Una reflexión: El valor de los recuerdos

Por MIGUEL COLLADO

Los recuerdos nos asaltan, nos visitan y se van. A veces los buscamos en lo profundo de nuestra memoria y no aparecen: se diluyen con el tiempo. Son como fantasmas devorados por el olvido. Sí, el olvido es el irreconciliable enemigo de los recuerdos; la amenaza constante de la memoria humana.

Los recuerdos nos permiten tejer la historia personal o familiar, reconstruir escenas esenciales que pueden darle sentido a lo que hemos sido o ayudarnos a encontrar la explicación de la nostalgia que a veces nos asalta, sumergiéndonos o en una sutil melancolía o en una vivificante alegría que nos hace sentir el deseo de volver hacia atrás, de retornar a ese pasado que solo es posible recuperar en nuestra memoria.

¿Acaso por ese indestructible vínculo de los recuerdos con nuestra vida pasada en el plano emocional-afectivo es que se suele decir que recordar es vivir?

Los recuerdos tienen, incluso, su olor particular. Son valiosos depósitos de nuestras experiencias más remotas: desde ese estado de oscura presencia en el vientre de nuestra madre, pasando por ese grandioso momento en que por primera vez sentimos los besos luminosos de un mundo exterior, hasta ese primer instante en que nos estrenamos en el amor, luego de las vivencias infantiles bajo la vigilancia memorable de quienes nos han procreado.

Los recuerdos nos ayudan a mantenernos conscientes de lo que somos, de nuestra identidad. Sin ellos no es posible explicar y entender pasajes de nuestra vida pasada que fueron determinantes en la conformación del ser que hoy somos. Dolorosos o no, agradables o no, dulces o amargos, ellos nos sirven de brújula orientadora para no perdernos olvidando lo que somos, lo que fuimos. Cuando los perdemos, ya dejamos de ser: es como caer en el vacío más total, en la nada.

El Motín

1 comentario

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  • Bonito es recordar, como bien dice Miguel aquí en su escrito; ya que nos permite el don de la identidad, sobretodo, si no tenemos la «virtud» o la quizás la «maldición » de almacenar recuerdos que tenía «Funes el memorioso.»

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