El poeta uruguayo Mario Benedetti, un muerto, nunca más vivo, que anda por ahí como un duende utópico, escribió un poema que bien merece leerlo una y otra vez, reproducirlo una y otra vez, hasta que nadie lo olvide a la hora de arrodillarse y perder para siempre su dignidad y su decoro hasta convertirse en un estropajo humano, escribió el inolvidable poema “Decir que no”, que viene como anillo al dedo después de dos ejemplos de la política, uno a imitar y el otro a rechazar.
“ya lo sabemos/es difícil/decir que no/decir no quiero
Ver que el dinero forma un cerco/alrededor de tu esperanza/sentir que otros/los peores/ entran a saco por tu sueño
Ya lo sabemos/es difícil/decir que no/decir no quiero
No obstante/como desalienta/verte bajar tu esperanza/saberte lejos de ti mismo
Oírte/primero despacito/decir que si/decir si quiero/comunicarlo luego al mundo/ con un orgullo enajenado
Y ver que un día/pobre diablo/ya para siempre pordiosero/poquito a poco/abres la mano
Y nunca más/puedes cerrarla”.
En estos tiempos de convulsión moral y deterioro del honor, he visto a tantos, incluso algunos amigos, descender del pedestal de la dignidad en el que estuvieron alguna vez, para decir: “si quiero” y extender la mano olvidando a los hijos, los compañeros de la oficina, los amigos en las tertulias a los que jamás podrá volver a mirar a los ojos con la frente en alto pletórico de orgullo por haber actuado correctamente.
En la vida hay que tener el coraje de saber decir “no”, “no quiero”, “no puedo”, y dar la espalda marchándose con una sonrisa de triunfo, de victoria.
Suelen decir que “si” siempre los carentes de personalidad y carácter, los pusilánimes, los cobardes, genuflexos que se rinden ante cualquier adversidad, los peleles y mequetrefes inútiles hasta en un circo.
Saber decir “no” cuando está en juego el respeto por uno mismo, la vergüenza, el honor, la nobleza y la hidalguía, es lo que hace diferente a los hombres que hacen historia y se convierten en paradigma sociales imperecederos.
No es obligatorio traicionar a nadie, mucho menos a uno mismo. Siempre, en todo momento y circunstancia, está el “no”, grande y rotundo, porque como dice Benedetti, “uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere, porque una cosa es morirse de vergüenza y otra cosa es morirse de dolor”.
Es mejor morir de dolor que de vergüenza.
Los dirigentes del partido de gobierno no solo se corrompieron perdiendo los valores éticos y morales que durante más de dos décadas predicaron, sino que hicieron lo mismo con la base de su organización y con toda la sociedad. Descubrieron que todos tenemos un precio convirtiendo el país en un estercolero donde sobreviven los escarabajos del fango, las pulgas y las garrapatas de la política chupándole inhumanamente la sangre al pueblo y sumergiéndolo en la pobreza mientras lo despoja de su idiosincrasia al no poder decir: “no, no quiero” y levantar una muralla valiente de fe y esperanza, de orgullo y honestidad, contra la pobreza espiritual que es la más brutal de todas las pobrezas.
Hasta a la mujer amada; hasta a los adorados, hay que saberle decir: ¡NO!
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