Así inició Pablo Neruda, el poeta continental de mayor trascendencia planetaria, sus hermosos versos dedicados a Fidel, al revolucionario de mayor proyección y gravitación mundial entre los grandes íconos de las revoluciones proletarias, campesinas y populares del Siglo XX, en la plenitud de su epopeya transformadora caribeña y continental.
Pensamiento y acción, que fundidos en armas contra las injusticias, la explotación y la opresión, y abrazados al inconcluso y heroico proyecto de redención socialista, lo situaron -acompañado del ejemplo místico de Ernesto –Che-Guevara- en el sensible corazón de una patria inmensa y oprimida que se llama Humanidad. Todos, todas, inspirados/as en el genio revolucionario de Carlos Mark y Federico Engels.
Fidel es símbolo, junto a Lenin, Rosa Luxemburgo, Mao Tse Tung, Ho Chi Ming y otros precursores y maestros de las modernas revoluciones de orientación socialista, de una época que produjo procesos y liderazgos de infinito valor para el presente y futuro de la humanidad.
Su clarinada, la Revolución Cubana, y el decoroso y sonoro grito emancipador de un David rebelde e indoblegable frente al cruel dominio de Goliat, en su propio patio trasero, tuvo la particularidad de un carisma y un periodo efervescente que lo proyectó a todos los rincones del planeta.
Fidel, en el campo del antiimperialismo consecuente, fue espectacularmente ejemplar, una especie de Ho Chi Ming latino-caribeño, que encabezó sin tregua el proceso hacia una nueva independencia continental. Un Martí, un Maceo, un Bolívar, un Luperón de los nuevos tiempos. Irreductible frente al Norte brutal e implacable.
Su principal legado nacional es que Cuba perdura en la conciencia de gran parte de su pueblo como proceso soberano y referencia de justicia y equidad social, pugnando por renovarse, resistiéndose -lo mejor y más digno de esa sociedad- a caer en las garras de la economía capitalista; todo esto en el marco de una caótica decadencia imperialista, de la descomposición del capitalismo, de su pentagonización y gansterización, y del neofascismo que asoma en sus podridas entrañas, expresado por el predominio de la opción Donald Trump al compás de la degradación de la partidocracia tradicional estadounidenses.
No termina su obra por el ideal comunista, que hizo época, con su fallecimiento físico. Remonta su fructífera vida más allá de los siglos XX y XXI en que les tocó actuar.
Perdura.
Trasciende.
Retumban sus palabras y sus acciones como canto a la futura emancipación de nuestra América y de toda la Humanidad, enseñando sus aciertos y remontando sus fallas y limitaciones evidentes en un combate tan duro y desigual.
Esa trascendente pelea no termina ni con las victorias parciales ni con los reveses impuestos.
A penas comienza, luego de vivir solo el prólogo de las liberaciones que siguen convocado a los sobrevivientes de varias épocas de combates libertarios y a las nuevas generaciones revolucionarias.
Los grandes cambios, de determinadas formaciones y sistemas económicos-sociales y políticos a otras capaces de superarlos radicalmente, tardan mucho más que las miradas cortas de los seres humanos contemporáneos respecto a las expectativas de sus propias luchas. Mas cuando el orden injusto y perverso a reemplazar, como el capitalismo-imperialismo actual, es planetario y precisa ser enfrentado con una insubordinación global, latino
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