Ciudad en calma por toque de queda.

Un irracional encierro

Por Víctor Garrido Peralta

Después de una prolongada estadía en Asia, hago esta primera entrega a varias semanas de mi retorno. Considerando con prudencia las razones que han llevado al Ejecutivo de la nación a insistir con la malograda metodología de contención del SARS-CoV-2, utilizada por el desgobierno anterior, no logro inferir el fundamento científico de la misma.

En enero pasado, encontrándonos mi familia y yo en Seúl, Corea del Sur, leo el primer reporte sobre un nuevo microorganismo, dando inicio a una revisión periódica de la bibliografía del mismo. A la vez, cotidianamente vivo en carne propia las medidas de control aplicadas en hospitales asiáticos y en la ciudadanía, lo que me obliga a emitir múltiples artículos y videos que fueron publicados en medios nacionales e internacionales.

Es probable que de no haber vivido en el lejano oriente en el momento que surge y se expande el microorganismo, tener un máster en investigaciones médicas de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania, o de no contrastar los resultados occidentales con los asiáticos, probablemente también estuviese corroborando, como la gran mayoría de mis colegas, las medidas que con lamentables consecuencias se han estado aplicando en nuestro país. Estas vienen a ser una distorsionada imagen de las pautas más usadas en Estados Unidos y algunos países europeos.

Desde siempre me ha resultado una barbaridad que se malgaste el dinero del pueblo en publicitar una gestión de gobierno determinada, en lugar de instruir a la población, con mayor razón en tiempo de pandemia; he ahí una de las mayores diferencias de manejo. Los orientales, aún con el éxito de su política de sanidad, mantienen hoy una constante educación ciudadana sobre el virus.

Un errado argumento dado el desconocimiento, es atribuir a la diferencia cultural los resultados positivos de aquellos países, obviando que allí se facilita el cumplimiento de las normativas. Por ejemplo, se marca en el suelo la distancia obligatoria (dos metros) en lugares públicos y privados, se regalan las mascarillas, hay personal responsable de supervisar la ejecución de las reglas, se instalan lavamanos de fácil acceso en los comercios, se toma la temperatura al entrar en toda edificación, incluido su propio domicilio, entre otras medidas.

Asimismo, existen severas consecuencias para quienes no cumplen con los protocolos: en Hong Kong, las multas son de US$5,000 a quien no guarda cuarentena tras ser diagnosticado con COVID-2; en Taiwán, rehusarse a llevar mascarilla en el metro equivale a pagar US$500. Con el abusivo accionar policial favorecemos la propagación de la enfermedad, tirando ciudadanos detenidos en una camioneta, cual ganado, para luego apretujarlos en una celda hasta que paguen la nada transparente penalidad. Si estos no estaban infectados, lo más probable es que a partir de esa traumática experiencia sí lo estén, pues su gobierno lo propició con su mal manejo.

Es incongruente que se paralice un país en el que la generalidad de sus habitantes sobrevive en hacinamiento y cuyo sustento depende de su cotidiano trabajo, especialmente si la causa de ese encierro es un organismo que se transmite vía micropartículas en ínfimas gotas de saliva al estornudar, hablar, toser, cantar y luego tocarse los ojos, la nariz o la boca.

Es tan descabellado como encerrar en un reducido espacio a numerosos tuberculosos con individuos sanos por prolongadas horas, pretendiendo que los no infectados no serán contaminados. Al limitar el tiempo de libre desplazamiento, los ciudadanos confluyen en mayor número en el transporte colectivo, comercios y demás lugares, provocando el amontonamiento que se quiere evitar.

Esta concurrencia también se observa en los centros donde se toman las muestras, a pesar de que la implementación del autoservicio en la realización de estos estudios ha sido favorecida internacionalmente; lo peor es que cuando alguno da positivo, no es inmediata y estrictamente aislado para impedir que transmita el virus de camino a su hacinado domicilio, dando así continuidad al círculo vicioso que el toque de queda ocasiona. En adición, es notorio el incremento de la violencia intrafamiliar, de las enfermedades psiquiátricas y del estrés, el cual ocasiona una disminución de las defensas del cuerpo, algo esencial para combatir el virus.

En definitiva, no es apilando seres humanos saludables con enfermos en sus casas como será contenido el SARS-CoV-2, más bien apartando y realizando pruebas masivas en los sectores que estadísticamente muestran las más altas incidencias. Sin el aislamiento fiscalizado de los pacientes y sus contactos de los catorce días previos a su diagnóstico, no lo podremos lograr.

Es una insensatez aplicar un toque de queda general, el cual provoca en sí mismo aglomeración y constricción económica. Es una insensatez contribuir con el apiñamiento de gente al disminuir el horario de circulación. Es una insensatez permitir que se entre en edificaciones sin que se tome la temperatura. Es una insensatez regalar RD$103 millones a artistas ricos.

Es una insensatez repetir los fallidos protocolos del desgobierno anterior. Son una insensatez los numerosos comerciales del Estado, en lugar de utilizar esas plataformas para educar sobre el microorganismo. Es una insensatez impedir que a esa gran parte de la población que vive de su producción diaria no se le permita desempeñar su labor. Es una insensatez aumentar el precio de los hidrocarburos en medio de una pandemia a sabiendas de que todo sube con dicho incremento, incluida la canasta familiar.

Para concluir, no es con declaraciones que controlaremos la pandemia o reactivaremos el turismo y la economía, es con investigaciones científicas que demuestren la veracidad de lo afirmado por los funcionarios. No es maltratando a nuestros semejantes que incumplen las disposiciones gubernamentales que alcanzaremos a salvar vidas, sino instruyendo, facilitando su cumplimiento y aplicando sanciones severas sin excepciones ni favoreciendo el contagio a los negocios y personas que no se acojan a estas.

“La locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener un resultado diferente”, aunque no es una definición psiquiátrica, se aplica al contexto. Que la luz de Cristo resplandezca y prevalezca en la República Dominicana.

El Motín

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