Las iraníes desafían a los ayatolás: “El sistema se siente amenazado; somos muchas jóvenes que estamos furiosas”

Madrid / Barcelona

“Ponte el velo o te mataremos”. Con estas palabras, un hombre mayor increpó el miércoles a Kosar, estudiante de Bellas Artes de 24 años, cuando volvía a su casa en Teherán. Regresaba de una de las múltiples manifestaciones que han surgido en el país, espoleadas por la muerte de Mahsa Amini, de 22 años, el pasado 16 de septiembre. La joven murió bajo custodia policial, después de haber sido detenida por no llevar bien puesto el velo y mostrar parte de su cabello. La estudiante Kosar se había quitado el pañuelo en las protestas y no le apetecía colocárselo de nuevo. “El sistema se siente amenazado”, considera, “este estallido es el resultado de una opresión insoportable que nos afecta a todos, hombres y mujeres, aunque somos las mujeres las que estamos liderando el movimiento. Nunca vi las calles así antes, pero necesitamos que el mundo no nos abandone”, asegura a través de Telegram.

Tras una semana de protestas en Irán, el Gobierno islamista ha intentado este viernes mostrar músculo en la calle. Lo ha hecho convocando concentraciones en favor del régimen de los ayatolás y de la ley islámica. “Siempre utilizan este método: tienen dinero suficiente para fingir una manifestación en apoyo a sus postulados integristas”, explica también por Telegram Behnam, artista y activista de 38 años. “Organizan este espectáculo al menos una vez al año y siempre con consignas en contra de Estados Unidos. En esta ocasión, el Gobierno quería que se organizasen concentraciones en las principales ciudades después del rezo del viernes. Todo el mundo sabe que son una falacia”, continúa este hombre que habla desde Isfahán.

Los convocados por el régimen, en efecto, han trazado un vínculo entre las protestas por la muerte de la joven con EE UU y sus aliados. “Muerte a América. Muerte a Israel”, coreaban los partidarios de que nada cambie desde la Universidad de Teherán para después jalear al líder supremo iraní, Alí Jamenei, en el cargo desde 1989, y a su predecesor, Ruhola Jomeini. “[Los manifestantes] Están atacando los chadores de nuestras mujeres”, declaraba a la agencia Efe el clérigo Esmaíl Pahlevan. “Dios ha ordenado que las mujeres lleven el hiyab”, añadía. Las concentraciones del viernes han sido tranquilas, sin violencia. Nada que ver con la represión exhibida en las protestas que movilizan a miles de ciudadanos en varias decenas de ciudades y en las que han muerto decenas de personas: 31, según la ONG Iran Human Rights y 17, según los medios oficialistas.

“Sigue habiendo protestas, pero también muchos guardias en las calles”, afirma el activista Behnam. “El sistema iraní puede ser muy represivo; el Estado es fuerte y la gente tiene miedo. Yo lo tengo”, asegura. Hace unos años, él fue detenido por acudir a una manifestación feminista. Le dieron latigazos que le han dejado cicatrices visibles en su cuerpo.
Una mujer pionera en desafiar al régimen fue Vida Movahed. El 27 de diciembre de 2017, en la calle Engelab de Teherán, esta mujer se sacó el velo, lo ató a un palo y empezó a agitarlo en silencio. Estaba sola y su gesto —tan simple y a la vez tan arriesgado— la convirtió en un icono de la lucha contra el hiyab obligatorio. Su proeza duró unos minutos; hasta que un hombre la empujó y la tiró al suelo. Fue condenada a un año de cárcel. “El mundo piensa que estas protestas son por el hiyab, pero no es así. Las mujeres en Irán tenemos problemas mucho más graves que el velo”, explica Yasaman Khleghian, periodista y activista de 33 años exiliada a Canadá desde 2020. “El Gobierno no nos permite abortar, no podemos salir del país sin permiso de nuestro marido o padre, no tenemos derecho a entrar en los estadios y si un hombre mata a su hija, será condenado solo a unos pocos años porque no hay ninguna ley que proteja a las mujeres”, relata Khleghian, que durante años trabajó para Shargh, el diario reformista más importante de Irán. Ella abandonó su país al considerar que su vida corría peligro por sus críticas al Gobierno.

Hace tres años, Irán también asistió a potentes protestas ciudadanas que dejaron cientos de muertos y ninguna asunción de responsabilidades por parte de las autoridades. Entonces, la población se levantó por la subida del precio de la gasolina ―en un país con una de las principales reservas de petróleo del mundo― y la devaluación de su moneda, el rial. Pero este estallido es diferente. Nunca antes, tantas mujeres ―muchas jóvenes― habían agitado sus velos en la vía pública. Un contraste con las concentraciones en apoyo de los ayatolás, formadas mayoritariamente por hombres. Ellas tampoco se habían atrevido a quemar las telas a la vista de todos y frente a edificios gubernamentales. “Somos muchas mujeres jóvenes protestando; estamos enfadadas y furiosas”, cuenta desde Teherán Marion, de 24 años. Describe a mujeres, que acuden acompañadas de amigos, hermanos, padres o novios, que apoyan el clamor de las iraníes. “La diferencia entre estas protestas y las anteriores no es la presencia femenina; siempre hemos luchado junto a los hombres”, considera la periodista iraní exiliada en Canadá. “La diferencia es que estas protestas, nacidas por el dolor del asesinato de Masha y con el velo como protagonista, se han generalizado y han involucrado a todos los sectores de la sociedad”, aclara

La presión que soportan las iraníes es incomparable con la que recae sobre los hombres. Aunque ellos también padecen la falta de libertades, las niñas que nacieron 10 o 20 años después de la Revolución Islámica nunca han podido salir de casa sin pañuelo, en minifalda o manga corta. Sus madres pudieron y nunca imaginaron que el triunfo de la revolución conllevaría cuatro décadas tan oscuras. Todo ese sufrimiento colectivo se ha condensado en esta revuelta. “No tenemos un líder de la revolución. Aquí no hay políticos. Somos el pueblo y necesitamos que el mundo no olvide lo que está pasando”, reclama Niloofar, de 25 años. Habla por Telegram y desde su casa en Teherán. “En cualquier momento Internet se desconectará”, avisa. Comprende perfectamente cómo se debió sentir Mahsa Amini tras ser detenida: hace unos meses ella fue arrestada por la Policía de la Moral por no seguir de manera estricta el canon de vestimenta islámico.

“Nunca olvidaré el miedo y el estrés que sufrí cuando me llevaron detenida. Es una sensación que no puedo borrar”, relata Niloofar. Denuncia también la “indescriptible” corrupción política que existe en el país y que ha abocado a cientos de miles de personas a la pobreza. “Somos muchísimas las mujeres con títulos universitarios que no tenemos trabajo. Tampoco nuestros compañeros hombres. Y es inadmisible en un país con la riqueza de Irán”. Por su parte, el activista Behman también cree que esta revuelta es diferente: “La cultura ciudadana ha cambiado. Antes, las familias aplicaban las conservadoras normas islámicas en casa, a sus hijos, pero ahora ya no: nos hemos unido para luchar contra la dictadura islamista. Eso sí, la represión también se ha vuelto más dura y cruel: hemos perdido nuestra juventud y ahora, nuestra sangre y nuestros cuerpos”.

Un lamento femenino que arrancó en 1979
Las iraníes nunca han quedado en un segundo plano a la hora de expresar el malestar de la población. En 1979, ellas protestaron masivamente cuando el nuevo Gobierno anunció que el velo se convertía en una prenda obligatoria. Entonces, gritaron que no habían participado en una revolución para retroceder. Al velo forzado le siguió la derogación de muchos derechos, que habían conseguido durante el mandato del Sha Mohammad Reza Pahlavi, que trató de modernizar un país que sufría graves desigualdades sociales. Con los años, se ha generalizado una forma menos estricta de llevar el hiyab, al tiempo que han surgido campañas desde el exterior alentando a las iraníes a protestar públicamente por su obligatoriedad. El movimiento bautizado como White Wednesdays, que invita a ponerse un velo blanco los miércoles, fue impulsado por la periodista iraní residente en EEUU Masih Alinejad.

“Necesitamos que el mundo no nos abandone. Siempre hemos estado solos. Occidente mira hacia otra parte cuando se trata de Irán. Por favor, no nos abandonéis”, pide la estudiante de 24 años Kosar. Un clamor que es compartido desde el exterior por muchos expatriados y exiliados. Mina Joshghani es una de ellas. Reside en el Reino Unido, pero hasta 2019 trabajaba como periodista en Irán. Se fue a Londres a estudiar y ahora es una voz conocida del canal en persa de la BBC. Trabajar en la cadena británica le impide regresar a Irán con garantías de seguridad, así que cuando quiere ver a su familia lo hace en Estambul. “Estos días en la calle la gente grita: ‘Desde Kurdistán hasta Teherán, ¿hasta dónde queréis suprimir a las mujeres en Irán? Parece que esta vez las mujeres han decidido que no pararán, y esto es una señal de lo hartas que están de no tener libertad. La gente ya no está asustada, simplemente, no puede más”, añade Joshghani.

La sensación de que algo ha cambiado la comparte Yasaman Khleghian, de 33 años: “He participado en manifestaciones callejeras desde los 18, y puedo asegurar que las manifestaciones de los últimos días son únicas. Hasta ahora no había visto tanta unidad. Este puede ser el primer paso para eliminar la ley del hiyab”, afirma la periodista, que desearía poder participar en las revueltas. A pesar del impulso de las protestas, muchas mujeres temen que nada cambie. Y confían en que el mundo no deje solas a las iraníes. Esta vez, no.

El Motín

Agregar comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.