Por Juan TH
Durante muchos años he escrito y hablado mucho sobre el tema del aborto, con el que estoy de acuerdo por considerar que la mujer es quien tiene la potestad para decidir libremente sobre su sexualidad y sobre su cuerpo. No los hombres.
Si los hombres parieran, si la naturaleza los hubiera dotado de esa posibilidad, el aborto no fuera un tema de debate en ninguna parte del mundo: estuviera aprobado, no existiría ninguna ley que lo prohibiera. (No me imagino al “Santo Padre”, por ejemplo, ni al presidente Donald Trump con la menstruación, ni con los “malestares” propios de un embarazo, ni con una barriga de seis meses).
Como los hombres no menstrúan, no se embarazan, porque es una condición exclusivamente femenina, ellas deberían tener la libertad absoluta de tomar una decisión sobre su sexualidad y su cuerpo. Repito.
Pero en una sociedad de hombres, diseñadas y estructurada para ellos, con su lenguaje, sus leyes y hasta sus religiones, la mujer no es más que una “cosa”, utilizable y desechable, como un carro, un reloj, una prenda de vestir o un par de zapatos. (No en balde predicaron durante siglos que su cerebro era más pequeño que el de ellos, impidiéndoles estudiar física, química, matemáticas, medicina y otras áreas del conocimiento, como tampoco fue casual que las religiones y sus dioses las condenaran y la redujeran a esclavas de pontífices, curas, pastores, mesías, etc. Tan lejos llegó la religión cristiana que las condenó a “parir con dolor los hijos” y la responsabilizó de los males de la humanidad por haber convencido al imbécil de Adán a comer el fruto prohibido).
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