Messi derriba el muro y consigue su cuarta Champions

Leo Messi sumó su cuarta Champions League. Era un niño en París, que lloraba desconsoladamente en el vestuario porque Rijkaard para protegerle no le dejó jugar. Lloraba tanto que Ronaldinho casi se pierde la fiesta por consolarle. En Roma y Manchester deslumbró y en Berlín confirmó que esta es la década de Messi. Participó en los dos primeros goles azulgrana, alumbró el partido cuando era imprescindible, sin dejar uno de esos goles imposibles para la historia, reservándolo para la próxima Champions. Había prometido el triplete y lo ha conseguido para una afición entregada, rendida, enamorada de Leo, una afición que no dejó de corear su nombre, de agradecerle cada instante que silenciará la grada juventina.

Sabía Leo Messi que la Juventus jugaría a aburrirle, construirá una jaula para asfixiar su juego. En la pizarra diseñada por Max Allegri figuraba un enjambre de futbolistas rodeando al genio, todos con la potestad y la obligación de frenarle como fuese. Como fuese. Quería Allegri encerrar al genio en una lámpara para impedir que pudiera hacer milagros en forma de fútbol. Pero prácticamente en el primer balón que tocaba, Messi buscó a Neymar en una asistencia que rompe esquemas y de esas botas azules, tan parecidas a las de Roma, empezaba la jugada de ese gol meteórico, de toque, de esos que no te cansas de ver nunca. Cuatro minutos son suficientes para inventar una asistencia que derribaba el muro.

Leo veía la portería desde lejos y buscaba con desplazamientos milimétricos las botas de Neymar, las de Luis Suárez , de nuevo Neymar hasta que se cansa de ver rayas a su alrededor, de que el corazón de la Juventus se olvide de jugar a fútbol para convertir el partido en un marcaje grupal al mejor jugador del mundo. Nadie había dicho que sería fácil y rozando el descuento, Leo se animó con un slalon personal, de esos que enmudecen a una grada como la juventina y que provocan el enésimo coro del gol sur blaugrana con ese ‘Messi, Messi, Messi’ que se va repitiendo.

Nunca hay que dudar de Messi. Nunca. Aunque parezca que camina en el campo. Nunca. Porque cuando le llega el balón a sus pies triangula sin importarle tener a ocho ojos clavados en sus pies intentando que ese balón que sale de sus pies no llegue a los pies de Luis Suárez. Intentándolo sólo.

Iniesta se disfraza de Messi, en el fondo se pone el traje de Andrés para dejarle un balón a Luis Suárez de locos. Y despierta el monstruo, el mejor jugador del mundo, para regalarle a Luis Suárez medio gol hecho, porque el disparo de Messi ya merecía entrar pero el destino quería que primase en Berlín la generosidad de Leo.

Accedió al Estadio Olímpico Messi concentrado, mirando de reojo la charla táctica entre Xavi y Mascherano, Neymar pasos atrás bailaba siguiendo el ritmo de la música de sus cascos. Piqué buscó a los tres de arriba antes de empezar el partido, primero abrazó a Messi, después a Luis Suárez, el último Neymar. Bajó las escaleras automáticas en la media parte hablando con Mascherano y Dani Alves sobre las soluciones tácticas para acabar con la ‘Vecchia Signora’, acabó abrazado a la Santísima Trinidad y a esa Copa que decidió que sería para el Barça en propiedad. Se divirtió Messi al final, corriendo alrededor del Estadio Olímpico con sus compañeros. La ‘Vecchia Signora’ es rival duro, eso dignifica aún más la final. Y el triplete. Y el convencimiento de que Messi seguirá liderando a un equipo que quiere mucho más.

Redacción

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