WASHINGTON.- Un día trágico, sangriento, terminó de engendrar la peor realidad imaginable para Joe Biden y su ya caótica salida de Afganistán. Al colapso del gobierno afgano, la caída de Kabul, el relampagueante retorno de los talibanes al poder –que nadie en su administración anticipó– y la angustiante evacuación de los últimos días se sumó un atentado terrorista en el aeropuerto, el ataque más temido y anticipado, que dejó decenas de muertos, incluidos niños y 13 militares que ahora volverán a casa en ataúdes cubiertos con banderas.
La reacción inmediata de los republicanos ante una debacle que solo empeora con el paso de los días y las horas, preludia una ofensiva sin cuartel: acusaron a Biden de tener “sangre en sus manos”, y pidieron su renuncia o un juicio político.
Kabul se vistió de anarquía. Un “complejo ataque” que incluyó al menos dos explosiones en uno de los ingresos del aeropuerto internacional y en un hotel cercano, y disparos que dejaron decenas de muertos y heridos, y puso en máximo riesgo la continua evacuación de Estados Unidos y sus aliados occidentales, muchos de los cuales decidieron dejar de inmediato el país.
Para Biden, el ataque fue un mazazo a su presidencia. Su decisión de seguir adelante con el plan de Donald Trump y abandonar Afganistán, poniendo punto final a la guerra más larga de Estados Unidos –la “guerra eterna”– siempre contó con respaldo político. La mayoría de los norteamericanos quería dejar Afganistán. Pero no de esta manera.
El pandemonio de los últimos días, que el propio Biden tildó de inevitable luego de prometer una salida ordenada, le deja un costo político difícil de calcular. Ya era la peor crisis de su presidencia, y el atentado ahora lo dejó con 13 militares muertos –12 marines y un médico– y otros 18 heridos en el día más letal para Estados Unidos en Afganistán en más de una década. Hacía un año y un medio que un soldado norteamericano no moría en Afganistán. Un cierre sangriento.
“Ha sido un día duro”, reconoció un Biden visiblemente afligido, al comenzar su discurso en la Casa Blanca horas después de los ataques.
Con ese epílogo en Afganistán, poco puede llegar a gravitar en el inconsciente colectivo del país que el gobierno de Biden haya logrado sacar a más de 100.000 personas del país desde fines de julio, una evacuación aérea jamás vista. Hace apenas dos días, la vocera presidencial, Jen Psaki, había llegado a decir incluso que el operativo no era “otra cosa que un éxito”. Pero miles más aún esperan poder huir, norteamericanos y, sobre todo, afganos aliados. Biden prometió terminar la evacuación y ayudar después a huir a quienes no lleguen a ser evacuados, y se vio transformado en un presidente –otro– forzado a responder un ataque terrorista con un ataque militar.
“No perdonaremos. No olvidaremos. Los perseguiremos, y los haremos pagar”, dijo Biden, una frase que pareció sacada de un discurso de George W. Bush tras los atentados del 11-S.
Biden y su equipo apostaban a completar la retirada de Afganistán rápido, sin más sobresaltos, sin sangre, para terminar de dar vuelta la página y regresar a su ambiciosa agenda doméstica, pilar principal de su presidencia, y un terreno mucho más ameno hoy para la Casa Blanca que la arena internacional. El cálculo político oficial era que los norteamericanos estaban mucho más interesados en los problemas del país que en la catástrofe de Afganistán, un cálculo que dependía, en cierta medida, de que no hubiera atentados o muertos. Ya no. El ataque cubre de luto un repliegue que ya había dejado una cicatriz en la credibilidad de Biden, la de Estados Unidos y la de sus aliados. Y deja a la vista la latente amenaza terrorista.
Las encuestas muestran que la desastrosa salida –que muchos achacan también a los errores heredados de Bush, Barack Obama y Trump– ya golpea la popularidad de Biden. La aprobación de su presidencia cayó ocho puntos desde un pico arriba del 55%, a principios de abril, al piso actual del 47%, según el promedio del sitio RealClearPolitics. Esa caída ganó vértigo en los últimos días, cuando por primera vez más estadounidenses empezaron a pensar que está haciendo mal su trabajo que los que piensan que lo está haciendo bien.
Paradójicamente, la gran mayoría del país nunca dejó de apoyar la retirada de Afganistán. Los sondeos todavía indican que alrededor de seis de cada diez estadounidenses está a favor de la salida, por más que critiquen y vean con malos ojos la manera en la que se ejecutó el repliegue.
Al inicio de su presidencia, Biden era puesto a la altura de Franklin Delano Roosevelt. Ahora su nombre aparece al lado de un presidente demócrata devaluado: Jimmy Carter. Los republicanos prometen atormentarlo con el desastre afgano el resto de su presidencia, y si los demócratas llegan a perder el control de la Cámara baja del Congreso en las legislativas del año próximo –algo plausible–, podrán avanzar y cumplir con su promesa de llevarlo a un juicio político.
Hay quienes creen que Biden puede recuperar terreno en los próximos meses con el impulso de su agenda doméstica, y tapar el fracaso del repliegue de Afganistán. Pero, hoy por hoy, Afganistán se ha convertido en su peor pesadilla. Y la retirada ni siquiera ha terminado aún.
Agregar comentario