Por Nelson Encarnación
El recientemente fallecido escritor, arqueólogo y antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, uno de los más solidos intelectuales de nuestro país, dentro de su abundante bibliografía, publicó una obra titulada El hombre del acordeón, en la cual mezcla historia, política y aspectos de la realidad rural y musical de la República Dominicana.
El hombre del acordeón es Ñico Lora, una verdadera cantera de sapiencia instintiva de nuestra música vernácula, el folclor de tierra adentro, y, sobre todo, un maestro de la composición para el llamado “perico ripiao”, es decir, güira, tambora, marimba y acordeón.
Y aquí conecto.
Hace unos años un visitante alemán fue llevado por amigos dominicanos a una “enramá” para que, como parte del recorrido para presentarle diversos ambientes, conociera algo de nuestra música. Allí tocaba un conjunto de “perico ripiao”.
El visitante extranjero quedó asombrado al notar la destreza con la que el acordeonista se explayaba en la ejecución de aquel instrumento, y no pudo aguantarse las ganas de indagar si el individuo tenía formación musical.
Lógicamente que sus amigos le explicaron que ni por pura curiosidad el acordeonista había pasado por una escuela de música, lo que casi le provoca un desmayo.
Entonces empezó a disertar sobre lo extraño de que una persona sin escuela musical pudiera ejecutar tan diestramente un instrumento complejo como el acordeón.
Suponemos que si el asombro del visitante fue tal observando a una especie de murga de nuestro folclor campesino, habría quedado en shock de haber visto a cualquiera de nuestros grandes acordeonistas del pasado lejano y un poco más reciente.
Habría caído de rodillas frente al propio Ñico, Isidoro Flores o Pedro Reynoso.
Su situación habría sido irremediable viendo ejecutar a “Guandulito”, el Cieguito de Nagua, o más recientemente una descarga acordeonera de Fefita la Grande, María Díaz, La India Canela, Francisco Ulloa, Yovanny Polanco, José el Calvo o Rafaelito Román.
Y la tapa al pomo del espanto y brinco para el alemán le habría sobrevenido si hubiese tenido la suerte—mala suerte, en todo caso—de participar en una corrida musical de Tatico Henríquez, bautizado por mi amigo Rafael Chaljub Mejía, con justa razón, como “el Monarca”.
No sería para menos si, por ejemplo, Tatico le hubiese ejecutado “Las 7 pasadas”, donde el desaparecido “el Monarca” juega con los compases a su mejor entender y parecer.
Creo que la sorpresa del visitante tiene su fundamento en que el acordeón es un instrumento de origen austriaco, y resulta inexplicable que en una isla perdida del Caribe se apropiaran del mismo para elevarlo a la categoría de altar musical con nombre propio: “Perico Ripiao”. “El Prodigio” es un caso separado, pues éste sí tiene escuela.
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