Por Bernardo Pilatti
La tan deseada pelea entre Floyd Mayweather Jr. y Manny Pacquiao, empezó hace casi seis años. Ha sido una larga pieza teatral que ha presentado, en las últimas horas, una de sus escenas culminantes: la firma del filipino a todos los contratos.
¿Y ahora qué? Ahora faltaría la otra rúbrica, la del actor principal o la figura que a lo largo de esta pieza a deshojado la caprichosa margarita del quiero o no quiero hasta el límite de lo insoportable. Y esa firma ocurrirá en poco tiempo o tal vez ya ocurrió. Me inclino a creer que el anuncio de Bob Arum y el previsto viaje de Manny Pacquiao a USA para presentar su documental, son apenas reflejos de la misma obra.
Bob Arum dijo lo que mucha gente quería escuchar y es bueno preguntarse si ello nació de su libre y espontánea inspiración u obedece a una cuidada estrategia de mercado que solo confirma lo que muchos presumimos: esta batalla hace rato está confirmada. Incluso antes de la firma del contrato por parte de Pacquiao.
Eso comenzó a ser una realidad, el día en que Todd duBoef, el CEO de Top Rank y yerno de Arum, coincidió con Mayweather en los pasillos del último congreso del CMB. O comenzó a ser una realidad, el día en que Showtime descubrió que firmar seis peleas de Floyd para la cadena representan más perdidas que ganancias o comenzó a ser una realidad, el día en que Floyd Mayweather Jr. empezó a romper el cordón umbilical con Al Haymon y asumió también la condición de promotor que seguramente le acompañará durante el resto de su vida lejos del cuadrilátero.
La firma de Manny Pacquiao no es ninguna novedad, como tampoco serán una novedad los próximos anuncios de Floyd Mayweather. Ya sea dando largas al asunto, ya sea firmando silenciosamente sin aspavientos actorales e incluso si sorpresivamente rechaza la batalla. Ello será también parte del show. Rechazar lo que luego aceptará, pero dándole un tiempo a todos los reflectores para que alumbren su figura de rey del espectáculo. De ello vive y es natural que lo haga.
Y la batalla entre estos dos veteranos campeones se realizará el 2 de mayo en Las Vegas y es posible que también esté firmada la revancha. En septiembre de este año o durante el 2016, cuando Mayweather , sin contrato que lo ligue a Showtime, sea dueño absoluto de su destino.
No hay razones para imaginar que el guion de esta pieza sea uno diferente. Nadie debería considerar que es posible un no de Mayweather, cuando fue él y nadie más, el primero en convocar al filipino para enfrentarse este año. «Vamos a hacerlo, vamos a darle a la gente la pelea que ellos quieren», fueron sus palabras. Tampoco hay motivos para sospechar de otro fiasco que impida el multimillonario combate. Si ello ocurriera, el propio Floyd debería preguntarse por cual razón se hace llamar de «Mister Money».
La única duda que viene a mi mente con relación a este combate, pasa, precisamente, por la pregunta que da título a esta columna. ¿Cuándo terminará el teatro y cuándo comenzará la realidad? Mi aspiración es que ello ocurra antes de que estos dos rivales suban al cuadrilátero y tantos años de marchas y contramarchas queden en el olvido.
El deseo es que esa pelea, que quizás rompa todos los récords de audiencia y recaudación, esté a la altura de sus expectativas. Deseo que al menos algo de aquello que iluminó las victoriosas carreras de Mayweather y Pacquiao, alumbre también la batalla del 2 de mayo.
Apenas, se trata de una expresión de deseo, porque hasta el último instante mantendré vigente el beneficio de la duda y el temor a que esta larga obra teatral, sola termine con el campanazo final de una pelea aburrida, sin emociones y bajo el atronador abucheo de una desilusionada multitud.
Ojalá que ocurra todo lo contrario. Ojalá que la realidad, esta vez, supere al teatro. Ojalá.
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