Por Fernando A. De León
En estos días, he sentido nostalgia, y un tanto de depresión, aunque no al extremo. Entiendo que estos malestares y sus complejidades sicológicas, se deben al síndrome de Ulises.
Este síndrome, con un estrés complejo y multifactorial, según leí, fue ideado por un siquiatra español que se basó en los pesares y penurias que sufrió Ulises u Odiseo como migrante, antes de regresar a Itaca; como cuenta Homero en el relato de su obra: la Odisea.
Sin embargo, en mí caso, solo me afecta en lo nostálgico. Hay miles de migrantes mayores de edad con severas depresiones, desempleos y otros tormentos, imposibilitados de viajar a República Dominicana. Podría decirse que están pasando las de Ulises.
Paradójicamente, si no se deja ni una vivienda en el país, y mucho menos hay familias que les acojan en un hogar, el mal se multiplica. De ahí que, contrario a lo que cree la mayoría es más fácil retornar, cuando se tiene algún recurso económico y donde cobijarse. Una gran cantidad quedan atascados en el exterior.
Sumado al estrés y la penosa nostalgia, sus angustias son más mortificantes por ser oriundos de un país como el nuestro, porque ya entrada la senescencia (la adultez de la mayoría de edad), en el Estado-pese a un resonado cambio-, no hay una exacta política de protección a favor de los ancianos.
Virar hacia atrás, les resulta cuesta arriba. Por lo menos, en Nueva York, los más afortunados tienen una existencia menos tormentosa si reciben ayuda de hijos y nietos que residen o nacieron en estas latitudes. Entonces, ¿tendría algún sentido retornar?
De lo contrario, es lamentable que personas ya entrada en edad tengan que sopesar entre si morir en un home (refugio de ancianos enfermos), o aventurarse al retorno sin el menor asomo de una mejor calidad de vida, y una digna vejez.
Aún con sus cuitas, e incertidumbre de cómo terminará su existencia, aunque no sean tratados a cuerpo de rey, en esta metrópoli se les respeta y brinda atenciones. Se benefician de una aceptable alimentación y asistencia médica gratuita, hasta el final de sus días.
*El autor es periodista, miembro del CDP en Nueva York, donde reside.
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