La muerte transita por las calles

Hace algunos años un director de Tránsito de la Policía apresó a los muchachos que, como si estuvieran en un canódromo, escenificaban carreras, borrachos y drogados con sustancias prohibidas, en la avenida Abrahán Lincoln en horas de la madrugada provocando accidentes que dejaban una estela de heridos y muertos.

El general, en ese momento coronel, no sólo ordenó el apresamiento de los jóvenes sino la incautación de los vehículos, todos de lujo, lo cual le provocó un problema mayúsculo, pues al día siguiente -¡oh sorpresa!- los padres; empresarios, comerciantes, banqueros, políticos de mucho poder e influencia, lejos de agradecerle la acción fueron airados al Palacio de la Policía a buscar a sus “niños y niñas” exigiendo su puesta en libertad y la devolución de los “coches”, como le llaman los españoles, pues de lo contrario pagaría las consecuencias.

Ni modo, los hijos de “Papi y Mami” salieron burlándose de la autoridad. Fueron despachados con sus vehículos. Días después volvieron a sus andanzas hasta el día de hoy. Ahora están de moda “los ceritos”. Los chicos giran en círculo durante minutos interminables en cualquier esquina de la Lincoln. Solo se escucha el rugir de los potentes motores. Las carreras y los “ceritos”, que dejan huellas en las vías, no cesan. De vez en cuando los jóvenes se van a la Luperón, la 30 de Mayo y la Anacaona. Se les ha visto en los túneles de la 27 de Febrero y en el que conduce a Las Américas. Nadie los detiene.

¿Por qué un padre le “regala” a un hijo un carro deportivo con motores de 500 y 600 caballos de fuerza que cuestan 250 y 300 mil dólares? ¿No le está poniendo un arma en sus manos para que se suicide y de paso mate a otros? Me pregunto: ¿El padre se ganó en buena lid ese dinero o es fruto de la evasión, el contrabando, la corrupción política o incluso el narcotráfico y el bajo mundo? No lo sé. No soy del DNI ni nada que se parezca.

Muchas me pregunto: ¿No fallamos los padres cuando no sabemos decirle ¡no! a los hijos, cuando los complacemos en todo lo que piden, cuando lo abarrotamos de cosas materiales, no de sentimientos y de valores que los conviertan en seres humanos, no en máquinas depredadoras?

Un carro deportivo a un muchacho de 18 y 20 años no le hace bien; no lo educa; lo vuelve arrogante, prepotente, insensible y despiadado. Se cree  estar por encima de los demás porque es rico, poderoso. Lo tiene todo, menos humanidad. El filósofo decía: “Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío” para que ambos no paguen las consecuencias.

Nada es más doloroso, incomprensible y desgarrador, aun para los cristianos, que la muerte inesperada y trágica de un hijo, de un muchacho al que le damos amor y ternura porque es sangre de nuestra sangre.

El hijo de Sandra Acta, un muchacho ejemplar, el amor de su madre y demás familiares, fue embestido cruzando la 27 de Febrero  por un canalla irresponsable en un carro a más de 200 kilómetros por horas lo dejó tirado en el pavimento,  abandonado muerto como si fuera un animal. No se hizo justicia. El poder político y económico lo impidió. No es el único caso. Hay otros, claro que hay otros muchachos muertos por la imprudencia.

La muerte transita en autos de lujo por las calles del país sin que la Policía lo impida por miedo al poder, solo por miedo.

Juan TH

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