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(Tomado de ABC)
Le llegó el Premio Nobel (1954) cuando muchos pensaban que era un escritor acabado. Pero la publicación de El viejo y el mar (1953) revolvió al viejo león y regresó a las listas de los libros más vendidos y a las columnas de los críticos literarios más exigentes, incluso, a veces hasta rigurosos, y a que un año después se le concediera el que, aún hoy, se considera el máximo galardón literario. Vida y obra en Hemingway han sido una pareja inalterable. Pareciera como si el ímpetu que marcaba su biografía derivara en sus relatos (extraordinarios la mayoría) y en sus novelas (desiguales). Pero no fue así. Como en todo escritor había dos, el personaje físico y el que escribía la ficción, trató de unir a los dos en una tarea imposible.
Hemingway en otoño de Andrea Di Robilant, publicado en una edición exquisitamente cuidada por Hatari! Books, con excelente traducción de Susana Carral e ilustrado con una serie de fotografías complementarios de los hechos que se narran, es una historia conmovedora de los años que transcurren entre 1948, el viaje que emprende a Venecia junto a su cuarta mujer, Mary Welsh, y 1961, año en que se produce el suicidio del autor de París era una fiesta. Lo de Di Robilant, con su precisa nómina de detalles y de gentes, de lugares y de sensaciones, es fascinante porque no se trata de una biografía, ni de una ficción, ni un reportaje, sino de una soberana crónica minuciosa, precisa y concisa, contada, casi día a día, de esos años y de las andanzas de un Hemingway que goza de la fama, la admiración y el entusiasmo de allí donde se presente.
Prensa que le sigue y le persigue por cada rincón de Italia; público lector que espera ansioso sus traducciones al italiano; aristócratas encantados de cortejar y jalear a una figura tan asombrosa, como divertida, torrencial y agotadora, soberbia y frágil; grandes editores que le ofrecen cifras escandalosas por firmar en exclusiva. Todos le festejan y a él le encanta. Siempre rodeado de amigos, de curiosos, de vividores, de encanto, de ese viejo encanto de condesas, baronesas, príncipes, artistas, coleccionistas de arte y poseedor de un desparpajo memorable a la hora de derrochar con gracia y sin reproches, en fiestas, viajes, amistades y horas ingentes cantidades de dólares, y poseedor, también, de una extraña melancolía que solo logra paliar a través de súbitos enamoramientos, a menudo con rasgos adolescentes, es la vida a cada instante.
Uno de esos amores, y que forma parte de la verdadera intriga de este formidable libro, es la historia con la jovencísima Adriana Ivancich. La Renata de una de sus obras en las que puso todo su entusiasmo y que, sin embargo, para amigos, editores, críticos e incluso para la propia Mary resultó un pastiche de su anterior gran escritura, Al otro lado del río y entre los árboles. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Hemingway emprende la que sería la trilogía de la guerra, un Adiós a las armas magnificado. La sombra del joven Norman Mailer y de Irwin Shaw acechan. Pero el viejo león no termina de rematar la versión en tono de épica que espera publicar, así como su nuevo proyecto El mar, en el que confiesa su deseo de superar a Melville.
Mientras tanto se entretiene, viajes a París, estancias en el Ritz; Venecia, y su maravilloso hotel Gritti, horas y horas en el Harry’s Bar veneciano, cenas llenas de ingenio y vinos inmejorables, madrugadas de eterna conversación disparatada, cacerías de patos, las peleas entre Einaudi y Mondadori por adquirir los derechos de sus ediciones en italiano, regreso a Finca Vigía, artículos vendidos por miles de dólares, safaris en África (y graves heridas que tendrán fatales consecuencias), retorno a Pamplona, encuentro con Dominguín y Ordóñez, con Ava Gardner en Madrid, su curiosa relación de amistad profunda con Marlene Dietrich.
Los excesos
La nómina de personajes es un sin fin de historias que se bifurcan. Todos le conocen, todos le persiguen. Sartre y Simone de Beauvoir visitan La Habana y le rinden pleitesía, Simone algo más, y en el ocaso le llegaría el esplendor: Premio Pulitzer en 1953 y Nobel, después. Buena parte de la documentación exhaustiva, elaborada al ritmo de las secuencias y las epifanías vividas, serán las memorias de Mary, alguien a quien su pasión por Hemingway obligó a perdonar los excesos, unos días groseros y desagradables, otros dolorosos e injustos, de «papá».
Sea cual sea la opinión del lector sobre la desmesura de Hemingway y el valor, o no, que conceda a su obra literaria y periodística, Di Robilant ha escrito una de las semblanzas más apasionantes y definitivas sobre un autor de la primera mitad del siglo XX, fiel reflejo de su tiempo, de sus miserias y de sus grandezas, que uno pueda leer sin que, al final, comprenda que buena parte de un tiempo de vino, rosas y literatura quedó melancólicamente atrás.
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