Atrás quedaron los años de la militancia revolucionaria y democrática cuando la gente arriesgaba la vida en las calles y los campos sin ningún interés personal; cuando ir a la cárcel, el exilio, sufrir tortura, incluso morir en defensa del pueblo era loable.
Los dirigentes y militantes de esos años no buscaban un cargo en el gobierno, una contrata grado a grado, una embajada, un consulado, el banco Central o el Reservas, ser juez de la Suprema o de la Junta Central Electoral, ni una botella bien grande en cualquiera institución del Estado, como ahora.
Aunque la corrupción no se detenía en la puerta de ningún despacho, ni siquiera en el del presidente Balaguer, los valores del trabajo, honestidad, vergüenza, solidaridad y dignidad, se mantenían en la mayoría de los partidos políticos y de la sociedad.
Los partidos en su mayoría no eran una escalera social y económica de mediocres oportunistas, sinvergüenzas y ladrones con saco y corbata; los líderes de esos años no estaban aferrados a la acumulación de fortunas a expensa de la pobreza de su pueblo.
Es verdad que la corrupción aparece en la historia de nuestro país como un mal endémico, pero jamás alcanzó los niveles de los gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana, tras la muerte de su fundador y guía, profesor Juan Bosch.
Lo que ha sucedido desde que el PLD llegó al Palacio Nacional, con hambre y sed de riquezas y ambiciones desmedida, ha sido una tragedia.
Esa pequeña burguesía, “arribista y trepadora” que llegó al poder en 1996 creó una estructura gansteril para la depredación y el saqueo del Estado. La mayoría llegó sin un peso en los bolsillos. Hoy son grandes empresarios en diversas áreas de la economía, dueños de hoteles, de kilómetros de tierra de vocación turística con el mar incluido, de medios de comunicación, telecomunicaciones, edificios de oficinas y de apartamentos, plantas de combustibles y envasadoras de gas, etc..
El Comité Político, el grupo económico más poderoso del país, es la súper estructura que las decisiones de todos los poderes del Estado. (Suprimir el Congreso, la JCE, el TSE y la Suprema Corte de Justicia y la Cámara de Cuentas, no sería mala idea)
Con tanto dinero y poder acumulado a través de las mafias que funcionan en casi todos los ministerios, los gobiernos del PLD lo corrompieron todo para continuar en el poder indefinidamente, de tal modo y manera que la política es vista como un negocio. ¡Y nada más! Pregúntenle a Miguel Vargas, para solo citar un caso.
Ningún negocio es más lucrativo que la política, pues la impunidad es garantía para que los saqueadores del erario no terminen con sus huesos en las cárceles, como tendrá que ser algún día no muy lejano.
La mejor prueba de la corrupción y el latrocinio emanado del propio Palacio Nacional es la reforma constitucional y los “acuerdos” en torno a ella. El país jamás sabrá cuántos miles de millones costará; nadie sabrá nunca cuántos millones del presupuesto nacional fueron distribuidos entre diputados, senadores, dirigentes “opositores” y funcionarios del propio gobierno que después de haber invertido millones en sus campañas, “decidieron” retirarse para que se reelijan los canallas actuales.
En la políticano se dice: ¡Dímelo!, se dice: ¡Dame lo mío! Los de abajo quieren lo suyo como lo hacen los de arriba, aunque reciban migajas. Por eso nadie mueve una bandera, va a un mitin o concentraciónsi no le dan lo suyo. El dinero ha sustituido los valores éticos y morales.
Me despido cantando la canción de Víctor Manuel: “Todos tenemos un precio, todo se compra y se vende, el traficante, el artista, intercambian sus divisas…”
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