Oscar López Reyes
Embarazoso, incómodo, simulado, fastidioso y desagradable ha sido para la República Dominicana lidiar diplomáticamente con representantes de Haití en el trayecto de casi 200 años, en los cuales han suscrito más de 100 tratados, convenciones, convenios y acuerdos. Ese y otros comportamientos anómalos han sido definidos como “irritante y pernicioso” (1927) por Joaquín Balaguer y “salvaje” (1963) por Juan Bosch.
El aspiracional más sentido y demandado por los más sensatos ha sido el de la confraternidad y cooperación entre dos naciones que ocupan la isla La Española, formada en el Cretáceo, y cuyos moradores más remotos datan de la Era cristiana. Su descubrimiento aconteció en 1492, y la división en dos territorios en 1777.
Las negociaciones sobre pactos/compromisos fronterizos franco-españoles y domínico-haitianos han primado desde el más temprano entretiempo histórico. Las primeras se registraron en 1492 con el Tratado de Santa Fe, y posteriormente el Tratado de Nimega, en 1678 (Holanda); el Tratado de Ryswick, en 1697; el Tratado de Aranjuez, en 1777, y el Tratado de Basilea en 1795.
Las refriegas bélicas de Occidente/Oriente fueron frecuentes e impetuosas, comenzando con la Batalla de Sabana Real de la Limonada (1691), la primera invasión de Oeste a Este (1801), la segunda invasión y el degüello de Moca (1805), la Batalla de Palo Hincado (1809), el quinto tratado franco-español (1814), la tercera ocupación haitiana (1822) y cuatro campañas armadas domínico-haitianas: la primera (1844), la segunda (1845-1849), la tercera (1849-1855) y la cuarta campaña (1855-1856).
Las sangrientas ocupaciones a la parte Oriental, como en Pedernales, Elías Piña, Dajabón y Montecristi; los saqueos y quemas de poblaciones, con más ímpetu en 1892, han reclamado los arbitrajes, en los que han intentado e intervenido el papa León XIII, Estados Unidos, México y otros países de América Latina, con la prevalencia de las convenciones, empezando con la dominico-haitiana de 1880.
A los 22 años (1866) de la proclamación de la República Dominicana como Estado independiente fueron establecidas relaciones comerciales entre República Dominicana y Haití, siendo presidentes José María Cabral y Fabre Geffrand, con el objetivo de que las dos naciones pudieran “vivir en buena armonía” y en una relación “digna del honor nacional”.
Para optimizar esa magnífica gestión, la primigenia convención bilateral entre la República Dominicana y la República de Haití fue rubricada en la ciudad de Santo Domingo, el 26 de julio de 1867, bajo el título “Tratado de paz, amistad, comercio y navegación”.
Bien. Pero, ¿qué sucedió…?
Un mes y ocho días después -3 de septiembre-, las cámaras legislativas dominicanas acogieron y ratificaron el tratado; sin embargo, fue dejado sobre la mesa por el Congreso haitiano. ¿Cuáles fueron las razones?
El presidente Sylain Salnave sabía con exactitud sobre las tratativas del gobierno de Buenaventura Báez (1868-1873) para anexar la República Dominicana a Estados Unidos o, por lo menos, venderle la bahía de Samaná. Esa decisión contravenía el artículo cinco del tratado, y entonces habría obrado en la dirección de proteger su territorio. Efectivamente, el arrendamiento se produjo en el gobierno del general Cabral (1866-1868), y por el oleaje de indignación tuvo que ser suspendido.
En el trecho de 11 años, surcaron dos temporales diplomáticos y comerciales, que trastornaron los calendarios de las dos naciones, más allá de los diferendos fronterizos. El 14 de octubre de 1867, el presidente José María Cabral informó al jefe de Estado de Haití el rompimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales, así como el retiro de su ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario.
Razones: el presidente de Haití, Sylvain Salnave, acogió en su territorio a connotados representantes del expresidente Buenaventura Báez, les suministró recursos económicos y equipos militares, y con estos efectuaron un desembarco armado en Montecristi, con la línea de derrocar a Cabral de la Presidencia de la República.
Otro tropiezo: en 1879, el presidente Sysius Salomón prohibió, unilateralmente, la entrada y salida por puertos haitianos de productos procedentes de República Dominicana, lo que no ocurrió con naciones poderosas que habitualmente avasallaron a Haití, vulnerando los artículos 5 y 6 del tratado de 1874.
Así, los siglos XIX y XX se despidieron y saludaron bajo la presidencia de la República de Juan Isidro Jiménes, quien tuvo que declarar nula la Convención de la Mole San Nicolás de 1899, formular una nueva solicitud de mediación limítrofe del Papa y afrontar un hecho inaudito en la frontera Norte: el intento de desvío del río Masacre.
El 12 de julio de 1901, la Cancillería dominicana gestionó ante el Vaticano la reanudación del arbitraje internacional del Papa sobre la cuestión fronteriza, iniciado en 1895. La Santa Sede respondió que ese no era un tema prioritario para las autoridades, y que tenía que concentrarse en la búsqueda de solución de su acuciante panorama financiero.
Tras suprimir la Convención de la Mole San Nicolás, “por ilícita, leonina y beneficiosa” para Haití, el 17 de junio de 1901, el ministro de Correos y Telégrafos dominicano, Eliseo Grullón, suscribió la Convención Dominico-Haitiana con el encargado de Negocios del vecino país en Santo Domingo, Louis Bornó. En su artículo primero señala que se procederá a una delimitación parcial y a título provisional de la frontera Norte, partiendo de la desembocadura del río Masacre, hasta que se logre un acuerdo definitivo por un arbitraje.
Posteriormente, a la República Dominicana suscribir en México con distintos países de América Latina, el 30 de septiembre de 1904, el Tratado de Arbitraje, los Comisionados dominicanos tuvieron un choque verbal con los haitianos, los que consideraron como parte de su territorio unas islillas dominicanas del río Masacre. Otro fracaso.
Siete años después -1911-, emisarios dominicanos viajaron a Washington con el propósito de suscribir un Protocolo de Ad-referendum con Haití sobre la raya demarcativa, y las desaforadas argumentaciones de los delegados haitianos frustraron los desinteresados propósitos del Padre Santo León XIII.
Por el incumplimiento de la Convención del 17 de junio de 1901 y la imposibilidad de arribar a un arreglo mutuo por cuenta propia, en 1912 los gobiernos de las dos naciones optaron por solicitar el arbitraje del presidente de Estados Unidos, William Howard Taft. La aceptación no demoró.
La petición mediadora tuvo sentido por la influencia determinante de Estados Unidos en los dos países, que operaban en una especie de protectorado financiero y vasallaje. Y el 25 de septiembre de 1912 se arribó a un Modus Vivendi, que perjudicó a ambas partes y benefició grandemente a la metrópolis norteamericana en su estrategia de dominio expansivo de la isla completa, de las Antillas, Centroamérica y el universo.
En el discurrir histórico -desde 1859-, las dos naciones han suscrito más de 100 convenios bilaterales de paz, amistad, buena inteligencia, respeto recíproco; convenciones, arbitrajes, protocolos de regulación laborales y declaraciones conjuntas, que han galvanizado en los trazados de la penumbra. ¿Cuántas y cuáles han sido aplicadas? ¿y las cumplidas, bajo cuáles condiciones?
Paradógicamente, los armisticios (tregua de paz) son los que más han sido cumplidos. Luce que los cerebros de Toussaint Louverture (ocupación militar de 1801), Jean-Jacques Dessalines (incursionista/dominador de 1805), Juan Pedro Boyer (sojuzgador de 1822) y Faustino Souluque (invasor de 1849 y 1855) se han reproducido y perpetuado en las nuevas estaciones de las épocas, con la diferencia de que esta sexta ocupación del siglo XXI ha sido pacífica. ¿Surgirán en Haití líderes con nuevas mentalidades, más respetuosos en la comprensión y menos tozudos?
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