La escuelita de Luciano Civil

Por Valentín Medrano Peña

Muchos suelen olvidar de donde vengo. Hago lo posible por no permitir que eso ocurra. Somos la cocción de lo que fuimos mezclada con nuevos ingredientes que aporta la experiencia, la educación y las interrelaciones, somos un pasado filtrado, la ósmosis de nuestra génesis. Yo soy de Andrés, Boca Chica y eso debería significar mucho para pocos.

Mi comunidad era un pequeño paraje cuando nací por primera vez. Siempre he creído en más de un nacimiento. nacimientos múltiples en una sola vida. Cuando nací no nací con personalidad y conocimientos, solo adquirí vida, así que cada vez que se adicionan estas cosas, que se abren ojos a nuevas cambiantes circunstancias, nazco de nuevo.

Recuerdo que teníamos solo un plantel escolar público para cuando me tocó escolarizarme, uno que funcionaba como escuela diurna con cursos hasta el octavo grado y que se llama aún Vitalina Mordán de Cruz. En la noche funciona el Liceo Andrés Avelino García que imparte docencias desde el séptimo grado al cuarto del bachillerato, cuando al bachillerato se la llamaba bachillerato.

Yo estudié de mañana y me horrorizaba llegar al octavo curso porque en ese mismo momento nacería la problemática de si ser inscrito en un colegio para cuya matriculación no había recursos en mi casa o si pasaría a estudiar en el liceo nocturno con apagones, chicos grandes y groserías incluidas. No estaba listo para ello pero la vida si lo estaba para empujarme.

El octavo llegó y pasó y con ello mi ascenso forzado a adulto siendo aún muy niño. Por suerte me acompañaron muchos de mis compañeros de curso que harían más adaptable la situación.

A poco de estar allí, en medio de una clase de inglés que impartía la profesora Michelle, se posaron unos jóvenes en la puerta, no eran más de seis, más de la mitad portaba banderas que colgaban de un palo de escobas que sujetaban con una mano y que descansaban sobre sus hombros cayendo el lienzo a sus espaldas. Eran dirigentes estudiantiles. La profesora detuvo la clase y salió del aula, y estos ocuparon el lugar entre la pizarra y nosotros. Quien tomó la palabra, luego supe, se llamaba Luciano Civil, era dirigente de una tal Asociación de Estudiantes de Boca Chica (Adesabch). Nos convocaban a una actividad estudiantil para unos días próximos.

Hasta ese momento había estado marginado de la palabra política. Sabía de elecciones por los números que leían locutores en televisión y radio luego de mencionar nombres de provincias del país y los festejos y llantos de ganadores y derrotados, salvo eso, nada.

La Asociación de Estudiantes era como un gobierno para los estudiantes del liceo y se elegía por votaciones. Los mismos grupos que luego descubrí se disputaban en la Universidad Autonoma la Federación de Estudiantes (FED) también lo hacían en pos del pequeño gobierno escolar.

Allí conocí poco antes de partir a la universidad a quien luego fue presidente de la FED, uno también nacido en Boca Chica, el profesor uasdiano Aquíles Castro. Antes que él habían partido los conocidos Freddy Ángel Castro y Nino Peña, y aún esperaba por su graduación quien luego sería un afamado periodista, Pedro Castro, primo de Aquiles.

Recuerdo que fui captado por Luciano Civil para ser miembro de la Adesabch, y no logro recordar como se realizaron las elecciones en que resulté elevado a dirigente. Años después también fui parte del nacimiento del Movimiento de Integración Cultural (Mica) que fundaban el ya periodista Nino Peña, Josefa Castillo quien luego sería tres veces diputada y superintendente de seguros, José Beato, cuatro veces Secretario General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP) y varios valiosos jóvenes de la comunidad.

Luciano Civil fue entre éstos, uno de los más celoso del cumplimiento de las obligaciones. Su disciplina era de viejo ochentón. Su dedicación exasperante y había heredado de su hermano mayor e ídolo Víctor Sinilo; un redimido autodidacta, filósofo insufrible, revolucionario y auto construido lider politico y social; la rebeldía y la capacidad de retratar con certezas las engañosas propuestas de la existencia.

Empero Luciano siempre fue el disciplinador, el cuestionador comportamental, el que se abstenía de ciertos placeres por parecer impúdicos o ser contrarios a la línea trazada para ser el recto revolucionario que un día y por siempre empezó a ser. Su vida siempre fue eso, siempre ha sido eso, un culto al buen proceder.

Este paseo por la historia solo es importante para saberse que los logros son consecuencias de una base anterior, y las razones por las que tener un criterio sobre personas, a las que somos capaces de defender sostenidamente a riesgos de morir.

En días pasados mi comunidad fue atormentada con una información que tomó cuerpo de noticia, el profesor Luciano Civil, quien fuera el estudiante vocero de aquella incursión al aula, y que encabezara la gestión de consecución de la primera biblioteca escolar que fuera donada para el liceo y que yo atendía como primer bibliotecario, quien luego se enlistara como maestro, profesión que ha ejercido por los últimos 28 años, 21 de los cuales ha dirigido la escuela Formerio Rodríguez de las afueras de Andrés, Boca Chica, era acusado de golpear a uno de sus estudiantes menor de edad. La prensa noticiosa se hizo eco del tema.

Fui enterado por sus familiares y otros dirigentes profesorales del hecho. Ellos, tan incrédulos como yo, denegaban de tal posibilidad.

Los días por venir me llevaron ante la fiscalía acompañando a Luciano Civil a enfrentar a sus acusadores.

En el video, pasado por televisión, una abuela acusaba ferozmente a Luciano Civil, al menos eso creíamos ver, de golpear a su nieto y echarlo de la escuela, y al presentarse la misma a sostener su acusación acompañada de dos abogadas especialistas en violencia de género, con el caldo de cultivo de un sistema populista que se ceba de los prestigios para hacerlos saltar y descomponer a las personas y sus historias para dibujar seres espeluznantes y despreciables, el panorama no podía ser más desilusionador.

Al entrar al pequeño cubículo que ocupaba la joven fiscal se introdujo con nosotros un sofocante calor que no abandonó el lugar. El espacio solo permitía dos personas sentadas, y cuatro en total, por lo que yo permanecí de pie, los contrincantes sentados. Una de las abogadas se las arregló para hacer entrar una silla y tomar asiento, haciendo del entrono uno en que los movimientos quedaban proscritos.

Al comenzar su relato, instada por la fiscal, la señora retomó el camino oral recorrido en su noticiosa ponencia, solo que algunos de los elementos esenciales cambiaban.

Sentía cierta ferocidad, hostilidad en el ambiente, y me preparaba para lo peor, Luciano Civil estaba devastado, su sacerdocio y dedicación a la educación maculado por un inmisericorde e inaceptable cuestionamiento, injusto por demás.

Y de repente todo empezó a develarse dejando en claro las intenciones de la quejosa abuela. Con copioso llanto relataba la vida de sus hijos como estudiantes bajo la dirección de Civil, la de sus otros nietos, la de los otros primos de hijos y nietos de otros relacionados. Su dolor, su verdadero dolor y procura, era que este nieto pudiera ser expulsado de la escuela de Civil, o que fuera trasladado, que no volviera a ser dirigido por este, que el milagro que obró en sus hijos y otros nietos estuviera vedado a este conflictuado nieto. Quería que permaneciera en la escuela, quería que estudiara bajo las riendas de Civil, quería que fuera bautizado por su buena dirección

La escena enterneció a todos, Civil incluido, las palabras no dejaron dudas de la intención, -“Todos en mi casa aman a Civil, y mi nieto también lo quiere, porqué hacerle algo así a sabiendas de que él es un niño bueno, que quiere estudiar solo en esa escuela, temo que si lo echan le harán un daño y quizá abandone la escuela por siempre”.

Es difícil retratar aquel momento, las lágrimas no dejaron dudas de la conjunción de emociones. Luciano Civil permanecía estoico, claramente abatido y enternecido, pero aún impávido, hasta que dije lo que realmente siento y creo, ‘que una de las tantas razones por la que la lejanía de mis hijos de la comunidad que me vio nacer se hace más difícil y lamentable, lo constituye el hecho de que están impedidos de acudir a recibir el pan de la enseñanza en la escuela que bien dirige Luciano Civil’, lo que fue suficiente para hacer abrir las compuertas lacrimales del vetusto profesor quien quebrado de la emoción lloró.

El Motín

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