La aldea donde las mujeres trabajan y los hombres cuidan la casa

Durante siglos, las pastoras wakhi de Pakistán viajaron a remotos campos de montaña para dar de pastar a sus rebaños. Los ingresos generados fueron fundamentales para transformar su comunidad.

Ayudaron a pagar la atención médica, la educación y el primer camino construido para salir de su valle y conectar con el resto del mundo.

Pero esta forma de vida está desapareciendo.

La serie 100 Mujeres de la BBC se unió a ellas en uno de sus últimos viajes a las regiones de pastoreo.

Las mujeres silban y gritan a las ovejas, a las cabras y a los yaks para evitar que se desvíen de los estrechos senderos y caigan por la ladera de la montaña.

«Antes había mucho más ganado que ahora», dice Bano, de unos 70 años. «Los animales saltaban de aquí para allá y desaparecían. Algunos regresaban y otros no».

En años pasados, cada verano decenas de pastoras wakhi hacían este viaje a través de las escarpadas montañas del Karakoram, en el noreste de Pakistán, con sus hijos pequeños a la espalda.

Entonces dejaban a los hombres en casa para trabajar en el valle de Shimshal.

Hoy en día sólo quedan siete pastoras.

Caminamos ocho horas al día bajo la lluvia, la nieve y un calor abrasador. El viaje que antes les tomaba a las mujeres tres días, a nosotros nos lleva cinco.

Las pastoras, aunque ancianas, siempre van muy por delante del resto mientras nos aclimatamos a la altura.

La amenaza de deslizamientos de tierras está siempre presente y el ruido sordo de los cascos de las ovejas vibra en el suelo, haciendo caer rocas y polvo.

En el pasado era aún más difícil. Antes las pastoras no contaban con chaquetas térmicas ni calzado apropiado para caminar por este terreno.

«Solíamos usar túnicas sencillas. Íbamos descalzas y caminábamos así sobre el hielo», dice Annar, de 88 años.

Afroze, que ahora tiene 67 años, recuerda haber sido la primera mujer del valle en conseguir un par de zapatos.

«Mi hermano me regaló dos pares cuando me casé», cuenta. «La gente solía venir sólo para verlos. A menudo los tomaban prestados, junto con mi vestido, para las bodas».

Cuando finalmente llegamos a Pamir, a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar, los exuberantes pastos verdes aparecen ante nosotros y los arroyos de reluciente agua glacial se abren paso a través del paisaje, rodeados de escarpados picos cubiertos de nieve.

«Hemos caminado por estas tierras junto a nuestras madres y abuelas. Y como nosotras, ellas eran pastoras, batían mantequilla y hacían yogur«, evoca Annar, mientras las mujeres cantan y bailan.

Un grupo de 60 casas de piedra, abandonadas y cerradas, dan pistas de un estilo de vida en desaparición.

Al ser la pastora de más edad, Annar besa la puerta de uno de los ranchos, dice una oración y entra llevando una hornilla con hojas ardiendo.

«Nuestros mayores nos enseñaron a utilizar la planta spandur. Nos dijeron que la tuviéramos siempre cerca, ya que aleja los problemas», dice mientras se asegura de que el humo toque a todos los animales.

En el pasado, para ahuyentar a los lobos y leopardos dormían en los tejados, incluso en las condiciones climáticas más adversas. También fabricaban trampas y quemaban hogueras.

«Por la noche estaba completamente oscuro», expone Annar, «no teníamos luz ni antorchas y ni siquiera veíamos lo que habíamos perdido hasta la mañana siguiente».

También recuerda momento muy duros. Como cuando un verano enterraron a 12 niños en los pastizales. Entre ellos estaban su hijo y su hija.

Y es que en las montañas no había médicos ni centros de salud.

«Me quedé con las manos vacías, así como ahora», suspira Annar, abriendo y cerrando los puños, sintiendo todavía el dolor de hace casi 60 años.

Trueque

Con el paso de los años, las pastoras se convirtieron en exitosas empresarias.

«Recolectábamos leche de los animales para hacer yogur y productos lácteos. Esquilamos las ovejas e hicimos cosas para llevar al pueblo», dice Bano.

La comunidad wakhi dependía del trueque y, a cambio de sus productos, la gente construía chozas y casas para las mujeres.

Afroze ganó lo suficiente para construir dos casas, una en Shimshal y otra más lejos, en Gilgit, la ciudad más cercana.

«He ganado mucho con este lugar», dice con orgullo. «Pagó las bodas de mis hijos. Pagó su educación».

El Motín

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