El derecho a la ciudad: no es acupuntura…

El derecho ciudadano, es ante todo el derecho a la ciudad. El concepto apareció en 1968 cuando el filósofo-urbanista francés Henri Lefebvre escribió “El derecho a la ciudad” tomando en cuenta el impacto negativo sufrido por las ciudades en los países capitalistas, con la conversión de la ciudad en una mercancía al servicio exclusivo de los intereses de la acumulación del capital.

Lefebvre aboga a través del derecho a la ciudad por “rescatar el hombre como elemento principal, protagonista de la ciudad que él mismo ha construido”. Ese humanismo no impacta en los países del Hemisferio Sur, al contrario, porque los modelos económicos  implementados anteriormente, habían formado inmensos barrios marginales, en todas las ciudades creando dos realidades que se complementaban.

El neoliberalismo, más reciente,  profundiza todas las situaciones heredadas de exclusión de los servicios básicos y de relegación de los barrios en general, la distanciación social y física la realizo la modernización de la ciudad con las obras viales  aéreas, la reurbanización en torres,  la reducción de los espacios públicos populares que permitían la convivencia social: la ciudad ha perdido su esencia,  fue tomada por los intereses del capital y así dejó de pertenecer a la gente, provocando la perdida de identificación con la ciudad y el barrio, la exclusión, la desesperación por lo tanto el derecho a la ciudad. No será fácil,  restaurar el sentido de ciudad, instaurar la posibilidad del “buen vivir” para todos, y hacer de la ciudad “el escenario de encuentros para la construcción de la vida colectiva”.

La ciudad, como lo analiza Jordi Borja, es un espacio político, donde es posible la expresión de voluntades colectivas, es espacio para la solidaridad. Santo Domingo es espacio de conflicto. El derecho a la ciudad es la posibilidad de construir una ciudad en la que se pueda vivir dignamente, reconocerse como parte de ella, y donde se posibilite la distribución equitativa de diferentes tipos de recursos: trabajo, de salud, de educación, de vivienda, recursos simbólicos: participación, acceso a la información, etc.

El derecho a la ciudad como lo afirma David Harvey, no es simplemente el derecho a lo que ya está en la ciudad, sino el derecho a transformar la ciudad en algo radicalmente distinto, es la reivindicación de poder crear otra ciudad. La ciudad debe pensarse a través de los conceptos de ciudadanía y espacio público con una visión integral e interdependiente de los derechos humanos para lograr la meta de recuperar la ciudad para todos sus habitantes.  No es un derecho más, es el derecho a hacer cumplir los derechos que ya existen formalmente,  se basa en una dinámica de procesos y de conquistas, en el cual los movimientos sociales son el motor para lograr el cumplimiento del derecho a la ciudad.

Lo que fue Santiago, ese fin de semana. El fracaso de las estrategias de desarrollo, en cuanto a los beneficios logrados,   cuestiona claramente  las fuerzas económicas,  la injusta repartición de los costos y beneficios sociales e ambientales. No debe extrañar, por lo tanto, que todos nuestros ecosistemas naturales estén en graves desequilibrios y que  Santo Domingo, como lugar principal y dinámico de ese desarrollo, también tenga todos sus componentes  sociales y urbanos  en crisis. Por eso, las “acupunturas urbanas” –intervenciones arquitectónicas puntuales- como en  la Nueva Barquita, el Cachón, el juguete llamado teleférico, ahora La Ciénaga-Los Guandules,  no podrán devolvernos la Ciudad de todos y sanear el dislocamiento de las relaciones sociales que en la ciudad, se manifiestan por la insumisión y la  inseguridad. La acupuntura urbana, como solución política,  no puede reconstruir todo lo que se destruyó en la sociedad y en la Ciudad.

 

Amparo Chantada

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