Moralina

Por Fernando A. De León

En República Dominicana, los que manejan la cosa pública, no deben incurrir en burlonas moralinas. Proclamar que se gobierna con un “poder de honestidad” en un país no cabalmente institucionalizado, es pretender gobernar para fanáticos y miopes.

Parecería que para asumir al poder hay que imponer un nuevo código ético y moral en el cual la semántica pierde su sentido. Esto se asemeja a lo que Federico Niestzsche llama transvaloración en su obra Genealogía de la moral. En otras palabras, las falencias éticas y morales son buenas, y las correctas, son perniciosas u obviadas.

Entre otras acepciones, ser honesto significa distribución equitativa de riquezas y beneficios. Además, no es solo respetar lo ajeno (aunque ya hay corrupción en el presente mandato). Hay que ser justo. También, por excusas vanas, decir una cosa y hacer otra, es irrespetuoso y deshonesto. Se evidencia más de lo mismo.

Si arribando al poder, se aplican políticas de gato pardo como los demás; no hay correspondencia con asertividades y sobriedad. Se convierten en pavesa las luces de honestidad en el futuro inmediato; se da paso a contingencias e incertidumbres.  En este caso, no basta con lo maleado de lo menos malo.

Hay que agregar que, cuando se gana el poder coadyuvado por turbiedades y alianzas de cuestionados sectores, lo honesto se esfuma. Es preferible nunca enarbolarlo en campañas presidenciales. No debe ser aceptable el observar de soslayo actos indebidos, y luego, ya en el solio presidencial, proclamar integridad moral.

Contrario al común de la gente, en nuestro sistema es comprometedor para un gobernante o funcionario arrogarse el derecho de decir que se gobierna con honestidad. Ofertar lo imposible, es deshonesto.

Pero como dice más o menos Albert Camus, si mal no recordamos en su libro La caída; “es mejor reinar en una isla”. En nuestro caso tres cuartos de nuestro territorio con gente que, aunque se dice politizada, no necesariamente saben discernir sobre el accionar de nuestros políticos.

  El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.

El Motín

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