Hace un año y días mi hijo y yo estábamos sentados en una sala de espera desde donde partiría un vuelo Miami-Guayaquil. Aprovechando un retraso entramos a comer algo de basura a uno de esos lugares donde no hay ninguna otra cosa disponible. Frente a nosotros, un matrimonio con dos hijos adolescentes.
Cada uno de los cuatro está inmerso en la pantalla del celular propio. No se miran ni hablan entre si ni parecen enojados. Melvin Jr. Y yo nos percatamos del espectáculo y prolongamos nuestra sentada en la mesa solo para ver hasta donde y hasta cuando duraba. Al final, nos cansamos de esperar. Los cuatro seguían impasibles. Nunca intercambiaron palabras ni miradas. Entonces fui yo quien, ensayando una observación sarcástica, exclamé: “ Y después salen por ahí a decir que tuvieron una cena en familia”.
Días atrás un periodista dominicano cuyo nombre no puedo recordar publicó en Facebook un experimento interesante. Cámara en mano, salió a entrevistar numerosas personas queriendo saber como habían pasado o reaccionado frente al temblor de tierra de la noche anterior. Inquirió de algunos entrevistados, donde les había sorprendido el temblor porque, naturalmente, a diferencia de los huracanes y las epidemias, los temblores de tierra siempre atacan por sorpresa, por lo tanto, siempre es válida la pregunta de donde estaba cada cual cuando le sorprendió el temblor. Cada cual, dio su versión. Algunas pintorescas, otras sobrias y no faltaron elementos dramáticos.
Sin embargo, lo que hizo las entrevistas memorables fue la reacción de cada uno de los entrevistados al enterarse, por boca del entrevistador, de que no había habido ningún temblor de tierra y de que, por lo tanto y sin espacio para duda alguna, todos habían mentido al referir su experiencia personal ante un temblor de tierra que nunca ocurrió.
Podría emborronar cuartillas analizando las ramificaciones del experimento, sus vinculaciones con las encuestas y demás, pero estando en navidad, mejor lo dejo ahí atendiendo mas a lo humorístico que a lo científico.
Dos o tres veces al año, alguien que generalmente no conozco o no reconozco me aborda con la intención aparente de recordar nuestra participación o nuestro papel en la batalla tal, en el año tal, en las circunstancias tal y así por el estilo. Al principio de esto haber empezado a ocurrir ponía gran esfuerzo en aclararle al abordante de que tenía una confusión porque yo no había estado en esa batalla, ni conocía esas circunstancias a las que, tan vivamente aludía. Uno que otro rectificaba pero otros insistían y no dejaban de lamentar o criticar mi mala memoria, porque, ¿como era posible que lo hubiera olvidado?
Mi perplejidad y valga decirlo, mi estupidez, duró hasta un día cuando, visitando al general, pero para mi siempre Capitán de la patria Héctor Lachapelle Díaz, escuché a Gladis, su esposa de toda la vida, referir molesta la visita reciente de alguien quehabía insistido en precisar su presencia junto a la de Héctor en un escenario que ambos descartaron inequívocamente.
-El asunto- precisó Gladis- es que ya estamos acostumbrados a gente que quiere legitimar su presencia en un lugar donde no estuvo -para ganar méritos que no le corresponden- sirviéndose de la coartada de conseguir que alguien que si estuvo lo refrende con su aceptación.
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