Alava
MADRID.-Del 5 al 9 de agosto, Juan Echanove se transformará en el general Rafael Leónidas Trujillo en la función ‘La fiesta del chivo’ que se representará en el Teatro Victoria Eugenia de Donostia. Hoy, estrenará en Cuatro ‘De la vida al plato’
Echanove piensa que los últimos meses se ha cambiado el discurso democrático y que las libertades están siendo cuestionadas. Da vida a un peligroso e inquietante personaje, el general Trujillo, en La fiesta del chivo, la obra que Mario Vargas Llosa escribió hace justo 20 años y que se publicó en 2000.
A la vez, ha estrenado esta semana, en Amazon, De la vida al plato, un programa emocional basado en ocho grandes chefs que hoy llega a Cuatro. También preparada la segunda temporada de Desaparecidos, la serie que ha triunfado en la plataforma del gigante de distribución.
No sabe dónde llevará al dictador dominicano tras pasar por la capital guipuzcoana. «Les he dicho que no me digan nada, en estos momentos es mejor vivir al día. Hasta que vaya a Donostia, lo único que sé es que voy a estar una semana de vacaciones en Valencia», asegura el actor.
¿Cómo se siente en la piel de Rafael Leónidas Trujillo? Le aseguro que en las fotos promocionales de La fiesta del chivo da usted miedo.
—Ja, ja, ja€ Al primer pacto que llegué con Saura (Carlos, el director) fue que Trujillo solo vestiría el uniforme en la primera escena. El uniforme le da un aspecto intimidante y peligroso al personaje.
—Y el personaje seguiría siendo peligroso, pero vestido de civil. Cuando llego al teatro y veo esa cara mía de Trujillo, o estoy muy seguro de lo que hago o me podrían pasar cosas malas.
¿Qué cosas malas?
—Creerme al personaje o tenerle miedo. No sé, cualquier cosa que hubiera pasado a partir de la contemplación de esa imagen hubiera sido horrible.
¿No le han dado nunca ganas de abandonar a Trujillo en la primera cuneta a la vista?
—No. Personajes peligrosos de este tipo he hecho unos cuantos. Tengo una actitud hacia ellos, lo considero trabajo. Ahora, si me preguntas lo que me gusta del día en el que interpreto a Trujillo, te diré que la cerveza de después. Tras hacer al personaje lo que realmente necesito es una cerveza, como mínimo. Por eso, después de cada función, me meto en el bar más cercano con mis compañeros a beberme una y otra más. Me sirve para bajarme a la realidad.
¿Resulta difícil de defender al general Trujillo con más de treinta años de dictadura en República Dominicana?
—¿Defenderlo? Imposible. Si para hacer la función tuviera que perdonarle mínimamente a Trujillo para acercarme a él, sería imposible. Todo lo que supone este hombre, todo, es despreciable. Trujillo es absolutamente despreciable.
¿Y se puede representar a un hombre al que se le tiene tanta manía o por el que siente tanto desprecio?
—Lo tengo muy claro. Puedo navegar a través de él con una enorme soltura. Pero sí es verdad una cosa, se produce desde la primera función de después del confinamiento. Fue en Sevilla, al aire libre, con un aforo de 700 personas y tres funciones, las tres se llenaron€
¿Le sorprendió?
—¿Qué se llenarán las funciones? Mucho. A lo que voy es que, de repente, me encuentro con un texto que hasta el día que nos confinaron me parecía un trabajo perfecto de reconstrucción histórica literaria.
¿Y ahora?
—Ahora, cuando salgo al escenario, todas las frases de este texto me suenan a actual, no a pasado.
¿Ha mutado el texto?
—Ja, ja, ja€ Como el virus, ¿no? El texto es el mismo, pero después de lo que ha ocurrido todo suena a ahora mismo a peligro. El peligro del poder corrupto, del poder omnímodo de la ultraderecha, esa es la coordenada de Trujillo, está en todo el texto.
¿Inquietante?
—Mucho. El ver y comprobar el papel de la ultraderecha en la sociedad española es terrible. Cuando digo las frases que dice Trujillo, pienso: Joder, estas frases son actuales. Me estoy encontrando con un texto que dejé de hacer como reconstrucción histórica y literaria, me parece un gran texto y un gran montaje teatral, aunque sencillo, pero ahora tengo que ser mucho más fino, cada frase que digo en esta función a la gente le puede parecer muy cercana.
¿Está diciendo que corremos peligro en libertades?
—Sí. Las grandes potencias están muy cerca del fascismo más absoluto. Cuando he visto algunas series que se planteaban lo que ocurriría si Estados Unidos estuviera dominado por el fascismo, yo las sentía como una ficción distópica, pero ahora mismo son la puta realidad. Estamos en manos de inconscientes absolutos y, sobre todo, España es un país que no sabe evolucionar y no sabe escuchar.
España es un país que pasó de una dictadura a una democracia, se supone.
—Y yo tengo la sospecha de que los políticos que tenemos son un reflejo de lo que somos los ciudadanos, la culpa no es de los políticos, la culpa es nuestra por elegir a quien elegimos.
¿Los políticos son iguales a nuestro vecino del quinto?
—No te quepa duda. Pero hay algo peor, el vecino del quinto somos nosotros. Cuando hay corrupción no lo penalizamos. ni cuando ocurren cosas horribles. No sé por qué, pero no lo hacemos y pienso que deberíamos empezar a hacerlo de una manera urgente.
Le veo pesimista.
—¿Y tú no lo eres? Lo que digo es una reflexión personal, pero creo que están en peligro nuestras libertades, nuestra vida. Ya no es esa frase que se dice, el mundo que les vamos a dejar a nuestros hijos. ¿Estamos preparados para soportar todo lo que viene a partir de ahora? Ahora va a llover cruzado y sabemos quienes van a pagar el pato de todo esto, los más desprotegidos. Siempre ha pasado lo mismo.
¿Y qué hacemos?
—Ponernos manos a la obra. Si confiamos que esto nos lo van a solucionar los políticos, olvidémonos, no lo van a hacer.
¿Ve a Trujillo en la cara de algunos personajes actuales y reales?
—Se me vienen a la cabeza algunos personajes que podrían estar perfectamente sentados a la mesa con él para cenar. Todos sabemos de quiénes hablamos. Yo soy de una generación que no podía andar libremente por la calle porque existían unos señores que se llamaban los guerrilleros de Cristo Rey y que venían de una escisión de Fuerza Nueva, donde estaba Blas Piñar. Son los que formaron de alguna manera a los padres e hijos de estas generaciones que estamos viendo y que se agrupan en torno a la ultraderecha defendiendo fundamentalmente la supremacía blanca frente a todo lo demás.
La gente sabe quiénes son y de dónde vienen, pero consiguen votos.
—La ultraderecha actual tiene una extraña habilidad, hablo de los de ahora, saben camuflarse mejor. ¿Sabes lo que hay que hacer? Desmontar esta casa común en la que vivimos todos y volverla a montar.
¿Dinamitarla?
—Ja, ja, ja€ Suena fuerte ese verbo. Pero el que crea que con un poco de pintura aquí y allá se soluciona todo se equivoca. Necesitamos una reconstrucción urgente. Reconstruir es desmontar el muñeco y volverlo a montar, pero no como era. Si algo hemos aprendido con esto es que el muñeco no andaba y a la primera que nos ha venido, un virus como amenaza –ni siquiera un país que tirara bombas–, ese muñeco se ha quedado paralizado.
Hablemos de televisión. Está usted lleno de proyectos. Acabamos de verle en una serie que nos ha parecido también inquietante y desesperante, Desaparecidos,
—Hice esta serie hace un año. Cuando terminamos de grabarla, no estaba decidido que la estrenara Amazon, estábamos esperando que se estrenara en Telecinco. Ha funcionado en la plataforma y vamos a seguir grabando capítulos.
Un drama estrenado en medio de otro drama real, el de la pandemia.
—Mira, cuando estábamos en esa fase de confinamiento, todo el mundo decía que lo que se necesitaba era comedia para alegrar todos esos días de angustia, pues no.
¿No está de acuerdo en poner una sonrisa en nuestras vidas? No puede ser todo baños de dura realidad.
—En eso estoy de acuerdo, pero no es que solo se necesiten sonrisas. La gente necesita realidad y verdad.
¿No le parece que eso es ponerse muy intenso?
—No. La gente necesita, aunque sea dentro de la ficción, ver que hay casos y problemas que se resuelven o que no se resuelven. La gente que dedica su vida a resolver las desapariciones de personas sufre como perros. Que a unos padres les desaparezca un hijo es terrible. Imagínate cómo duerme una madre la primera noche que su hijo no está en casa. Pues ahora imagínate si eso se prolonga en el tiempo. Me reuní con la asociación que lleva todos estos temas y no veas cómo lo pasé. Me tiré una semana con una angustia increíble, me ponía en la piel de lo que podía ocurrir y pensaba en cómo lo llevaría yo si mi hijo desapareciera y no tuviera ninguna certeza de lo ocurrido.
De la vida al plato, un programa para Amazon y Cuatro, hace que nos olvidemos de la dictadura de Trujillo y también de los dramas de Desaparecidos.
—Este es un programa de cocina emocional. Los ocho cocineros de esta temporada cocinan por un rasgo emocional, familiar, de procedencia, de orgullo, de raíz, de dominio de los elementos€ Pero todo esto nos lo mostrarán desde la emoción, no vamos a ver demostraciones de grandes creaciones de grandes chefs. Vamos a intentar averiguar qué les pasa, cómo son y por qué cocinan así.
Juan, es usted un cocinilla€
—¿Me has llamado cocinilla? Es un descaro, yo soy un amante de la cocina, me encanta ponerme el delantal y cocinar para mis amigos, eso ya lo sabes.
Bueno, un gran cocinero en la sombra y sin título oficial. ¿No va a poner nunca un restaurante?
—En mi puta vida. Nunca. De eso se va a encargar mi hijo. Ha terminado sus estudios de grado medio en la escuela de Karlos Arguiñano en Zarautz. Es bueno, el cabrón de él, no te lo puedes imaginar.
Vamos, que ahora cocinarán mano a mano padre e hijo.
—Uy, no. Tal y como cocina él, yo no le sirvo ni de pinche.
¿Amor de padre?
—Hay amor de padre, claro que sí. Pero digo la verdad, el tío es muy bueno y no lo digo porque sea mi hijo.
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