Cuerpos a los que les sobresalen las costillas, niños enfermos, ancianas debilitadas por desnutrición crónica, una mujer muerta la semana pasada. La tragedia humanitaria que sufre el pueblo yanomami vuelve a ser objeto de denuncia, pero esta vez no por los indígenas ni por organizaciones de derechos humanos, sino por el nuevo gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, que acusa al expresidente Jair Bolsonaro de cometer un «genocidio».
La situación ha llegado a manos de la Policía Federal que ya investiga si hubo crimen de «genocidio u omisión» por parte de los integrantes del anterior Ejecutivo «ante los reiterados pedidos de ayuda» de los yanomamis.
«Una investigación sin fronteras (…) hubo centenas de documentos oficiales enviados a ministerios y organismos públicos. Ahora esas personas deberán explicar por qué, una vez avisadas, no hicieron nada», explicó el ministro de Justicia Flávio Dino. En su opinión, las penas podrían llegar hasta los 30 años de prisión.
Desde su campaña electoral, Lula prometió combatir la devastación de la selva amazónica, especialmente en las reservas indígenas. Al llegar al gobierno creó el Ministerio de los Pueblos Indígenas y colocó a una indígena al frente, la conocida activista Sonia Guajajara, convertida en la primera ministra indígena de la historia de Brasil.
Otro cambio relevante fue poner a Joenia Wapichana, primera diputada indígena en este país, al frente de la Fundación Nacional del Indio (Funai), que fue rebautizada como Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas porque la palabra «indio» se considera discriminatoria.
Este organismo estatal para los asuntos indígenas quedó muy militarizado y con sus competencias diezmadas por la acción de Bolsonaro. El Ejecutivo de Lula destituyó esta semana a más de 40 uniformados de la Funai. Unos movimientos políticos que se han notado de manera inmediata.
El Gobierno ha ofrecido datos estremecedores: en 2022 murieron 99 niños yanomamis por desnutrición, neumonía o diarrea –todas enfermedades evitables–, y en los cuatro años de gestión de Bolsonaro fallecieron 570 menores en todo el territorio.
Un equipo del Ministerio de Salud viajó la semana pasada a la zona para estudiar la situación. Cuatro días después se declaraba el estado de emergencia de salud pública. Más de 1.000 indígenas han podido ser atendidos, y los casos más graves son trasladados a Boa Vista, la capital de Roraima, estado fronterizo con Venezuela. Hay más de 50 niños en cuidados intensivos.
Acompañado por Wapichana y Guajajara, y otros cargos gubernamentales, Lula visitó Roraima y fue tajante al decir que estaba «estremecido», culpó a Bolsonaro de cometer un genocidio y anunció la lucha contra el ‘garimpo (minería ilegal)’.
Explosión del ‘garimpo’
La Tierra Indígena Yanomami, la mayor reserva indígena de Brasil, está distribuida entre el estado de Amazonas y Roraima y viven unos 29.000 indígenas, en aproximadamente 350 comunidades de yanomamis, ye’kwanas y varios grupos aislados.
Los pueblos indígenas han denunciado sin descanso dentro y fuera de Brasil, incluso ante el Tribunal Penal Internacional, el drama que sufren. Se calcula que hay unos 20.000 ‘garimpeiros (mineros ilegales)’ en su zona y muchos están vinculados a bandas como el Primer Comando de la Capital (PCC), la organización criminal más poderosa de Brasil, que domina el narcotráfico en Roraima.
Desde los años 70, en plena dictadura militar (1964-1985), los ‘garimpeiros’ ya agravaban la deforestación, generaban violencia contra las comunidades y propagan enfermedades como la malaria –luego el covid– y estimulaban la entrada de drogas y alcohol en las comunidades ancestrales.
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