La alianza no es de los tres grandes partidos de la historia reciente. Ni siquiera es una alianza.
¡Qué va! Seamos honestos: es un contubernio efectista entre una gran Compañía por Acciones y dos cascarones dentro del mismo negocio de la política. Una CxA con dos facciones accionarias, una en picada hacia abajo y otra iniciando su declive desde cierta altura.
El PLD fue partido, luego partido-estado y devino en una CxA dedicada al comercio electoral y asociada a empresas privadas y a claques mafiosas que invierten en elecciones para recuperar con creces lo inyectado.
El PRSC y el PRD son dos “cascarones” que hacen las veces de contratistas menores, cuyas propiedades han sido compradas y sus fuentes de ingresos previamente contraladas por el consorcio morado.
La fuerza en el mercado electoral no es del trío, sino de los compradores morados que previamente lograron apoderarse del Estado y de la maquinaria electoral heredada.
En esa fuerza tramposa descansa la posibilidad del continuismo y la reelección presidencial, después de descartado su jefe accionario más desacreditado.
Su nueva debilidad -además de la división latente- tendrá que ver con ese descarte y con el fardo negativo de un pacto que transó reelección presidencial por impunidad, despotismo y cuotas espurias. El nuevo presidente de la empresa fraccionada ya no podrá nutrirse del “cuco” que representaba Leonel y los suyos, ambos envueltos en una pugna tan teatral como real.
Ya Danilo tendrá que ser Danilo y no el opositor al “cuco”. Un Danilo más parecido a Leonel y a Balaguer, forzado a exhibir la cara perversa de la CxA morada y su esencia corrupta y corruptora; expresión de una partidocracia vilmente enriquecida, asociada a tutumpotes tradicionales y transnacionales.
El todo volvió a apandillarse, y eso se paga.
Su ventaja -además de usurpar el Estado y usar su capacidad de extorción y fraude- es que la empresa competidora, formalmente ubicada en la oposición, acepta el orden institucional establecido, tiene una calaña parecida y procura ser simplemente un desdoblamiento del corrompido PRD, en un intento poco creíble de exculpación desde un posicionamiento “anti-reeleccionista”, “anti-impunidad” y “opositor” a todas luces oportunista y circunstancial.
Una letra distinta o una pose opositora desplegada desde fuera del gobierno, no es una diferenciación confiable. Solo varían los roles particulares y los tamaños de las culpas históricas; más cuando está más clara la clase que se representa al poner siglas y maquinaria en brazos de grandes empresarios y en manos de politiqueros impenitentes.
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