Por Alejandro Santos
Después de haber obtenido su segundo período presidencial, el presidente Abinader debe ser cauto para no caer en la trampa de una reforma fiscal que lo convierta en un verdugo de la clase media y pobre dominicana.
Estrenando su reelección, no tiene por qué el presidente Abinader asumir el costo político de una reforma fiscal. Si afecta a la población con impuestos, su popularidad vendrá en picada hacia abajo, y luego le será bastante cuesta arriba su recuperación.
No solo los aspectos puramente económicos deben ser considerados, también hay que ponderar las repercusiones sociales y políticas de una posible reforma fiscal.
Para nada es saludable caer en la prisa y en lo más fácil. Lo mejor para el presidente Abinader y para el país será llevar este proceso con calma y sabiduría.
Nuestro país recibe la presión de organismos crediticios internacionales, cuyo rol principal es mantener el flujo de pago de los intereses y capitales de la deuda externa dominicana.
Hay que resistir estas presiones, que provienen también de sectores locales que quieren pescar en ríos revueltos.
No estamos en un buen momento para plantearse medidas impositivas dirigidas a golpear más a la clase media dominicana. La presente coyuntura está llena de restricciones y perspectivas negativas.
El ingreso de la clase media viene sufriendo duros golpes, provocados por el aumento continuo de los precios y la disminución de las actividades económicas.
Las áreas para invertir de manera rentable se vienen reduciendo, el costo del dinero se ha elevado por el aumento de la tasa de interés, y la movilidad social hacia arriba se ha visto afectada en todo el mundo como una consecuencia de las guerras y las secuelas económicas que dejó la crisis del COVID-19.
En el presente contexto nacional y mundial, lo más conveniente para el gobierno del presidente Abinader debe estar relacionado con mantener un nivel de crecimiento y estabilidad económica, evitando establecer o aumentar impuestos que afecten a la clase media y pobre dominicana.
Lo más sensato y conveniente para el país tiene que partir de crear un plan real de austeridad, que contemple reducir gastos innecesarios del gobierno, disminuir nóminas improductivas, de personas que cobran sin tener una función real, congelar viáticos superfluos, y proponerse ajustar los gastos del presupuesto en más de un 10%. En definitiva, un plan concreto de austeridad que se lleve a la práctica, que no sea solo un anuncio propagandístico, y hacer que se cumpla.
Otra fuente para aumentar los ingresos que tiene el gobierno dominicano está relacionada con una reducción de las exenciones fiscales de las leyes de incentivos. Ha llegado la hora de que sectores que han obtenido grandes ganancias, gracias a las exenciones de impuestos, comiencen a pagar algo. No estamos planteando la eliminación total y completa de las leyes que promueven la inversión en determinados sectores. Consideramos que, para bien del país, inclusive para la salud del mismo régimen de incentivos, debe haber un aporte de esos sectores a la estabilidad y crecimiento económico.
Una combinación de un plan de austeridad de los gastos del gobierno y una reducción de los incentivos que reciben de manera privilegiada algunos sectores. Con estas dos medidas, el nuevo gobierno del presidente Abinader no tendrá que abocarse a presentar una reforma fiscal que impacte negativamente en la clase media y pobre del país.
En caso de que falte algo para alcanzar la meta de los ingresos que el gobierno necesita, mejor considerar gravar el consumo suntuario y las actividades no prioritarias, como son los juegos y las bancas de loterías.
No vamos a caer en el fatalismo de lo inevitable, como nos quieren llevar a creer sobre una reforma fiscal. Los organismos económicos internacionales no miden consecuencias sociales ni políticas, solo les interesa imponer fórmulas económicas para el pago a los acreedores internacionales.
La ecuación de aumentar los impuestos para que las clases más vulnerables paguen la deuda extranjera no parece viable, por más tecnicismos y teorías bonitas que nos quieran vender.
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