William James Sidis, el niño prodigio de Harvard

Cuando William James Sidis tenía apenas 11 años, Harvard lo aceptó como alumno especial. Era 1909, y ya entonces la prensa lo retrataba como un pequeño genio destinado a cambiar la historia de las matemáticas. Un año más tarde, en enero de 1910, el muchacho subió al estrado del Harvard Mathematical Club. Frente a profesores y estudiantes avanzados, habló de algo que para la mayoría sonaba casi a ciencia ficción: los cuerpos en cuatro dimensiones. La escena fue cubierta por los diarios de Boston, que no podían creer que aquel niño de rostro aniñado hablara como un académico.

Entre 1910 y 1914 cursó formalmente la carrera de matemáticas y, con solo 16 años, recibió su título de A.B. (Bachelor of Arts) en Harvard, con honores cum laude. No era un título cualquiera: en Harvard, ese A.B. equivalía al B.A. (Bachelor of Arts) que conocemos hoy, y dejaba claro que su formación estaba a la altura de los mejores.

Pero lo más sorprendente vino justo después. Con 17 años, el Instituto Rice en Houston —hoy Rice University— lo contrató como fellow de posgrado y docente de matemáticas. Allí, un adolescente enseñaba geometría euclidiana y no euclidiana, además de cursos introductorios de matemáticas. Era un hecho insólito: un muchacho que apenas había dejado la adolescencia dictaba clases a jóvenes universitarios mayores que él. Sin embargo, la experiencia fue breve. El desajuste social, la soledad y la presión mediática lo empujaron a abandonar Rice tras solo dos semestres.

De regreso en Massachusetts, Sidis intentó cambiar de rumbo. Entre 1916 y 1919 se matriculó en la Harvard Law School para estudiar derecho. Pero su destino volvió a torcerse. En mayo de 1919, durante una manifestación socialista del Primero de Mayo en Boston, fue arrestado. El episodio ocupó titulares nacionales, no tanto por lo que había hecho, sino porque el “niño prodigio de Harvard” estaba en medio de los disturbios.

Ese mismo año, un juez de Roxbury lo condenó a 18 meses de prisión. Sidis apeló, y el caso finalmente se vino abajo: no cumplió la condena. Sin embargo, aquel episodio marcó un punto de no retorno. A partir de allí, el muchacho que había maravillado a Harvard y había enseñado matemáticas en Rice a los 17, se alejó para siempre de la vida académica pública.

 

La otra cara del prodigio

Después de aquel año turbulento de 1919, William James Sidis decidió dar un giro drástico a su vida. Ya no quería ser el niño prodigio de portada ni el genio de Harvard al que todos le pedían más. En entrevistas de la época lo dijo que buscaba empleos que requirieran “el mínimo esfuerzo mental”. Y lo cumplió al pie de la letra.

Lo encontramos en trabajos de oficina, primero en Wall Street, ganando 23 dólares a la semana, y luego como oficinista y tenedor de libros en distintas empresas. Se sabía capaz de mucho más, pero rehuía cualquier responsabilidad que lo devolviera al foco académico o mediático. Incluso en una empresa de tranvías, cuando le ofrecieron resolver problemas técnicos complejos, él se negó, prefería ser un simple empleado más. No era incapacidad, era decisión. No quería volver a sentir el peso de las expectativas.

Aun así, su mente nunca dejó de producir. Solo que lo hizo a su manera, fuera de los reflectores. Publicó libros bajo seudónimos:

“The Animate and the Inanimate” (1925), un tratado especulativo sobre cosmología y termodinámica.

“Notes on the Collection of Transfers” (1926), un estudio curioso sobre boletos de tranvía, firmado como Frank Folupa.

“The Tribes and the States” (c. 1935), una historia sobre las confederaciones indígenas del nordeste, bajo otro nombre.

Incluso hay quienes le atribuyen “Passaconaway in the White Mountains” (1916), aunque la autoría sigue en discusión.

Además, en 1929 y 1930 registró dos patentes de calendarios perpetuos, dispositivos mecánicos capaces de calcular el día de la semana de cualquier fecha. Todo esto mostraba que la chispa de su intelecto seguía viva, aunque se negara a exhibirla públicamente.

Pero la prensa no lo olvidó. En 1937, The New Yorker lo retrató en un perfil burlón titulado “Where Are They Now? April Fool!”. Lo pintaron como un hombre solitario, obsesionado con los boletos de tranvía y alejado de todo lo que alguna vez había prometido. Sidis demandó a la revista por invasión de privacidad y libelo. El caso llegó hasta la corte federal y terminó sentando un precedente: quien alguna vez fue una figura pública seguía siendo de “interés noticioso”. Perdió, aunque recibió 3.000 dólares de indemnización por libelo. Fue la última vez que su nombre volvió a ocupar titulares nacionales.

Después de eso, se replegó por completo. Siguió viviendo discretamente, sin ruidos, sin entrevistas, sin aulas. Y así fue hasta el final. El 17 de julio de 1944, William James Sidis murió en Boston de una hemorragia cerebral, a los 46 años.

El niño que a los 11 había maravillado a Harvard hablando de la cuarta dimensión, y que a los 16 se había graduado cum laude en matemáticas, terminó sus días en silencio. Su historia es la de un genio que eligió desaparecer, recordar que la inteligencia deslumbrante no siempre se acompaña de una vida feliz.

El Motín