Oscar López Reyes
El cambio simboliza esperanza, pujanza y oportunidad. Confiere más autoridad para la gobernanza con estabilidad y la prerrogativa para dinamizar y expandir, sin atajos, la economía y para higienizar los vasos sanguíneos en la grieta de la frustración y la indignación. Hidrata el complejo entorno societario.
El cambio obra como una válvula de escape colectivo en un espacio físico saturado, descontento y crispado por la “deuda social” acumulada y con el asedio del coronavirus, que deteriorará las condiciones de vida, en la insostenible melena asistencialista del “Estado benefactor”. Consecuencialmente, se incrementarán las protestas populares, que podrían ser más encendidas/riesgosas que la Marcha Verde y las concentraciones juveniles en la Plaza de la Bandera.
Engreídos y con la quimera de que el poder hegemónico y los cuerpos coercitivos todo lo pueden, y que podían proseguir siendo mandatarios, terminó en la cárcel Ignacio Lula da Silva (2003-2010), condenado Rafael Correa (2007-2017) y huyendo también en el exterior Evo Morales (2006-2019), tres presidentes democráticos/progresistas que ejecutaron memorables reformas socio-económicas e institucionales en Brasil, Ecuador y Bolivia.
Excepcionalmente, la continuidad sonrió en Venezuela al socialista Hugo Chávez (2007-2013), solidario y democrático en el pensar deliberativo y en el actuar demostrativo, pero no así a su legatario Nicolás Maduro, quien ha sido su negación. Su permanencia forzada en el gobierno ha sometido a sus paisanos a un sufrimiento atroz, y al socialismo a un descrédito. Luce que caerá más calamitosamente que Lula, Correa y Morales.
La casi totalidad de los jefes de Estado han abortado por el primado de la corrupción y las imprudencias en el gasto, el irrespeto a las leyes, las arbitrariedades oficiales, los altos precios de alimentos y medicamentos, las desmesuras tributarias y ambientales, el déficit democrático, las deficiencias en los servicios públicos y las pensiones miserables.
En República Dominicana, los prolongamientos impuestos -directos e indirectos- han pulverizado a sus auspiciadores: Pedro Santana, presidente en cuatro ocasiones (entre 1844 y 1861), se suicidó en 1864; Buenaventura Báez, gobernante cinco veces (desde 1849 hasta 1878) murió exiliado en Puerto Rico, y Ulises Heureaux (Lilís), mandatario en cinco períodos (1882-1899), fue ajusticiado en Moca.
Los traumas presidenciales merodearon más adelante: Horacio Vásquez (entre 1899 y 1930) fue derrocado, por la “seguidilla”, por Rafael Trujillo Molina. Este rigió los destinos nacionales en 1930-1934 y 1934-1938, dando la cara, y por intermedio de Bienvenido Peynado y Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, y por intermedio de su hermano Héctor Bienvenido y de Joaquín Balaguer , desde 1938 hasta 1961 y, como quiera, acabó ajusticiado. Este último (1966-1978) se despidió derrotado, y 1986-1996 volvió a ser descalabrado, electoralmente, con ceguera.
En los nuevos escenarios contemporáneos, para llegar a la Presidencia o proseguir en ella, gobiernos apelan a la coerción, la retaliación, la persecución y la publicidad excesiva con recursos del Estado para raptar sentimientos y crear percepciones subjetivas. Estas son forjadas por noticiabilidades engañosas, liturgias mediáticas y redes asociativas, que influencian y ofrecen respuestas cognitivas pasajeras y que, en esencia, buscan alterar las actitudes y comportamientos en la selección del voto.
Para evitar una indeseable tragedia, el cambio floresta como la alternativa menos trastornadora, porque apaciguará en la esperanza, ayudará a revitalizar la economía y los programas de salud, educación, medioambientales, y otros. Pero, eso sí, para precipitar el desarrollo y la prosperidad, tendrá que ser una mutación guiada por un conocedor de la economía, que está agobiada por peliagudos apuros macro-financieros; con una imagen pública pulcra y serena, y un dominio de las tecnologías emergentes.
En la campaña del 2009, el senador demócrata por el Estado de Illinois, Barack Obama, matizó que “El cambio es el motor de los negocios, el poder que mueve el crecimiento y el progreso”, que “La impermanencia rige el universo” y que “quienes se resisten al cambio se resisten a la realidad y a la vida misma”. Con ese lenguaje, Obama logró la victoria y gobernó desde el citado año hasta el 2017.
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