El 28 de febrero de 1987, la portada de la revista británica New Musical Express mostraba la imagen de un joven negro de pelo largo mirando fijamente a la cámara, con el titular El nuevo príncipe del pop: Terence Trent D’Arby. El entonces desconocido músico acababa de publicar su primer single, If You Let Me Stay, y el interés fue creciendo. Cuando, en el mes de julio, se publicaba el álbum, Introducing The Hardline According To Terence Trent D’Arby, vendió un millón de copias en los tres primeros días y se aupó al número 1 en Reino Unido durante nueve semanas consecutivas. Acabó despachando ocho millones de discos en el mundo, obtuvo un Grammy al mejor vocalista y sedujo a la crítica al mismo tiempo. Se generó un inusual consenso a la hora de validar aquel titular que lo presentó, y que jugaba a compararlo con Prince.
“En mi opinión, Terence Trent D’Arby fue el mejor artista debutante de la segunda mitad de los años ochenta”, explica JuanP Holguera, crítico musical que escribe para Rockdelux. “Su voz era una fuerza de la naturaleza, pero además era un músico completísimo a todos los niveles. Componía, arreglaba y tocaba casi todos los instrumentos, y lo hacía todo bien. Prince era un genio, pero Terence Trent D’Arby no se quedaba atrás. Y cantaba mejor. No se me ocurre ningún otro artista de aquella época que reuniera tanto potencial”.
La familia se mudó a Florida, y allí él se aficionó al boxeo. A los 17 años ganó el campeonato estatal y, posteriormente, se enroló en el ejército. Le destinaron a la ciudad alemana de Frankfurt y le terminaron expulsando por ausentarse sin permiso. En lugar de seguir la disciplina militar, él prefería irse a ensayar con The Touch, la banda local en la que había comenzado a cantar y con la que llegó a publicar un álbum en 1984, Love On Time. Dos años después, se instaló en Londres, donde siguió moviéndose en el mundillo musical, y donde consiguió un contrato discográfico con CBS. Ahí comenzó también a cultivar su propia imagen de marca. Sin sonrojarse, llegó a declarar que su debut era el álbum más importante desde el Sgt. Pepper’s de los Beatles. “Creo que soy un genio. Cuando he de afrontar una entrevista digo lo que siento. Trabajé una época como periodista y conozco el mecanismo que rige el mundo del pop: siempre la misma pose, las mismas preguntas, las mismas respuestas; tópicos y más tópicos. Tremendamente aburrido”, le espetaba a Carrillo.
D’Arby no solo podía presumir de talento musical. También de una belleza física y una presencia magnéticas. Su productor y descubridor para la industria, Martyn Ware (que había tocado con la banda de tecno pop The Human League y había propulsado la carrera de Tina Turner en los ochenta) declaró a The New Statesman que su protegido “era el hombre más guapo del mundo. Cuando caminaba con él por el Soho, las mujeres se paraban y se quedaban mirándolo. Él parecía un Dios, porque tenía ese cuerpo de boxeador y también era muy andrógino. Incluso a los hombres les molaba también”.
En opinión de Ware, llegó un momento en que su arte de manipular las opiniones le comenzó a pasar factura. “Él creó un monstruo. Todo empezó como algo irónico, él entendía cómo funcionaba el negocio de construir una estrella y se convirtió en su propio experimento, pero luego cayó en desgracia con periodistas que estaban extremadamente ansiosos por derribarlo”. En uno de esos combates de boxeo dialécticos, un entrevistador le preguntó qué ocurriría si su siguiente álbum no tuviese tanto éxito como el primero. “Eso es como decirme que qué haría si mi polla se cayera”, respondió él.
Más dura fue la caída
El 23 de octubre de 1989, D’Arby publicó su esperadísimo segundo álbum, con un título aún más pomposo que el primero: Neither Fish Nor Flesh. A soundtrack of love, faith, hope and destruction (“Ni carne ni pescado. Una banda sonora de amor, fe, esperanza y destrucción”). Fue un batacazo descomunal: solo aguantó cuatro semanas en la lista británica, vendiendo apenas 100.000 copias. La crítica también lo vapuleó, aunque con división de opiniones. “Neither Fish Nor Flesh es mi disco favorito de todos los suyos”, afirma JuanP Holguera. “Creo que fue un fiasco no por ser un mal trabajo, sino por sonar demasiado ambicioso. Además, exigía al oyente una predisposición y una atención que quizás no requería el primero. No creo que perdiera el mojo, sino que le perdió la boquita, como se suele decir”.
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