El ‘Mandela de Puerto Rico’ vuelve a casa

La crónica de El Nuevo Día contenía esta frase en su arranque: “La orden de liberación del último revolucionario boricua de la guerra fría en cárceles estadounidenses se dio esta tarde”.

Este lenguaje propio de otra época aparecía en la edición digital de esta publicación puertorriqueña del pasado 17 de enero.

En una de sus últimas decisiones en la Casa Blanca, el presidente Obama había anunciado el indulto a 64 condenados y la conmutación de la pena a otros 209. Entre estos, Óscar López Rivera, que tras 35 años encerrado, recuperará la libertad el 17 de mayo.

“Tengo la esperanza de que podré salir de la cárcel y que el tiempo que sea que me quede en este mundo dedicarlo a trabajar y luchar para ayudar a resolver el mayor problema que enfrentamos, que es la situación colonial de Puerto Rico”, afirmó en una de sus entrevistas al citado diario. La publicaron el 6 de enero, día en que cumplió los 74.

Los que apoyan a López Rivera le consideran un “prisionero político” o un “activista por la independencia”. Incluso se le califica como “el Nelson Mandela de Puerto Rico”. Otros sencillamente lo ven como un terrorista que todavía cumple una pena que suma un total de 70 años por diversos cargos. El principal, conspiración sediciosa, que en definitiva supone el intento de derrocar el gobierno de Estados Unidos.

En los años setenta, el ruido de las bombas eran moneda corriente en las grandes ciudades estadounidenses. Sólo en 1972, según el FBI, se registraron 1.900 detonaciones. Uno de los grupos más activos fue el FALN o Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Aunque en sus comunicados reivindicaban diversas causas, su lucha principal consistía en la independencia de Puerto Rico.

A esta organización, descrita como “marxista radical”, se le atribuye más de un centenar de bombazos, la mayoría en Nueva York y Chicago, a donde llegó a los 14 años y lugar en el que aún reside parte de su familia. La conciencia política se le encendió mientras servía en la guerra de Vietnam. “Yo tenía que matar a los del Vietcong mientras la policía mataba a mi gente”, declaró.

La mayoría de las acciones del FALN, que empezó su andadura en 1974, buscaban el simbolismo de atacar al capitalismo. Llegaron a causar cinco muertos. El punto culminante se produjo en enero de 1975 al hacer estallar un artefacto en la histórica Fraunces Tavern de Manhattan, a la hora de la comida y sitio habitual de los ejecutivos de Wall Street. Hubo cuatro muertos y 63 heridos.

Los investigadores señalaron a López Rivera como uno de los jefes de la banda. Tras seis años en la clandestinidad, cayó en un control de tráfico. Iba armado.

Nunca le pudieron vincular con los atentados, jamás dieron con una huella suya en uno de esas acciones, ni siquiera en la de la Fraunces Tavern. Sin embargo, el arrepentido Freddy Méndez, al que metieron en un programa de protección y le concedieron una nueva identidad, confesó que López Rivera se encargaba de adiestrar a los reclutados en la fabricación de bombas. Le condenaron a 55 años. Le impusieron otros quince por el intento de evasión de Fort Leavenworth (Kansas). Ahora sigue en la prisión de Terre Haute (Indiana).

López Rivera siempre defiende que “jamas he tenido sangre en mis manos”. La conmutación de su pena ha sido festejada por los sectores progresistas. El senador Bernie Sanders es uno de los abanderados de su liberación.

“Cuando salga, iré a ver a mi familia a Chicago y luego quiero disfrutar de Puerto Rico”, confesó a El Nuevo Día. Los que no le admiran replican que en la isla hallará algo que no ha cambiado desde los años setenta. El porcentaje de los que quieren la independencia es tan pequeño –en torno al 6%– como entonces.

Redacción

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