ni prudente, y, ni táctico, el llegar a donde vivía Cuchito. Y conste, reitero, que lo podía hacer.

El Motín

Agregar comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.