La deforestación en Haití es un problema creciente. La perdida de gran parte de la masa forestal del país ha llegado a extremos insospechados. Si no se revierte la situación el país taíno se podría quedar sin sus bosques primarios en menos de 20 años.
Se calcula que en Haití solo quedan en pie un 2% de los bosques primarios, debido a la tala ilegal de árboles para comercializar el carbón vegetal. Ésta es la principal fuente de energía de los hogares del país, hecho que provoca que Haití esté permanentemente en un estado de vulnerabilidad medioambiental.
Haití es considerado el país más pobre de América. Según Cruz Roja internacional, un 80% de la población está viviendo por debajo del umbral de la pobreza y, más de la mitad del total, en condiciones de extrema pobreza. El terremoto que asoló el país en 2010, lo sumió en un estado de crisis latente de la que todavía no se ha recuperado por culpa, mayormente, de la corrupción de sus élites políticas.
Por suerte, Haití es mucho más que eso: es la riqueza literaria de Marie Vieux-Chauvet, el movimiento espiralista de Jean Claude Fignolé, los profundos retratos de Jacques Gabriel, los pegadizos ritmos de rara de Foula o la monumentalidad de la Ciudadela de Laferrière. Esta última, construida bajo orden de Henri Christophe, el primer rey de una nación independiente formada por antiguos esclavos. Haití es todo eso y mucho más. Pero la realidad es que actualmente el país taíno atraviesa un problema medioambiental de dimensiones más que preocupantes.
Pero para comprender la desastrosa situación medioambiental que vive el país es necesario tener en cuenta su recorrido histórico. Haití ocupa el tercio izquierdo de la isla La Hispaniola (sí, a la que llegó Cristóbal Colón en 1492), pero su verdadero nombre en taíno es Ayiti kiskeya, que significa “tierra de montañas”. Aunque Colón fundó un asentamiento español, rápidamente otras potencias europeas llegaron a la isla. Durante años hubo trifulcas y matanzas entre españoles, franceses y británicos por el control de la isla. Finalmente en el año 1695 después del tratado de Ryswick, Francia se quedó con la parte occidental.
Obviamente, en los años anteriores, tanto españoles como franceses, ya habían autorizado el comercio de esclavos en el territorio, con lo que en 1789 ya había trabajando medio millón de esclavos solamente en la parte francesa de la isla. Centenares de barcos negreros llegaban cargados de hombres para explotar los recursos naturales y trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, café, tabaco y algodón. Hay que tener en cuenta que un 80% del país es montañoso, hecho que acabará provocando que parte de los campos de cultivo y plantaciones se encuentren en las colinas y en las pendientes de las montañas. Ese fue el inicio de la deforestación, ya que tal y como apunta Nathan C. McClintock, “la erosión del suelo y la deforestación son endémicos en Haití debido a siglos de explotación agrícola, primero bajo el sistema de plantación colonial y luego por la extracción generalizada de madera para la exportación y la expansión de la agricultura de subsistencia para los campesinos de las montañas”.
Muchos de los haitianos coinciden que la desforestación, la consecuente erosión del suelo, y la alta contaminación del aire, la tierra y el agua son el resultado de políticas nefastas y la falta de medidas para controlar la explotación del suelo. Cabe tener en cuenta algunas cuestiones para comprender la masiva tala de árboles que ha ido sufriendo el país a lo largo de los años. Para empezar, la mayoría de los haitianos siempre ha cocinado y ha generado energía en sus hogares a partir de la quema del carbón vegetal. El carbón vegetal o charcoal se extrae a partir de la tala de árboles, y ha sido un producto fundamental desde siempre en la mayoría de hogares del país.
A diferencia de República Dominicana, donde el gas constituye la primera fuente de energía, se calcula que el carbón vegetal sigue siendo la principal fuente de energía para un 80% de los haitianos. La FAO (United Nations Organization for Food and Agriculture) calcula que unos 10.000 sacos de carbón se consumen cada día en Haití.
Lo segundo a tener en cuenta es el tema del reparto del suelo en las zonas rurales. Muchos haitianos que viven en el campo llevan a cabo una agricultura prácticamente de subsistencia. Lo poco que les sobra lo venden en los mercados de las aldeas o en el arcén de la carretera. La venta de carbón vegetal representa otra forma de obtener ingresos, hecho que ha disparado la tala de árboles furtiva.
En el mismo sentido, también ha aumentado la expansión anárquica del suelo cultivable en las laderas de las montañas. Eso provoca el aumento el riesgo de desprendimientos ya que no hay una tradición ni formación para cultivar en terraza, hecho que acaba provocando una preocupante erosión del suelo. Aunque solo un 20% de la tierra es considerada cultivable, el 50% está bajo la producción agrícola.
Esa situación termina generando problemáticas a nivel global. La más visible es la pérdida de masa forestal. Según un estudio de la PNAS, se calcula que el 75% del bosque de los parques nacionales haitianos (Pic Macaya o La Visite) ha desaparecido en los últimos 35 años, aunque teóricamente están protegidos por el gobierno.
La otra problemática que genera la erosión de suelo es una mayor inseguridad frente a los huracanes y los terremotos. De esta forma, la preservación del medio ambiente no solo es importante para la conservación de las especies endémicas, sino que también porque ayuda a paliar en parte las catástrofes naturales. La vegetación ayuda a absorber mejor el agua de la lluvia, hecho necesario para evitar los desprendimientos de tierra y las inundaciones.
Los últimos huracanes que han azotado el país, el Mathew en 2016, o el Sandy en 2012, fueron de una agresividad tremenda y provocaron muchos desprendimientos que costaron la vida a miles de personas. Además, la poca supervisión y fiabilidad de las construcciones particulares representan un peligro para futuros episodios catastróficos, como el conocido terremoto que tuvo lugar en 2010 y que devastó gran parte de la capital.
La contaminación de las aguas es otro factor a tener en cuenta. Desde hace tiempo el agua que llega a los hogares de los haitianos no es potable. Por suerte, tres de los ríos que abastecen la ciudad de Port au Prince nacen en una montaña, cerca de la aldea de Kenscoff, donde se encuentra la reserva ecológica Wynne Farm, centrada en la protección y preservación del medio ambiente. La Wynne Farm es una reserva ecológica autogestionada y de inspiración humanista socialista que se encuentra en la región Ouest del país, una de las zonas donde la deforestación ha sido más agresiva. Al mismo tiempo enseñan y difunden la importancia de cuidar el medio ambiente a diversos colectivos tales como escuelas, estudiantes de agronomía y a todo el que quiere acercase para conocer el trabajo que desarrollan.
Aseguran que el gobierno no les da ninguna ayuda para seguir llevando a cabo esta importante tarea. Solamente, desde hace un año, han puesto guardias armados para proteger el perímetro de la finca y evitar que los taladores furtivos ganen terreno. Aunque el gobierno a penas paga a estos guardias y no confían mucho en que la situación esté tranquila por mucho tiempo.
La presión ha sido brutal, la reserva ha sido objeto de amenazas directas e indirectas. Melissa Day, una de las responsables de la reserva, comenta que en diversas ocasionas han venido hombres armados, conduciendo excavadoras y tractores para destrozar el terreno. “Querían hacer un casino”, afirma. Llevan años resistiendo a estos ataques.
Melissa también comenta que de vez en cuando aparecen pequeñas casitas en zonas remotas de la finca. Las construyen los que quieren hacerse con el terreno para sacar rendimiento económico. Después del terremoto de 2010, la ley haitiana permite a los ocupantes ilegales de las tierras que, después de tres años, puedan reclamar la propiedad de aquella pieza de tierra. Pero como es habitual en todo el mundo, hay algunos que se aprovechan de esta situación. De esta forma, bandas pagadas por distintas facciones de las élites económicas y políticas del país, presionan para privatizar el terreno de la reserva ecológica para, en un futuro, poder empezar con la especulación inmobiliaria.
Las buenas prácticas medioambientales son fundamentales para el desarrollo de Haití. Se han hecho varios llamamientos para incrementar el número de áreas protegidas y ayudar a buscar nuevas alternativas sostenibles. El grupo de Naciones Unidas en Haití afirma que es necesaria la colaboración real e inmediata del gobierno para regular la urbanización incontrolada (se calcula que el 74% de los hogares no tienen el mínimo para ser considerados habitables) tanto en las periferias de las ciudades como en las áreas rurales. También urge corregir las deficiencias energéticas y controlar el uso insostenible del suelo rural, entre otros, ya que todo ello afecta de forma especial a la biodiversidad del país.
Todos estos hechos se decidieron revertir como parte de la Agenda de los Acuerdos de París (2016), de momento implementados con más bien poca fortuna. Es importante recalcar que de toda esta situación las mujeres son el colectivo más afectado. Algunos estudios alertan de la desproporción de ingresos que sufren a causa de la deforestación ya que pueden sacar menos rendimientos de los cultivos porqué son las encargadas del cuidado de los hijos y el mantenimiento de los hogares.
Desde el terremoto de 2010, Haití atraviesa una grave crisis económica, política y social. El actual presidente Jovenel Moïse está siendo seriamente cuestionado por el manejo de la situación. Se sabe que gran parte de los fondos de ayuda para la reparación de los graves destrozos ocasionados por el terremoto fueron dilapidados en obras no terminadas. Port au Prince, la ciudad más afectada, aún no ha podido reconstruir parte de sus edificios más emblemáticos como el Palacio Presidencial o la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. La situación se vio agravada por el escandaloso caso de Petrocaribe. El programa Petrocaribe es el sistema por el cual Venezuela presta petróleo a bajo coste a los países caribeños. El Tribunal de Cuentas de Haití desveló que gran parte de estos fondos se habían manejado de forma irregular, hecho que ha provocado diversas oleadas de manifestaciones y disturbios.
Eso ha sido aprovechado por grupos opositores que, según afirman algunos haitianos, han contratado bandas armadas para contribuir a la escalada de la violencia y sembrar la inestabilidad en el país. El caso afecta al presidente actual, ya que también es propietario de algunas compañías involucradas, y a los tres presidentes anteriores.
El gobierno actual se vio obligado a aumentar el precio del combustible, hecho que desgarra aún más a una población muy empobrecida. A menudo todas las gasolineras del país cierran de golpe para exigir que se les pague la importación del combustible, provocando el caos en las principales ciudades haitianas. Diversos actores sociales han exigido responsabilidades, como es el caso de la iniciativa #PetroCaribeChallange que se manifiestan pacíficamente desde el verano de 2016, cuando estalló el caso.
En estas circunstancias políticas y sociales, para los ciudadanos haitianos es complicado prestar atención al respeto del medio ambiente y a la creación de infraestructuras que mejoren la salubridad del aire, el agua y la tierra. “Antes en Haití había luz en las calles, trenes y podíamos ir al cine. Ya no queda nada de todo eso”, dice B., directora de una escuela del barrio de Pétionville. “Es duro pensar que un país puede vivir una regresión tan grande en pocos años”. Muchos afirman que desde el terremoto todo ha ido a peor. Las élites políticas y económicas no han dejado que las ayudas internacionales llegasen a la población y la situación del país se ha ido degradando.
En esos momentos, Port au Prince es una de las ciudades más densamente pobladas de Latinoamérica. Según UNICEF, el analfabetismo en Haití llega a la tremenda cifra de 80%, y solo la mitad de los niños está escolarizado. Se espera que a partir de septiembre, la situación vuelva a ser complicada en las calles a causa de las manifestaciones y los disturbios que bloquean el país.
Los principales actores que ayudan a la preservación del medio ambiente no son optimistas con la situación que está atravesando el país, pero a pesar de eso, siguen luchando. El lema del país es L’union fait la force, aunque por las calles de Port au Prince se pueden leer algunas pintadas en las paredes “Si la unión hace la fuerza, ¿por qué estamos tan divididos?”.
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