De la ONU nunca ha salido nada a favor de los países negros y pobres

 La Organización de las Naciones Unidas fue creada el 24 de octubre de 1945, en San Francisco, California, Estados Unidos. Acaba de celebrar su Asamblea General número 76. Y siempre se establecen resoluciones que nunca se cumplen, lo que lleva a muchos a pensar que el que vio una de esas congregaciones, aunque sea a través de la televisión, puede decir que las ha visto todas.   

Los tradicionales temas giran en torno a la paz, la alimentación, el agua, la pobreza, la salud, la educación, era digital, los derechos humanos, la libertad de expresión, economía, deuda externa y el multilateralismo, entre otros. En las últimas décadas, con motivo del calentamiento global, el “cambio climático” nunca se queda fuera y en esta oportunidad, era de esperarse, todos los presidentes, jefes de Estado y de Gobierno presentes abordaron “el coronavirus” y sus efectos mundiales y particulares.   

La cobertura periodística tradicionalmente ha sido planetaria y siempre se crean expectativas mayores, sobre todo entre países en conflictos. Naturalmente los habitantes de los diversos países dan prioridad a la participación y a los discursos de sus presidentes, que muchas veces, esa representación, se convierte en el figureo político mayor de toda la carrera.    Por esos congresos han desfilado, durante décadas, verdaderos estadistas, pero también presidentes demagogos y charlatanes, que en ocasiones, al salir del poder, son perseguidos por corrupción pública o por estar involucrados en narcotráfico. Experiencias sobradas tenemos en la región.    La verdad es que en esas sesiones se ha teorizado demasiado sobre temas como la pobreza y la alimentación, pero con el paso de los años la brecha social cada vez es mayor en el mundo, empezando por los pueblos del África, los cuales atraviesan por pobreza extrema, sin acceso a una comida adecuada ni a servicios básicos, como educación, salud, agua potable, energía…    Mientras de un lado del mundo se dispone de abundancia excesiva de bienes y exquisitos servicios, el otro lado del planeta sobresale por la escasez en todo el sentido de la palabra. Es la razón por la cual hay países cuyas poblaciones tienen expectativas de vida que superan los 80 años y otras apenas los 35 y 40.   

¿Qué ha hecho la ONU, desde su fundación, para combatir la pobreza y el hambre de los países del mundo? Nada.    En la agenda de las potencias no está desprenderse de una ínfima parte de sus riquezas para otorgarlas a los pueblos necesitados del mundo. Ni siquiera aportan lo necesario para el desarrollo de proyectos que contribuyan a largo plazo a sacar a los países pobres de la situación en que se encuentran.   

El caso más evidente lo tenemos en Haití, cuyos problemas principales fueron descriptos con mucha propiedad por el presidente dominicano, Luis Abinader, pero los representantes de países potencias presentes no se dieron por enterados, empezando por los de Estados Unidos, Canadá y Francia.   

Todo indica que para las potencias hay seres humanos de primera y de segunda. De primera son los blancos de países desarrollados, como los de la Comunidad Económica Europea, que no requieren de visa para ingresar a Estados Unidos, porque son turistas. De segunda son los habitantes de los países en vía de desarrollo, sobre todo aquellos de raza negra y de lugares pobres, como es el caso de los africanos y de los haitianos.   

Mientras en Estados Unidos se incentiva la llegada a su territorio de los europeos, a los haitianos ilegales se le persigue a caballo y se les da latigazos. Dejémonos de hipocresía y de demagogia. Esas asambleas de la Organización de las Naciones Unidas no sirven para nada, da lo mismo hacerlas o no. De la ONU nunca ha salido nada a favor de los negros y de los pobres.

El Motín

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