El Mundo
Ahmed colecciona con disgusto fotogramas de las televisiones árabes. Todos los retazos catódicos obedecen a un patrón: son escenas que hacen apología del racismo, con actores cuyos rostros han sido pintados de negro, que balbucean torpemente el árabe y se comportan como salvajes e inadaptados. En la última secuencia que ha captado su indignación, un actriz egipcia con la cara ennegrecida acude a una consulta. La mujer baila en la sala de espera y se desenvuelve de un modo extraño. «Es totalmente inaceptable y no tiene nada que ver con la comedia», replica este joven sudanés nacido y crecido en Emiratos Árabes Unidos. «Hay muchos ejemplos de racismo en la televisión árabe. No fue el primero y, honestamente, no creo que sea el último», murmura Ahmed con evidente hartazgo.
A pesar de las quejas, el capítulo -emitido en un canal egipcio durante el mes sagrado musulmán de Ramadán, la época de las grandes apuestas televisivas- sigue estando al alcance de cualquiera en YouTube junto a decenas de fogonazos similares. Como la conversación pretendidamente hilarante entre dos actores con el rostro pintado de negro en un canal kuwaití o el sketch con cámara oculta de una televisión privada libia en el que una supuesta actriz negra deja olvidado un carrito con sus hijos en un ascensor. Los incautos que se quedan atrapados terminan descubriendo que lo que se esconde sobre la cuatro ruedas es una pareja de monos.
«El racismo en las televisiones árabes tiene varios grados», apunta a PapelMohamed Azmy, fundador del Observatorio Egipcio para la Eliminación del Racismo. «En las pantallas de los países del norte de África, incluso siendo parte del continente negro, se pueden encontrar a menudo bromas, ofensas y estereotipos contra la población negra», desliza el activista. La discriminación no solo es visible en los prejuicios sobre los que se construyen los personajes en la ficción sino también en la ausencia de rostros que muestran la diversidad que habita entre la audiencia. «En Egipto, por ejemplo, hemos estudiado durante los últimos dos años la presencia de personas de color como presentadores en las cadenas públicas y privadas. Por desgracia, no nos sorprendió averiguar que solo existe uno, en un canal privado. Crecimos en un país en la que los únicos requisitos para llegar a ser presentador es ser blanco y bien parecido», detalla este activista nubio, originario de la sureña ciudad de Asuán.
La oleada de protestas raciales en Estados Unidos tras la muerte de George Floyd a manos de un policía ha puesto en el foco la precaria situación en el mundo árabe, donde el racismo -unido a menudo a un ubicuo clasismo- ni siquiera merece disculpas. Hace un año, la actriz egipcia Shaima Seif levantó una polvareda cuando interpretó a una mujer sudanesa a bordo de uno de los microbuses que transitan las concurridas calles cairotas. Su personaje -con, fiel a los clichés, el rostro tiznado de negro- protagonizaba una retahíla de estrambóticas escenas: desde no callar hasta obligar a su hijo a orinar en un bote u ofrecer una botella de vodka a un pasajero, un práctica haram (ilícita) en el islam.
«No se cabreen. Es solo una parodia. No fue malintencionado», respondió la artista evitando entonar el mea culpa. Tampoco el canal que difundió el espacio pidió públicamente perdón ni hizo autocrítica. «El patrón más extendido es usar acento sudanés e intentar imitar su apariencia física», admite Ahmed.
«La principal preocupación es el impacto que tiene el racismo de la televisión en la vida real. Cuando se detecta racismo en la pantalla, se debería observar la conducta de la audiencia en sus actividades diarias. Cómo reciben esa información y cómo les afecta cuando tratan con gente de raza negra», esgrime Mohamed, que considera esta epidemia de odio catódico como «el principal elemento de racismo en las calles egipcias».
«Todo el contenido racista que se difunde en la televisión o el cine es luego usado como una herramienta de sarcasmo entre amigos. Un recurso que, en realidad, es un delito», subraya el activista, que practica un cauto optimismo. «En Túnez, el parlamento aprobó una ley sobre discriminación racial hace unos años. Nosotros enviamos un proyecto de ley al parlamento egipcio para que la industria televisiva cumpliera el artículo de la Constitución que prohíbe cualquier tipo de discriminación por razón de color, raza u origen. Seis meses después, el hemiciclo aprobó una ley de medios que incluye parte del borrador. Aunque no resulte del todo satisfactorio, es un pequeño éxito».
Las hirientes imágenes que emiten los canales árabes proyectan sus sombras sobre una realidad en la que reinan la xenofobia y la discriminación. En Libia o Argelia, la población del sur del país ha denunciado sistemáticamente su marginación. En la que fuera patria de Muamar Gadafi, los migrantes africanos en ruta hacia Europa han sido víctimas de la trata y de brutales torturas. En las monarquías de la península Arábiga la esclavitud no fue abolida hasta la década de 1970 y en algunas zonas la palabra abid (esclavo) se sigue empleando para referirse a personas de raza negra.
A menudo las condiciones laborales actuales y el maltrato que sufren, por ejemplo, las empleadas domésticas etíopes en países como el Líbano pueden clasificarse de esclavitud moderna. En Egipto, la minoría nubia ha sido sistemáticamente marginada y muchos egipcios parecen obsesionados con el color de piel, considerándose a sí mismos blancos. «Resulta perturbador que algunos árabes de nuestro entorno traten de mofarse de nosotros usando el acento que copian de los programas de televisión», lamenta Ahmed. «Muchos consideran que no hacen nada incorrecto, como si una raza hubiese sido creada para entretener a la otra. Una parte de los árabes sigue pensando que existen razas superiores e inferiores», agrega quien, entre su colección de tropelías, guarda un recuerdo de infancia. «En Primaria tenía un maestro egipcio que solía llamarme bawab [portero de finca, en árabe egipcio]. La mayoría de los porteros que aparecían en las películas egipcias eran nubios o de origen sudanés».
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