Por Fernando A. De León
Hay piedras como la de Sísifo, que son difíciles de encimarla a lo más alto de una ladera; pero hay otras que siendo piedrecitas o piedrecillas, producen horribles dolores, nos desorientan, y hasta provocan desmayos.
Y no son piedras de la mitología. No, son reales y fastidiosas. Los médicos especialistas suelen llamarlas cálculos. El pasado 30 de junio, promediando las cinco de la mañana, sentí un fuerte dolor en el lado derecho del estómago. Pasado unos minutos, lo sentí debajo del ombligo, y cruzó hacia mí espalda baja.
Sentado, acostado o parado, el dolor me punzaba constantemente. De repente sentí náuseas. Realmente, vomité varias veces. Primero, por la ventana de mi habitación que da al patio (yarda). Como pude, casi a gachas, llegué al sanitario.
Se oyó un fuerte grito gutural, en el apartamento, provocado por el esfuerzo que hice de rodillas y con la cabeza prácticamente dentro de la taza del inodoro. Fue tanto el empuje vómico, que el que me hubiese visto pensaría que iba a dejar mí cabeza en ese recipiente.
No resistí más. Como pude, bajé hacia Broadway. Por suerte, pronto, apareció un vehículo que me condujo a emergencia del Hospital Columbia Presbyterian de la 168, en la misma vía. Aunque no soy un devoto creyente le di las gracias al taxista que, al despedirse, me dijo: que Dios te ayude a mejorar, y que todo salga bien.
Ya en el establecimiento, la espera me pareció prolongada. Me interrogó una doctora sobre qué sentía, y luego de extraerme no sé qué cantidad de sangre, se asomaron dos jóvenes y dijeron que me iban a introducir en el Catscan para ver que tenía. “Con qué saldré” me dije asustado.
Luego de más o menos una hora, se asomó la facultativa acompañada de una intérprete: “Dice ella que fue una piedra que le bajó a su vejiga”, y que no había otra cosa, me dijo. Me sentí un tanto aliviado; por un momento pensé que tenía algún trastorno catastrófico.
Ahora sé lo que sentía Manuel A. Quiroz, otrora jefe de redacción del matutino El Caribe, cuando se les presentaban esos terribles dolores en los riñones. En lo adelante, espero no tener otra piedra renal que me haga pasar las de Sísifo.
*El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.
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