Durante meses, los informes sobre combatientes extranjeros en Ucrania señalaban a Corea del Norte como la principal fuente de soldados enviados a apoyar a Rusia. Luego hubo confirmación oficial por parte de ambas naciones. Sin embargo, en silencio, esa balanza está cambiando de forma sorprendente. En el tablero de la guerra en Europa del este, otro país comienza a desplazar a Pyongyang en el papel de mayor proveedor de tropas para Moscú, un giro inesperado que revela tanto la fragilidad de Rusia como la profundidad de sus alianzas autoritarias.
El frente cubano. Lo que comenzó como una invasión regional se ha transformado en una guerra de carácter global, en la que Rusia no solo enfrenta a Ucrania y a sus aliados occidentales, sino que también moviliza a una red de regímenes para sostener el esfuerzo bélico. Entre ellos, Cuba emerge como un actor inesperado: según estimaciones ucranianas, hasta 25.000 cubanos podrían incorporarse al frente ruso, convirtiéndose en la mayor fuerza extranjera en Ucrania, por encima de los contingentes norcoreanos.
Para el Kremlin, la utilidad de esta fórmula es evidente: las bajas de combatientes extranjeros no generan protestas internas, no requieren indemnizaciones a familias rusas y reducen el coste político del conflicto. En un país con más de un millón de bajas estimadas, atraer soldados de ultramar es, además, una cuestión de supervivencia estratégica.
Una fórmula difícil de rechazar. La motivación principal para muchos reclutas cubanos es sencilla: económica. En una isla sumida en una de las peores crisis de las últimas décadas, donde el salario medio apenas supera los 20 dólares mensuales, las promesas de cobrar 2.000 dólares al mes combaten cualquier reparo ideológico. Algunos aceptan los contratos convencidos, otros son engañados con ofertas de trabajo en construcción o fábricas, para descubrir al llegar a Rusia que su destino es el frente de batalla.
Analistas como Cristina López-Gottardi señalan que el atractivo económico es irresistible, pero también subrayan la dimensión política: La Habana obtiene ingresos por remesas de combatientes y consolida su alineamiento con Moscú, presentándolo como un gesto de “revolucionaria lealtad” y, de paso, un desafío simbólico a Washington. Los expertos apuntan a que el régimen busca reforzar su narrativa antiestadounidense, presentando la participación como un acto de solidaridad internacionalista, aunque en la práctica sea una fuente de divisas en tiempos de penuria.
Mercenarios, coerción y globalidad. La presencia cubana se enmarca en una tendencia más amplia: la creciente dependencia rusa de combatientes extranjeros. Según datos de inteligencia, en 2025 casi la mitad de los prisioneros capturados en Ucrania no eran ciudadanos rusos, cuando en 2022 apenas representaban el 1%. Desde africanos reclutados bajo amenazas de deportación, hasta estudiantes engañados con falsas ofertas de empleo en “fábricas de champú”, pasando por norcoreanos enviados como carne de cañón, Moscú recurre a todo un mosaico de soldados forzados o mercenarios.
En este sentido, la aportación cubana no solo fortalece las líneas rusas, sino que amplifica la imagen de una guerra librada por un eje autoritario internacional que incluye a Irán, Venezuela, Corea del Norte y ahora Cuba, compartiendo armas, tecnología y experiencia en un campo de batalla convertido en laboratorio de la guerra moderna con drones, guerra electrónica y nuevas tácticas de combate.
Cuba como blanco diplomático. La implicación cubana en Ucrania no ha pasado desapercibida para Estados Unidos. La administración de Trump ha decidido usarla como argumento central en su ofensiva diplomática contra La Habana en la ONU. Un cable interno del Departamento de Estado, fechado el 2 de octubre, instruyó a las delegaciones estadounidenses a presionar a los aliados para votar contra la tradicional resolución anual que exige el fin del embargo estadounidense sobre Cuba.