¿Hemos cambiado?

Por Fernando A. De León

La historia y los pasos del hombre provocan los movimientos dialécticos; pero el hombre, en lo inherente a su ser, no está sujeto a los cambios motivados por esa categoría, que incide en nuestro devenir político e histórico.

En otras palabras, la naturaleza sicosocial del hombre no es trastocada por la dialéctica, pero él sí puede transformar ciertos acontecimientos. Queremos significar que los seres humanos y adultos aun cuando residamos en el exterior, no cambiamos nuestro modo de ser o temperamentos, ante otras realidades.

Con este introito queremos significar que es falso aquello de que el hombre (en nuestro caso específico, los dominicanos); suelen cambiar luego de sus andanzas o establecimiento en países plenamente desarrollados.

Por ejemplo, no es cierto que fulano o zutano cambien de proceder en Estados Unidos, y otros países. Se podría tener cierto status o estilo de vida; adquirir otras aristas con respecto al carácter, pero lo que es propio de nuestra personalidad, no cambia. Según los expertos conductuales, nuestras posibles actitudes y aptitudes afloran a los nueve o diez años de edad.

Es decir, que si un individuo manifiesta alguna perversidad para sobrevivir o destacarse en el exterior, ya esa condición la tenía en potencia desde su existencia. En este caso, nos referimos a dominicanos.

Al margen de cualquier síndrome síquico-social que trastorne nuestra conducta por no poseer la debida resiliencia, todo individuo profesional o no, nos mostrará cuáles siempre han sido sus inconductas.

En nuestra sociedad dominicana allende los mares, específicamente en Nueva York, hay personas (camufladas en cierta época en nuestro país), que sabíamos de antemano quiénes fueron y son. Sólo que estaban esperando su turno, para, abiertamente, exhibir las garras de sus corruptelas.

En resumidas cuentas, de estas personas bien sabíamos que eran dadas a las zancadillas, al arribismo y otras desacertadas tareas de amarres de la corrupción. Previamente, estuvimos enterados de sus actos licenciosos.

 *El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.

El Motín

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