Donald Trump no asimila que perdió de Joe Biden.

El trumpísmo insiste en obstaculizar la transición democrática en EE.UU.

Luis M. Rodríguez

En su dinámica, la crisis post electoral de EE. UU. discurre teniendo como centro el ámbito legislativo y bordeando el militar.

La decisión de 12 senadores republicanos de objetar la victoria de Joe Biden en la reunión conjunta de las dos cámaras del Congreso este 6 de enero, es su punto más visible.

La maniobra de este sector extremista republicano liderado por el texano Tex Cruz, aspirante a la presidencia para el 2024, y de mas de 100 republicanos de la Cámara Baja, forzará un voto que cuestionará aun mas la legitimidad del nuevo presidente y que públicamente pondrá en juego la lealtad de los legisladores del partido para con Donald Trump.

Así, lo que es un acto constitucional de pura formalidad consistente en avalar el computo del Colegio Electoral, pasa a ser un escenario de lucha y tensión que marcará la relación de la nueva administración con el Congreso y la pugna interna por el control del partido republicano y la orientación política que ha de normarle en el futuro inmediato.

(Recordemos que para ganar la presidencia no es requisito ganar el voto popular, sí lo es ganar el Voto Electoral. Aun así, para el primero Biden alcanzó 81,2 millones (51.3%) y Trump obtuvo 74,2 millones (46,8%), mientras que para el segundo respectivamente de 306 y 232 votos. En estas elecciones históricas de unos 239 millones de ciudadanos facultados para ejercer el voto, 158 millones lo hizo para un elevado 66%. Esta es la tasa de votación mas alta en los últimos 120 años).

A esto se suma como un factor más de tensión y de consolidación de la base trumpista dentro y fuera del partido republicano, el llamado a movilización a sus seguidores hecho por Trump para Washington DC este miércoles 6 de enero. La pugna legislativa por impedir la ratificación de la victoria de Biden, al mismo tiempo tendrá un militante componente de masas que por su tradición e ideología en algún momento del 6/E se expresará de manera violenta.

Contra este proceder trumpista se ha pronunciado una franja de oficiales electos del partido republicano, entre estos Mitt Romney, senador y excandidato presidencial, quien catalogó como “una estratagema atroz” la de sus colegas partidistas que “amenaza peligrosamente la democracia” en EE. UU.

Sin embargo, hay que observar que el vicepresidente Mike Pencer, quien presidirá la sesión conjunta del Congreso, mediante un comunicado de prensa del pasado sábado dijo compartir “las preocupaciones de millones de estadounidenses sobre el fraude electoral” y alentó a los senadores y congresistas a “plantear objeciones y presentar pruebas ante el Congreso” el 6 de enero.

Este nuevo intento obstruccionista parece que no prosperará, dado que para anular los resultados electorales en uno o varios estados se requiere de un voto mayoritario en ambas cámaras. Esto luce imposible dado que los demócratas tienen la mayoría en la Cámara Baja y en la Alta los seguidores de Trump no lograran el voto mayoritario dada la disidencia de algunos senadores republicanos.

A este complicado momento se adiciona, como factor relevante, la segunda ronda de votación mañana, 5 de enero, en el estado sureño de Georgia. Allí están en juego los dos curules senatoriales actualmente en manos republicanas. Aun y cuando Biden ganó, este es considerado un estado republicano. Su valor político supera su propia geografía. De ganar sus incumbentes se refuerza el poder senatorial republicano, de perder las dos posiciones ambos partidos quedarían con 50 senadores en la Cámara Alta. En tal circunstancia en un empate al momento de votarse el voto de la vicepresidenta decide. Para ver la importancia de lo que se juega en Georgia un solo ejemplo: el Senado tiene que validar unos mil posibles funcionarios de la nueva administración, lo cual seria altamente obstaculizado si el partido republicano supera a los demócratas en Georgia.

Se cree que la desbocada campaña de Trump catalogando de fraudulento el pasado torneo electoral podría desmotivar el voto republicano. Su reciente llamada, sábado 2 de enero, a Brad Raffensperger, Secretario de Estado de Georgia, en momento con tono amenazante, además de buscar revertir los resultados de las elecciones de noviembre expresó su angustia (Trump) sobre la posibilidad de que Davir Perdue y Kelly Loeffer, candidatos republicanos, pierdan si el Secretario de Estado no actuara cónsono a los requerimientos del aun presidente de Estados Unidos. Por estrechos márgenes las encuestas dan como ganadores a los demócratas Jon Ossoff y Raphael Warnock.

Y como si algo mas faltará para exponer la grave situación política que vive Estados Unidos, un grupo de 10 ex secretarios de Defensa ha hecho público un comunicado con sus firmas rechazando el afán de Trump y sus seguidores de cuestionar los resultados electorales de las pasadas elecciones presidenciales y reclamaron al Departamento de Estado y a las Fuerzas Armadas “abstenerse de cualquier acción política”. Subrayan que las transiciones presidenciales “son una parte crucial de la transferencia exitosa del poder”. Amparándose en la Constitución advierten que una intervención militar en un proceso democrático “nos llevaría a un territorio peligroso, ilegal e inconstitucional”. Cinco de los es ex secretarios de estado firmantes ejercieron su función bajo administraciones republicanas.

Adquiere más valor esta declaración dado que Trump y su grupo más duro aun coquetean con la posibilidad de someter a control militar estados que fueron ganados por los demócratas por margen estrecho de votación. No olvidemos los obstáculos en el proceso de transición que se han erigidos entre ramas importantes del Estado y equipos designados por el presidente electo en representación de su futuro gobierno.

Como si se tratara en una de nuestras naciones tercermundistas, a 56 días de las elecciones en Estados Unidos el fantasma de un golpe de estado planea, cual águila, sobre su emblemática Casa Blanca.

 

*El autor es coordinador de Alianza País EE.UU

El Motín

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