MALAUI (África).-Tradicionalmente se degusta como un tentempié, pero la pandemia de coronavirus lo ha convertido en un plato de resistencia: los ratones en Malaui han pasado a ser un ingrediente esencial en la dieta de la población más pobre, amenazada por el hambre.
A lo largo de los 320 kilómetros de carretera que separan Blantyre y Lilongwe, las dos principales ciudades del país, decenas de vendedores proponen a los viajeros brochetas de carne de roedor.
A medio camino, en el distrito de Ntcheu (centro), Bernard Simeon se ha convertido en uno de estos chefs informales.
Enclavado en África austral, Malaui es considerado uno de los países más desfavorecidos del planeta. Más de la mitad de sus cerca de 18 millones de habitantes sobrevive bajo el umbral de la pobreza.
Como en el resto del continente, las medidas sanitarias adoptadas para frenar la propagación del covid-19 –más de 5.400 casos y cerca de 170 muertos oficialmente, según el último balance– afectaron duramente a su economía, ampliamente informal y rural, así como a su población.
El Banco Mundial anticipa una caída del 3,5% de su Producto Interior Bruto (PIB) en 2020.
Una organización patronal local (ECAM) documentó que se destruían de media 1.500 empleos por día y estima que esta cifra acumulada podría llegar a los 680.000 a finales de año.
El gobierno del ex presidente Peter Mutharika, que perdió en las elecciones de mayo, había prometido un programa de ayuda urgente a los más pobres que nunca vio la luz. Su sucesor, Lazarus Chakwera, aún trabaja en su propio plan de ayuda.
Mientras, la crisis sanitaria y económica acrecentó la inseguridad alimentaria de numerosos malauíes, obligados a ingeniárselas para saciar el hambre.
“Normalmente, contamos con mi marido y su trabajo”, confiesa la esposa de Bernard Simeon, Yankho Chalera. “Pero cuando los tiempos son duros, contamos con los ratones pues ya no podemos permitirnos la carne”.
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