UNA HISTORIA DE JAIBAS

Sobre la superficie del charco de aguas estancadas en la cañada una extraña y fina película blanquecina y semitransparente apenas dejaba ver el fondo. Por encima de nosotros, el follaje de las cabirmas, los higos y un jobobán enorme nos protegían de un mediodía soleado y ardiente. De repente, lo que no podíamos apreciar en el fondo se hizo visible en la orilla del charco. Arrimadas a una laja tres jaibas flotaban inertes. Pedro, uno de los hombres del grupo, anunció:

-Envenenadas-

Angel y Germán se encogieron de hombros.

-Las envenenan a propósito- insistió Pedro. – las envenenaron con baño de vacas para cogerlas y después venderlas en el pueblo. -Que barbaridad- exclamó con enojado lamento pero sin indignación -son esos muchachos vagos de por aquí.

Una ola de calor enorme y poderoso, mas cálida y ardiente que el mediodía me atravesó las entrañas pero no dije nada.

Rafael lo hizo: -Pero estas cañadas desembocan todas en el Yásica y esa es el agua que alimenta a Puerto Plata. Nos estamos envenenando, carajo. Estamos consumiendo agua envenenada.

-Eso no es lo peor-añadió Pedro. –Las cañadas se secan porque la jaibas son las que, hacen las cuevas, localizan la humedad dentro de la tierra y por ahí, como quien dice, es que le entra el agua a las cañadas.

Como advirtió que algunos dentro del grupo no entendían precisó:

-Las jaibas hacen su trabajo. Ellas andan siempre detrás del agua y hacen todas esas cuevas hasta encontrarla y eso mismo trae el agua a la cañada. Cuando llueve, esas mismas cuevas cogen agua y la van administrando poco a poco y así es que el rio se alimenta.

Pedro, el describir el oficio de las jaibas, omitía el papel de la cubierta boscosa. Por eso intervine.

_Las jaibas hacen su trabajo, pero si la cañada pierde la cubierta boscosa, el agua dura menos. Ambas son igualmente necesarias.

-Pero ustedes no se dan cuenta de que nos están trayendo agua envenenada por el mismo acueducto. Eso es grave- insistió Germán.

Claro que es grave. Estamos acercándonos a una combinación mortal. El agua portadora de veneno usado para cazar jaibas y la desaparición de las jaibas reduciendo el caudal de agua de las cañadas, arroyos y ríos.

Al cabo de los años de estar en la zona, la caza de jaibas envenenando las cuevas ha tenido muchas alzas y pocas bajas. La cacería, empleando métodos tradicionales se ha mantenido siempre en aumento.

Durante las tardes y con mucha frecuencia los cazadores, naturalmente furtivos, procedentes de Sosúa, Montellano y otros poblados vecinos ascienden, río arriba, por las orillas del Yásica. Traen ganchos, veneno, sacos y linterna porque las jaibas se cazan durante las noches sin luna- comenta en la ocasión el Tacho

¿Como que sin luna?

-Las jaibas se mueren si le da la luna.

Los años me han enseñado a seguir la corriente en vez de contrariarla. La fábula se desprende de los hechos y se convierte en parte del relato. Pero las cañadas están secas, los arroyos se secaron todos el año pasado y las crecidas del río duran apenas algunas horas. Nadie se percata de que pronto el Yásica no podrá abastecer a Puerto Plata.

No es la sequía por falta de lluvias, trato de explicar, sino por la evaporación ultra rápida de la lluvia caída. Menos cubierta boscosa no retiene el agua, la humedad se disipa demasiado rápido, las temperaturas son demasiado elevadas, todo se seca rápido, la brisa acaba con todo.

Las lluvias no caen espaciadas sino en torrenciales aguaceros y luego se ausentan y parece que no lloviera en meses pero no es así, es que la evaporación es demasiado rápida. Los bosques están en llamas y ni siquiera hemos entrado en el verano.

El Yásica se seca, está a mi vista, duermo a su lado, lo escucho bajar hacia Sabaneta cuando crece. Lo veo languidecer y morir. Cambia de color, deja ver los peñascos desnudos en sus riberas y brotan las piedras por donde puede cruzarse, sin mojarse los zapatos. A nadie le importa y aunque le importara, nadie tiene voluntad, fuerza, autoridad y coraje para hacer lo que hay que hacer.

-Si yo encuentro un hijo de puta envenenando la cañada le caigo a tiros. Después averiguamos. Y por favor, que no venga un cretino a echarle la culpa a los haitianos que ninguno es cazador de jaibas.

Melvin Mañón

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