Apología al enemigo

Por: Jaime Bruno

La política es un arte, y en esa perspectiva indudablemente la política es transformadora, es un bálsamo para la comprensión de la realidad. La estetización de la política impulsa a continuar avanzando en la convicción de que es posible otro universo, y ciertamente también la política es ciencia porque utiliza métodos científicos que conducen al conocimiento objetivo de los hechos políticos. A pesar de ser una ciudad de superlativos, en New York abunda los escases de los Miguel Ángel, Mozart o Frida Kahlo de la política dominicana.

En las últimas dos décadas, la hegemonía individual y el auge pequeño burgués en la política produjeron diversos cambios en la clase política de la ciudad de los rascacielos: el individualismo se hizo más visible, los artistas de la política se «desideologizaron» y ocurrió lo que es natural, la separación y el ensanchamiento entre los representantes y representados. Esta realidad es evidente cuando analizamos la labor realizada por los diputados del exterior en favor de sus representados ciudadanos dominicanos. La lucha facciosa y el culto al pequeño burgués constituyen elementos que, en diversos grados, cruzan la historia del deterioro de la clase política en la ciudad de New York.

En la actualidad y bajo un escenario político muy distinto al de 20 años atrás, el “liderazgo” político Neoyorquino evade su responsabilidad para con los que residen en el estado de New York y se empecinan en empoderar a la pequeña burguesía de otro Estado de la nación y repetir el mismo error con una representación foránea a la capital del mundo. Esa distancia que se quiere establecer pondrá entre dicho y de forma apática el proceso mismo de representación, de manera y ciertamente la expresión de la posición de los representados será casi nula. En la actualidad la pequeña burguesía constituye la base social en la cual los partidos políticos recluta al personal que ocupa los altos cargos, tanto del Estado como dentro de los partidos políticos mismos. Son conocidas las dificultades analíticas y de desprendimiento hacia la sociedad para considerar a la pequeña burguesía como una clase política social genuina, en gran medida debido a la enorme heterogeneidad de intereses que alienta su ego.

La descomposición de la clase política Neoyorquina forma parte de un proceso espejo mucho más extenso, que presenta particularidades ligadas a la historia política nacional, y que está atravesando por tendencias globales en materia de corrupción. La descomposición, en definitiva, también se ha regionalizado. Las ideologías de cuadro que acompañaron el quehacer político de los años 80, jugaban un papel clave en tanto identificación social de relevancia en los partidos políticos y otras instancias de representación, por lo que esas matrices ideológicas permitían que lo público, bajo la idea de un proyecto, jugara un papel de significación frente a los intereses privados e individuales, ya no es así, ahora impera el empoderamiento con garantías políticas y económicas.

Lo bueno es que esa distancia dependerá de los mecanismos y el esfuerzo del decepcionado liderazgo de los distintos condados de New York que busca impedir una nueva extensión de la nada, de lo mismo con otras caras, y que se esparza hasta alcanzar niveles que ponga entredicho el proceso mismo de la representación, esto es, los vínculos que permiten que los representantes expresen la posición de los representados… y qué mejor vinculo que una representación autóctona del Estado de New York. Nadie quiere volver a otra situación de autonomía relativa a secas de los representantes, que permita que su accionar ya no se rija por los intereses de los representados neoyorkinos.

El panorama que acabo de describir parece que comienza a revertirse, al menos en parte. Los signos inmediatos pueden percibirse en las recientes tendencias, tomas de decisiones totalmente erróneas, manejo torrencial de informaciones, reclamo de transparencia y por supuesto un vínculo de compromiso entre los representantes y representados. Todo esto revela, asimismo, la necesidad de poner fin a la autonomía, la falta de representatividad y la descomposición de los partidos políticos y de la clase política. Verdaderamente es un tanto difícil describir la realidad social y política que nos rodea en la ciudad de New York, las demandas de conformidad y culto al borreguismo empujan a fanáticos a dividir a la gente en bandos enemigos. El unilateralismo egocéntrico es una forma muy poco realista de adquirir seguridad y liderazgo. Un político capaz de hacer siempre lo que quiere no es sabio, y los que siempre son capaces de hacer lo que ese político quiere están locos, quien engaña siempre encontrará a alguien que se deja engañar, de manera que es imperativo para el liderazgo y la comunidad dominicana en New York conocer al manipulador y farsante. El arte de dirigir con engaños no es política, es casi tiranía. ¡El enemigo no está en la gran manzana!

El Motín

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