Por Luis Emilio Báez
Cuando un lobo va perdiendo la pelea contra otro lobo y entiende que ya no tiene posibilidades de ganar, el lobo perdedor ofrece apaciblemente la yugular al oponente, como si dijera: *”Perdí, acabemos con esto de una vez”.* Sin embargo, en ese momento tiene lugar lo increíble. El lobo ganador, inexplicablemente, se paraliza.
Una fuerza milenaria le impide matar al que desde la humildad reconoce la derrota. Algún mecanismo primario, incrustado en el ADN o mas allá de él, se dispara en el lobo ganador y le recuerda que la especie es mas importante que el placer de eliminar al contrincante. ¡Qué maravillosa relojería instintiva!
Nadie llamaría cobarde al lobo que se entrega, ni conmiserativo al que se paraliza, simplemente el milagro ocurre. Ni vencedor ni vencido. Ambos lobos se alejan y la rueda de la vida continúa.
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