El encierro de Felipe Pirela en la cárcel de Ciudad Nueva

Sebastián del Pilar Sánchez

El jueves 23 de mayo de 1968, el popular cantante venezolano Felipe Pirela fue arrestado a las 7:15 de la noche, cuando salía de la emisora Radio Radio de la zona colonial de Santo Domingo, acusado de haber estropeado la noche anterior al transeúnte José Adolfo Hernández Sosa, de 23 años, mientras manejaba un carro Fiat color verde obscuro en la avenida George Washington, de la capital, cerca de la playa de Güibia.

“El Millonario de Zulia”, como se le llamaba en Venezuela por su éxito en la canción romántica, fue encerrado en una celda del Palacio de la Policía y luego trasladado a otra en el Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, como presunto autor del accidente del joven arrollado, que presentaba seis fracturas en una de sus piernas y otras lesiones en la clavícula, el sacro y el codo de su brazo derecho, teniendo que ser intervenido  quirúrgicamente en la clínica Gómez Patiño de la avenida Independencia, donde -según el diagnóstico médico- permanecería en cama largo tiempo.

Esa triste noticia generó un fuerte impacto en la opinión pública, pues nadie esperaba que un cantante que había escalado tan alto en la música, hasta convertirse en “El bolerista de América”, fuera asociado con un lamentable accidente automovilístico en Santo Domingo, donde se encontraba desde hacía cinco semanas.

Era su tercera visita a la República Dominicana, ya que en 1966 y 1967 (desde el 25 de julio) había efectuado exitosos conciertos de boleros en varios centros recreativos del Distrito Nacional, siendo los más impactantes y memorables sus presentaciones en los cines Olimpia y Trianón.

En esos lugares reunió un gran público que escuchó su voz inconfundible, melodiosa y penetrante, y se rindió a sus pies al término de cada función, aclamándolo de modo vibrante y gritando repetidamente: “Otra, otra, otra”, para verlo interpretar sus canciones en medio de extendidas manifestaciones de alegría, ovaciones y firmas de autógrafos.

El amigo José Manuel Vargas González y el destacado fotógrafo y compañero de tertulias Valentín Pérez Terrero, que lo vieron cantar en el conocido cine-teatro Trianón, al aire libre, situado en la avenida Teniente Amado García Guerrero cerca de la calle París, en Villa Francisca,  recuerdan con frecuencia la euforia del público que disfrutó y gozó sus interpretaciones en esa actividad a casa llena, así como el impacto de aquel concierto inolvidable en la juventud capitaleña.

En esta nueva ocasión el ícono del bolero estaba en el país de vacaciones, luego de su gira de tres meses por diversos escenarios de la ciudad de Nueva York y su reciente presentación artística en el hotel El Embajador de Santo Domingo, evento que fue un obsequio a la mujer dominicana con motivo del Día de las Madres y que estuvo precedido por algunas entrevistas y/o presentaciones en un programa de TV meridiano antes de la inesperada contrariedad que impidió su recreo en tierra quisqueyana  y su vuelo inmediato a Puerto Rico, a cumplir compromisos profesionales.

Felipe Pirela tenía una numerosa fanaticada que le daba seguimiento en Santo Domingo a sus éxitos musicales y a su vida personal, desde que saltara a la fama como solista en 1961 con el pegajoso álbum musical “Canciones de ayer y de hoy”, que contenía temas muy populares como “Terciopelo”, “Fue mentira” y “Enamorada”, los cuales fueron grabados cuando se desempeñaba como solista principal de la orquesta que formó en Venezuela el afamado músico dominicano Luis María Frómeta Pereira (Billo).

La primera vez que escuché a conciencia a este célebre vocalista ya había abandonado esa agrupación musical y su fama se había extendido por todo el continente americano, debido al éxito comercial de los boleros: “¿Quién tiene tu amor?”, “Entre tu amor y mi amor”, “Sombras nada más”, “El malquerido”, “Perdámonos” y “Pobre del pobre”. Eso ocurrió en 1967 en el municipio de Imbert, mientras me recreaba junto a varios amigos en la silla voladora de un parque infantil instalado en un terreno baldío de la calle Ramón Matías Mella esquina Fernando Valerio frente a la antigua farmacia Flora.

Entonces el principal admirador allí del bolerista de moda era el joven Martín Rodríguez, mejor conocido como Papi Quicio, quien le daba seguimiento a sus éxitos a través de las emisoras de la región norte: “La Voz del Atlántico”, “Radio Isabel de Torres”, “La Voz de la Libertad” y “Radio Puerto Plata”, y tarareaba repetidamente la melodía: “Quien tiene tu amor/ Ahora que yo no lo tengo/ Dime de quién es y quien se ha llevado tus besos/ Donde reinará el dulce mirar que no siento ya/Yo no sé porque te perdí sin quererlo…”

Ese joven era un tenaz investigador en materia de arte e historia, y poseía un amplio conocimiento sobre el origen del intérprete venezolano que fue bautizado al nacer -el 4 de septiembre de 1941, en la ciudad de Maracaibo, estado de Zulia- con el nombre de Felipe Antonio Pirela Morón, convirtiéndose a los veinte años en “El Bolerista de América”. Fue el apreciado Papi Quicio quien me hizo saber que el artista se dio a conocer a comienzos de la década de 1960 como cantante de la orquesta de cuerdas “Billo´s Caracas Boys”, del maestro Billo Frómeta.

El accidente que dañó la imagen del “Millonario de Zulia”

Aquel infortunado suceso fue ampliamente reseñado por el periódico matutino “El Caribe”, que era el único medio informativo que en 1968 llegaba con puntualidad inequívoca al municipio de Imbert. A Pirela se le imputaba haber actuado de forma inhumana por no haberse detenido a auxiliar a su víctima y conducirlo a un centro de salud. La ley de tránsito castiga con prisión de seis meses a dos años a los conductores que emprenden la fuga.

Paradójicamente, el cantante fue detenido de manera casual por un agente policial que llegó hasta él para advertirle que había dejado mal estacionado en la intersección de las calles El Conde y Duarte, en la zona colonial, el vehículo en que viajaba junto a sus amigos Raúl Sánchez y Tony Lugo, alquilado a la compañía “Rent Car Santo Domingo”. Al observar la placa, el uniformado se percató de que, la familia del joven accidentado ya había interpuesto una querella contra ese vehículo la noche anterior, por  el atropello que había sufrido su pariente.

Instantáneamente se malogró el anhelo de Pirela de cenar esa noche con los amigos mencionados en un restaurant de la avenida George Washington, para luego recorrer todo el malecón y disfrutar de la brisa del mar Caribe, como se había habituado a hacer durante su estancia en Santo Domingo. El artista fue conducido al cuartel de la Policía y desde ese momento tuvo que experimentar molestias y sinsabores, al ser señalado de manera insistente, por la familia del joven estropeado, como responsable del accidente, aunque él lo negaba categóricamente, rebatiendo testimonios de testigos oculares que lo implicaban en el mismo.

Pirela mantuvo una posición invariable cuando relató en la consultoría jurídica de la Policía, ante el capitán abogado Fabio C. Terrero Ramírez, que desde las 6:30 de la tarde hasta las 11:30 de la noche del día infortunado había permanecido en la casa de sus amigos de la calle A No. 17 del ensanche Ozama. Aunque inicialmente fue encarcelado, el cónsul de Venezuela intervino para que se le permitiera abandonar de noche su celda en el Palacio de Justicia, para ir a dormir en la sede diplomática de su país, con el compromiso de no fallar en sus citas judiciales y así agilizar el juicio en marcha.

El joven José Adolfo Hernández Sosa, en su lecho de la clínica Gómez Patiño.

Más tarde, consiguió alojarse en esa embajada, pero sin poder movilizarse por la ciudad y compareciendo con puntualidad –junto a su abogado Alejandro González- a las ocho audiencias realizadas, contando con la asesoría del destacado jurista Héctor Sánchez Morcelo, quien gestionó los trámites de la libertad provisional que obtuvo el 27 de mayo y de la sentencia de no culpabilidad otorgada por el juez de la causa sin objeción de la parte civil constituida por la familia del accidentado.

Sin embargo, se vio forzado a permanecer en el país debido a que estaba viviendo una mala racha económica que lo mantuvo refugiado en la casa de uno de sus amigos del ensanche Ozama. Allí estuvo hospedado y no pudo subir a un escenario artístico en el país debido a que empresarios y comunicadores decretaron un boicot a sus discos e influyeron en que dejaran de tocarse en las emisoras locales.

Esa situación coincidió con su divorcio en Venezuela de Mariela Guadalupe Montiel Prieto, una linda quinceañera de Maracaibo que lo estaba acusando de paternidad irresponsable por incumplimiento en el pago de la pensión alimenticia de su pequeña hija Lennys Beatriz Pirela Montiel.

Pirela se va, pero vuelve

El solista venezolano logró marcharse de Santo Domingo y se creía que jamás pisaría territorio dominicano, pero regresó de modo silencioso poco después, instalándose en el hotel Embajador y más tarde –por la falta de recursos económicos- en la casa de sus amigos del ensanche Ozama. En su compañía anduvo por la región sur y el Cibao, resistiendo el boicot empresarial a sus canciones y actividades artísticas y demostrando que aún seguía siendo el preferido del público en los campos y ciudades del interior.

Pirela se marchó a Puerto Rico donde estaba residenciado, pero seguiría en contacto con los dominicanos hasta la hora de su muerte, grabando incluso la bella canción “Como tú, una flor”, del cantautor criollo Víctor Víctor.

El distinguido jurista doctor Carlos Balcácer nos recordó en un comentario por Facebook que el Millonario de Zulia grabó la popular canción “Lo que es la vida”, inspirada en aquel terrible acontecimiento. Esta motivó al escritor Luis Ugueto a llevar a cabo una amplia investigación documental sobre la historia del artista, haciéndose merecedor en la Guaira del Premio Municipal de Literatura 2010, mención Investigación Histórica.

Me complace reproducir las letras de la citada canción: “Desde muy pequeño quise siempre ser algo en la vida/ Para ofrecer a mi vieja sueños que mi mente creó/ La pobreza era mi sino, mi mente triste y viajera/ Mas, en mi garganta un hilo triste de dolor cantó/ Me lancé a los cuatro vientos y luché con el destino/ Fui bebiendo en el camino hambre, tristeza y dolor/Crucé mares sin destino y vencí estando vencido/ Y hoy, como pago, recibo cruel egoísmo y traición/ Lo que es la vida, este mundo en que vivimos/ Por vencer mi cruel destino ahora me quieren hundir/ Lo que es la vida, me persiguen y maltratan/ Crucifican y me acusan de algo que no cometí/ Lo que es la vida, lo que puede el egoísmo/ La envidia que es terca y mata/ Como a Cristo se me achaca el crimen que no viví/Mas, como hombre que he sido, que supo luchar parejo/Entiendan que no me hieren odio, egoísmo y rencor/Yo sé responder con fuerza, luchando en cualquier terreno/Cuando la baja calaña se muerde al oír mi voz/ Lo que es la vida, este mundo en que vivimos/Por vencer mi cruel destino ahora me quieren hundir/Lo que es la vida, me persiguen y maltratan/ Crucifican y me acusan de algo que no cometí/Lo que es la vida, lo que puede el egoísmo/ La envidia que es terca y mata/ Como a Cristo se me achaca el crimen que no viví/Mas, como hombre que he sido, que supo luchar parejo/Entiendan que no me hieren odio, egoísmo y rencor/Yo sé responder con fuerza, luchando en cualquier terreno/Cuando la baja calaña se muerde al oír mi voz”.

Con Pirela terminó el reinado musical del bolero de sonoridad romántica y de lenguaje metafórico que marcó a los sobresalientes intérpretes de los años 50: Lucho Gatica, Leo Marini, Daniel Santos, Pedro Infante, Alfredo Sadel, Antonio Prieto, Roberto Ledesma, Roberto Yanés, entre otros, para dar paso a los géneros del bolero-balada y la balada romántica en voces como las de Charles Aznavour, Rocío Dúrcal, Marco Antonio Muñiz, Nicola Di Bari, Raphael, Lucecita Benítez, Palito Ortega, Leo Dan, Angelita Carrasco, Sandro, Leonardo Favio, Rocío Jurado, Julio Iglesias, Danny Rivera, Lolita Flores, José Luis Perales, Ana Belén y José José.

El Motín