“De servidores a señores: el síndrome de Hubris en el político dominicano”

Por : Anner Victoriano

Recientemente , como ya es casi costumbre con carácter de cita, solemos reunirnos un grupo de amigos al almuerzo, entre los cuales se encuentra el “camarada”, nombre afectuoso y saludo muy distintivo de Cristhian Jimenez, un admirado columnista y periodista de nuestro país, casi referencia obligatoria de buen trato, decir y convivir.

En el tramo de una conversación profunda e interesante, reflexiva y en ocasiones critica de las que solemos sostener como grupo, le escucho mencionar un síndrome hasta entonces desconocido para mí, y por lo visto para algunos mas de los presentes llamado “Hubris”.

Acto seguido, se activó mi curiosidad y aspiración de erudito e investigador y procedo a compartir parte de la expedición. El término Hubris, tomado del griego clásico, alude a una forma extrema de arrogancia que, según los antiguos, provocaba la ira de los dioses. Hoy, el “síndrome de Hubris” ha sido estudiado como una condición que puede surgir en políticos, empresarios o figuras de autoridad que llegan a perder el sentido de la realidad, embriagados por la adulación, la impunidad y la centralización del poder. Tristemente, en República Dominicana, ese espejo resulta incómodamente familiar sobre todo en quienes han ostentado poder prolongado y sin contrapesos, los cuales involucionan hacia una versión arrogante y autorreferencial de sí mismos. Ya no escuchan, ya no dialogan, ya no consultan. En su lugar, gobiernan por decreto emocional, desde la burbuja del poder, rodeados de aduladores y cada vez más alejados del ciudadano común.

Este patrón no distingue colores ni partidos. Es un virus que parece infiltrarse en los pasillos palaciegos e institucionales, alimentado por una cultura política débil en institucionalidad y fuerte en personalismo. Lo hemos visto en presidentes, en legisladores, en alcaldes e incluso en funcionarios intermedios que, tras ocupar un cargo, empiezan a hablar en primera persona, o a pensar que el país les debe algún tipo de pleitesía.

¿El resultado? Decisiones unilaterales, reformas improvisadas, desprecio por las voces técnicas o ciudadanas, y una peligrosa desconexión con la realidad social.

Urge, por tanto, fomentar una cultura política basada en la humildad institucional, el control ciudadano, y el liderazgo consciente de sus límites. El culto a la personalidad, el clientelismo político y la falta de transparencia entre otros, son el caldo de cultivo perfecto para esta enfermedad del ego.

No necesitamos más caudillos iluminados; necesitamos servidores públicos capaces de decir “me equivoqué”, dispuestos a rodearse de voces críticas, y lo suficientemente humanos como para no dejarse consumir por el brillo del poder.

En definitiva, si no reconocemos el síndrome de Hubris como una amenaza real al liderazgo dominicano, seguiremos atrapados en un ciclo de decepción: donde cada promesa de renovación termina convertida en otra versión del mismo problema. El futuro democrático del país depende, en parte, de que quienes gobiernan recuerden que el poder no es un derecho divino, sino una responsabilidad prestada.

El Motín