Leo XIV y Trump: El Eje Vaticano-Washington

Por Jaime Bruno

La historia nos ha enseñado que los grandes giros del poder no siempre se dan por la fuerza de las armas, sino por la influencia de símbolos, ideas y credos.

En días recientes, esa lección se ha hecho vívidamente presente con la elección del nuevo pontífice, el Papa Leo XIV, de origen norteamericano y raíces hispano-europeas, marcando una coyuntura histórica sin precedentes: por primera vez, el Vaticano y Washington comparten no solo intereses estratégicos, sino también una identidad cultural directa.

El fallecimiento del Papa Francisco, figura de gran peso ético y defensor de una Iglesia socialmente comprometida, ha abierto paso a un liderazgo renovado en Roma que, paradójicamente, se siente también en los pasillos de la Casa Blanca.

La elección del cardenal Robert Prevost como nuevo Papa ha coincidido, simbólicamente y quizás políticamente, con un momento de redefinición ideológica bajo el segundo mandato del presidente Donald Trump.

Durante una reciente conferencia titulada “La administración Trump y los principales desafíos geopolíticos del mundo contemporáneo”, se discutió no solo la declinación de los valores tradicionales en el tejido moral estadounidense, sino también el resurgir de las alianzas religiosas como mecanismo de cohesión cultural y legitimación del poder. La visita del Secretario de Estado Marco Rubio al Vaticano, semanas antes de la elección del nuevo Papa, no puede leerse como un hecho aislado, sino como parte de un rediseño estratégico: el entendimiento de que en tiempos de polarización interna y desafíos globales, el respaldo simbólico de la Iglesia Católica puede ser un capital político de alto valor.

La elección del Papa Leo XIV es, entonces, más que un evento eclesiástico. Representa un giro potencial hacia una sinergia entre el poder espiritual y el poder político conservador. Un Papa norteamericano con sensibilidad latina podría generar nuevas dinámicas con la comunidad hispana en EE.UU., suavizando tensiones previas y fortaleciendo la narrativa trumpista de “América primero” bajo una óptica “cristiana y civilizadora”.

Sin embargo, esta alineación también genera interrogantes legítimas. ¿Hasta qué punto puede un pontífice, por más neutral que pretenda ser, influir en la agenda política de una superpotencia? ¿Es sano para una democracia moderna ver cómo el humo blanco del Vaticano parece encontrar eco inmediato en la chimenea ideológica de la Casa Blanca?

La historia de la Iglesia Católica nos revela siglos de injerencia, negociación y hasta complicidad con imperios. Desde el Sacro Imperio Romano hasta la Santa Alianza, pasando por sus silencios ante dictaduras y su rol en la caída del comunismo, el Vaticano ha sido actor geopolítico más que testigo espiritual. Hoy, en la era Trump, podría estar escribiéndose un nuevo capítulo.

Un Papa americano, una Casa Blanca deseosa de consolidar sus símbolos y un electorado cada vez más desorientado moralmente. ¿Es esta una coincidencia o el retorno de la vieja política sacra, revestida con banderas y sotanas?

El Motín

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