Nicole Kidman o la actriz que convirtió su desgracia en su gran oportunidad

La actriz acaba de recibir su cuarta nominación al Oscar por ‘Lion’, otra película que refrenda que su talento y su capacidad estarán siempre fuera de duda.

Pocos recuerdan la primera película de Nicole Kidman. Se llamaba Los bicivoladores, y como su propio título indica, era bastante estúpida. Sin embargo, la actriz se muestra orgullosa de aquella comedia adolescente, por el simple hecho de que le permitió pagar su primer apartamento. Existen pocas mujeres en el mundo sobre las que se haya escrito tanto. Sobre sus personajes, sobre su matrimonio y sobre su cara. Sin embargo, su existencia sigue desprendiendo misterio. Y no es porque ella se comporte como una estrella esquiva. No hay tema que no responda, los escándalos que ha protagonizado le han venido impuestos por otras personas (principalmente, por su exmarido), y no existe ni un sólo compañero de trabajo que se haya quejado de su actitud durante los rodajes. Todo indica que, por asomboso que pueda parecer, Nicole Kidman es una mujer normal y corriente.

Donde algunos perciben distancia o altivez, ella aclara que sufre una insoportable timidez. Su palidez casi traslúcida la alejó de sus amigos cuando era adolescente. «Mis vecinos tenían una piscina, y siempre les escuchaba reírse y jugar» recordó la actriz a Ingrid Sischy en Vanity Fair USA, «no he olvidado esa sensación de exclusión, sentada en mi habitación. Sentía un enorme deseo de ser otra persona. No vivía la vida que quería vivir. Así que intentaba crear imágenes en mi cabeza antes de dormir, para así vivir otra vida en mis sueños». La solución resultó inevitable: al convertirse en actriz, podría ser quien quisiera. Existir a través de otras mujeres. Pero esta decisión tampoco mejoró su vida social: Kidman se pasaba horas ensayando en los pasillos de su escuela de teatro, a oscuras, para así evitar que el contacto con la luz del sol quemase su piel. Cuando en 1990 se instaló en Hollywood, la luz cegadora que no pudo evitar fue la de los focos. Ninguno la apuntaba a ella, pero todos la alumbraban de soslayo.

Durante los nueve años y once meses que duró su matrimonio con Tom Cruise (y este periodo tan exacto tendrá consecuencias), Nicole Kidman pospuso su metamorfosis artística. Ella misma ha definido aquella relación como una crisálida, dentro de la cual no necesitaba nada más. Hollywood asumió que todos sus trabajos se los debía a los contactos de Cruise, pero una vez llegaba al set de rodaje, la actriz no sólo demostraba su solvencia y su profesionalidad, también conquistaba a todos los trabajadores. Cuando descubrió los frapuccinos de mocca del Starbucks, invitó a todo el equipo de Batman Forever a probarlos, obligando a Warner a ser igual de generosa con los técnicos que con los actores. Kidman se estableció como una actriz solvente, aunque mucho más «celebrity» que estrella. Una posición con la que ella estaba resignadamente cómoda. Y entonces llegó la carta del abogado.

Ningún divorcio resulta fácil, pero cuando tu matrimonio forma parte del folclore de la cultura pop, salir viva es una yincana. Hoy por hoy, Kidman dice seguir sin saber qué motivos llevaron a Cruise a interponer la demanda de separación justo a un mes de su décimo aniversario, para evitar tener que pagarle una millonaria manutención según estipula la legislación de California. «Ella sabe por qué» fue la única declaración pública de Tom. La rumorología lleva 16 años intentando rellenar los agujeros del guión: una infidelidad por parte de Nicole (que ella ha negado), un aborto causado por el disgusto ante la separación (que ella sí ha reconocido) y un complot por parte de la iglesia de la Cienciología, que empezaba a mosquearse con los intentos de ella por alejar a Cruise del credo (según explica el documental Going Clear). Pero cuando la propia actriz explica sus sentimientos, todo parece menos siniestro, y más humano: «fue un shock tremendo. Para mí, él era simplemente Tom, pero para todos los demás él es alguien enorme. Siempre fue adorable conmigo. Y le quise. Todavía le quiero», reconocía en 2006.

Y a todos los rumores sobre su divorcio les acompañó una especulación constante sobre sus hijos, Connor e Isabella, adoptados con Cruise, que entonces tenían seis y nueve años. Años después Nicole ha hablado sobre un tema tan delicado de la única manera que ella conoce: con total naturalidad. «Siento un amor enorme por los padres [biológicos] de mis hijos, sean quienes sean. Y si ellos deciden buscarles en algún momento, lo estoy deseando. Porque, aunque resulte muy extraño, siento que [sus padres biológicos] están muy conectados a nosotros, y formamos una enorme y extraña familia, decidan o no buscarlos. Quién sabe».

Irónicamente, el peor momento de su vida personal estuvo acolchado por su cima artística y profesional. Porque hubo un par de años en los que Nicole Kidman fue, sencillamente, la actriz favorita del planeta. Pero lo cierto es que ella ya había rodado Los otros y Moulin Rouge cuando firmó los papeles del divorcio. «Ahora al menos puedo llevar tacones», bromeó en el programa de David Letterman. La sensación de que Tom Cruise la había utilizado se extendió entre la opinión pública, y el mundo entero quería verla triunfar. Las imágenes de Kidman saliendo del despacho de su abogado más feliz que una perdiz siguen iluminando el corazón de cualquiera que las observe. Pero ella tampoco necesitaba nuestra compasión. Encadenó una racha de éxitos comerciales y artísticos que nadie ha conseguido igualar. Aquellos personajes, extremada y radicalmente distintos entre sí, fueron forjando uno a uno a una estrella inmensa. En Moulin Rouge conseguía que el mundo dejase de girar cuando descendía montada en un columpio. En Los otros desplegaba un coraje implacable y una obsesión por cerrar las cortinas que ella conoce perfectamente. En Dogville atravesaba, literalmente, todas las emociones humanas.

Entre los directores, Kidman es famosa por ser capaz de generar el sentimiento que le pidan en cuestión de segundos. Sólo necesita concentrarse. Durante el monólogo en la estación de tren de Las horas, en el que Virginia Woolf reconoce, curiosamente, estar viviendo una vida que no quiere vivir, la actriz contiene las lágrimas con furia, hasta que finalmente sentencia: «si tengo que elegir entre Richmond y la muerte, elijo la muerte». En ese momento, justo coincidiendo con la palabra muerte, deja caer una única lágrima. Sin embargo, lejos de presentarse como una intérprete mecánica, lo que convirtió a Nicole Kidman en la mejor actriz de su generación fue un talento tan sencillo como intangible: siempre aporta alma a cada personaje.

No hay nada que Nicole no pueda hacer. Y lo que es mejor, no hay nada que no esté dispuesta a hacer. Es una actriz sin miedo. Sabe ser sexy (Todo por un sueño), consigue derribar su timidez delante de la cámara (inolvidable su irrupción en Prácticamente magia: «así es, he vuelto, ¡así que agarrad a vuestros maridos, chicas!»), y no tiene ningún tipo de pudor. Hemos visto a Nicole Kidman orinando mientras seguía discutiendo con su marido en la vida real (Eyes Wide Shut), intentando matar a su hija (Stoker), orinando encima de Zac Efron (The Paperboy, una escena que ella asegura no recordar porque la rodó en trance), bañándose con su hijo de diez años porque estaba convencida de que era la reencarnación de su difunto marido (Birth) y hasta en un duelo de bailes ridículos con Jennifer Aniston (Sígueme el rollo). «Si Nicole está a gusto, te lo dará todo» describe Noah Baumbach, director de Margot y la boda, «en una escena en la que su personaje se sube a un árbol y es incapaz de bajar, se respiraba mucha ansiedad en el set de rodaje. La gente sugería que utilizásemos una doble. Pero no sólo [Nicole] se subió al árbol, sino que se pasó el día entero allí arriba». Nicole hace lo que tenga que hacer por sus personajes, aunque eso signifique terminar, como en Moulin Rouge, con una pierna y varias costillas rotas.

La campaña de Chanel nº5 la convirtió en la persona mejor pagada del mundo, al cobrar 4 millones de dólares por cada uno de los tres minutos que duraba el spot. Pero a pesar de que el espectáculo siempre debe continuar, la actriz se sintió más cerca de Satine que nunca durante aquella etapa en la que el mundo estaba a sus pies. Tocar fondo en la vida fue lo que le ayudó a desentrañar personajes visceralmente emocionales. «Estaba huyendo de mi vida en aquel momento» recordó Kidman.  «No era capaz de afrontar la realidad, y como actriz resultó maravilloso perderme en la vida de otras mujeres. De mi divorció salieron una serie de trabajos muy aplaudidos, lo cual fue muy interesante para mí. Aquella etapa culminó con un Oscar, y atravesé una revelación. Allí estaba, sujetando una estatuilla dorada, y jamás he estado más sola en la vida».

Cuando se relajó y empezó a aceptar papeles más, por llamarlo de alguna manera, ligeros, su carrera dio más tumbos de lo que cualquier otra estrella podría haber soportado.Las mujeres perfectas, La brújula dorada, Invasión o Australia generaron pérdidas millonarias. A diferencia de la gran mayoría de actrices, los proyectos convencionales no le sientan bien. Quizá porque aquellos personajes los podría hacer cualquiera, y Nicole Kidman no es cualquiera. Pero ella siempre ha caído de pie, y su reciente nominación al Oscar por Lion se debe a la misma filosofía con la que empezó en Los bicivoladores: hacer lo que le da la gana.

A punto de cumplir 50 años, Nicole Kidman ha sido una estatua de cera en el museo de esposas Hollywood, ha sido la mayor estrella del mundo e incluso ha sido objeto de burlas por parte de galerías de «antes y después». Ella insiste en que nunca se ha operado, y en que su único secreto de belleza es la crema solar pantalla total, de un factor tan alto que probablemente hayan tenido que inventar para ella. «Probé el bótox, por desgracia», reconoce, «pero luego me desenganché y ahora por fin puedo volver a mover la cara». La única cirugía que según ella ha recibido ha sido para corregir su miopía. «Iba por la vida legalmente ciega. No me puedo creer que me pasara tantos años viendo borroso, pero pienso que eso coincidía con cómo me sentía» . Su falta de visión construyó un fuerte alrededor de su timidez patológica: si no veía con claridad a los paparazzi o a los desconocidos que se la quedaban mirando, podía fingir que no existían. «Ahora puedo darme cuenta de que alguien me está observando, así que también soy capaz de devolverles la sonrisa, lo cual me ayuda».

Nicole Kidman vive con su marido (el cantante Keith Urban) en un rancho de Tennessee. Ha dejado de intentar dominar su melena rebelde, y lleva años actuando con pelucas. Evita hablar de la cienciología, de sus supuestos escarceos con Lenny Kravitz, Adrien Brody y Robbie Williams, pero todo lo demás no es ningún secreto. Es su vida, la ha sufrido, la ha disfrutado, y ha vivido para contarla. Y vaya si la va a contar. Nadie sabe qué va a pasar con Nicole Kidman, la mujer, pero sí podemos imaginar el destino de Nicole Kidman, la estrella: nunca va a dejar de brillar. Hace tiempo que se ha ganado estar por encima del sistema de Hollywood. Por encima de los rumores, de la industria, de los focos, de los chistes y de los fotógrafos. Y eso, por muy normal que ella se empeñe en ser, la convierte en algo más que una estrella de cine. Nicole Kidman es una obra de arte.

 

Redacción

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