Nicolás Maduro durante su juramentación frente al presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez

Maduro jura como presidente de Venezuela cuestionado por la comunidad internacional

CARACAS.-Nicolás Maduro Moros se ha proclamado este viernes presidente de Venezuela sin haber rebatido las pruebas de que cometió un fraude en las elecciones, presentadas por la oposición y los observadores internacionales.

“Esta toma de posesión no la pudieron impedir”, dijo con la banda presidencial cruzándole el pecho. En un momento dado, se burló de su contrincante en las urnas, Edmundo González, el opositor que, de acuerdo al cotejo imparcial de las actas, venció en las urnas claramente a Maduro.

“Estoy esperando a que llegue, estoy nervioso”, dijo entre las risas de los presentes en el evento. Edmundo González no entró en Venezuela como había anunciado en la víspera. El chavismo activó el sistema de defensa aérea, por lo que el avión en el que pretendía ingresar iba a ser derribado.

“Le he pedido que no lo haga porque su integridad es fundamental para la derrota final del régimen y la transición democrática”, explicó María Corina Machado, la líder de la oposición.

Una sensación de inquietud ha rodeado el acto, del que no se había anunciado ni la hora ni el lugar exacto. Al final se llevó a cabo en el salón Elíptico de la Asamblea Nacional, un escenario inusual para esta ceremonia. El encargado de las operaciones militares chavistas desplegó horas antes en terreno un sistema de misiles antiaéreo 9k37 BUK, de fabricación rusa, como forma de disuasión. Se cerraron las fronteras con Colombia.

El Gobierno de Maduro quería evitar por tierra y aire que el opositor entrara a su territorio, como había prometido en la víspera. Ese mensaje, repetido con insistencia desde hace un mes y replicado por presidentes de otros países, ha colocado al chavismo en estado de alerta.

Pasadas las diez de la mañana en Caracas, Maduro llegó al recinto de la Asamblea Nacional de la mano de su esposa, Cilia Flores, a la que conoció durante las visitas a la cárcel que ambos le hacían a Hugo Chávez, encarcelado por un intento de golpe de Estado a principios de los años noventa.

Una alfombra roja les esperaba para acceder al edificio. La pequeña sala, decorada con retratos al óleo de personajes ilustres, estaba repleta. Destacaba la presencia de Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, los presidentes de Nicaragua y Cuba. Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea y hombre para todo de Maduro, fue el encargado de oficiar el acto.

Para espantar la sombra de la ilegitimidad, Maduro hizo énfasis en la simbología alrededor del momento. La banda cosida por mujeres líderes de una parroquia. El collar con las llaves del arca que guarda el acta de independencia. El sarcófago de Bolívar. La mirada grave, la pose solemne. “Un momento cargado de historia”, decía un locutor de la televisión pública mientras Rodríguez rozaba con la tela los hombros de Maduro.

Consumada la toma de posesión, Maduro parecía emocionado. En el discurso que dio a continuación, de más de una hora, dejó una frase que explica el atrincheramiento de su Gobierno a pesar del resultado: “Juré por lealtad absoluta a su legado”. Se refería a Chávez, por el que siente devoción desde hace 30 años, 12 después de muerto. Bajo ese embrujo fue su vicepresidente y canciller.

La cúpula chavista, desde la misma noche del 28 de julio, cuando empezaron a llegar al Consejo Nacional Electoral (CNE) las actas con los resultados, se encerró en sí misma y no se dejó permear por las voces más moderadas dentro del movimiento que señalaban que ir a la oposición no sería el final ni una claudicación. Solo una manera de normalizar la vida política local, reagruparse y regresar al poder. Jóvenes como Nicolás Maduro Guerra, el hijo del presidente.

Las declaraciones que hizo le valieron la crítica mordaz del número dos del chavismo, Diosdado Cabello, con tanto poder como para regañar en público al único hijo de Maduro. Los viejos, los que habían conocido bien al comandante, se encastillaron en que aceptar una derrota era traicionar a Chávez, escupir en su legado. En virtud a esa “lealtad emocional” a la revolución bolivariana se posesionó Maduro sin pruebas de haber recibido la aprobación de la mayoría de los venezolanos.

El presidente llevaba una semana presentando programas de televisión en directo, igual que Cabello. En eso han seguido al pie de la letra a Chávez, que en uno de sus últimos años de vida estuvo al aire más de 1.000 horas. Ahí ha cargado contra todo y contra todos. La posesión fue el escenario ideal para seguir en esa línea. Acusó a sus enemigos de tratar la juramentación “en una guerra mundial”. “Digan lo que digan, no la pudieron impedir. Es una gran victoria de la gente que quiere paz”.

Usó toda la retórica chavista antimperialista, supuestamente antifascista, antiespañola, que tenía a mano. No se olvidó del presidente de Argentina: “La extrema derecha dirigida por un nazi sionista, un sádico como Javier Milei. Cree que le puede imponer a Venezuela un presidente”.

El Motín

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