Políticos y constitucionalistas, ¿traidores a la Patria? ( III)

Oscar López Reyes

En la descarga de armas blancas y la retumbante detonación de trabucos, en el entrecruce de balas y el olor a pólvora, miles de humildes y valerosos milicianos lanceros, macheteros, carabineros, fusileros y artilleros pelearon estoicamente en las más enconadas batallas escenificadas para conquistar la Independencia y la Restauración. Y, por sus testimoniales ofrendas patrióticas, se cubren eternamente de gloria, con honores solemnes en las reliquias de estatuas y otros pedestales.

¡Pucha, qué infamia! A los 172 años (1844-2016), en un inaudito contrahecho, flamantes y perfumadas figuras de la vida pública contemporánea: un ex presidente de la República (Danilo Medina Sánchez), un ex canciller (Miguel Vargas Maldonado), miembros del actual Tribunal Constitucional y abogados serían acusados de traición a la Patria, por ser botines de guerra contra la soberanía nacional.

En la mesa del Tribunal Constitucional descansa, pendiente de conocimiento, el acuerdo de prechequeo turístico que los susodichos encumbrados funcionarios pactaron, el primero de diciembre de 2016, con Estados Unidos, que despojaría a la República Dominicana de su soberanía, una ignominia más grave que la Anexión a España, en 1861, y la intervención norteamericana de 1965.

Los que, como cortesanos medievales, osaron, por neoliberalismo existencialista, cobarde lacayismo, entreguismo o ignorante enredo se han involucrado en la referida hojarasca, deberán responderle a la Constitución de la República y al Código Penal.

En su artículo 3, la Carta Magna indica que “la soberanía de la Nación dominicana, Estado libre e independiente de todo poder extranjero, es inviolable. Ninguno de los poderes puede realizar o permitir la realización de actos que constituyan una intervención directa o indirecta en los asuntos internos o externos de la República Dominicana y de los atributos que se le reconocen y consagran en esta Constitución. El principio de la no intervención constituye una norma invariable de la política internacional dominicana”.

Como ejecutoria, el artículo 77 del Código Penal, relativo a crímenes y delitos contra la seguridad exterior e interior del Estado, señala que será castigado a 30 años de reclusión mayor el “funcionario público, agente o delegado del gobierno”, “los que dirijan sus maquinaciones, tramas o maniobras en  perjuicio de la República”, en favor de extranjeros; el que “por medio de tramas y concierto con ellos, procure los medios de facilitarles la entrada en territorio de la República y sus dependencias, o la entrega de ciudades, fortalezas, plazas, puestos, puertos, almacenes, arsenales, navíos o buques pertenecientes a la República”, o “que de cualquiera otra manera atenten contra la independencia nacional”.

Otras condenas pueden ser las denuncias persistentes por los más variados canales comunicativos, los gritos y desprecios en lugares públicos y las protestas frente a las residencias o centros de trabajo de los confabulados con los extranjeros.

Si los dominicanos se descuidan, y no forman un robusto comité anti-prechequeo para reclamar la anulación de esa monstruosidad, se perderá la soberanía del pueblo dominicano y en los aeropuertos habrá que colocar un epitafio:” Descansa en paz Santo Domingo. Bienvenido a la República Yankee”.

Desde el siglo XIX, los Estados Unidos han prefabricado los rivales transcontinentales más encarnizados, en su angurria anexionista/expansionista/colonialista, parapetada en la doctrina Monroe “América para los americanos”, y en su cubierta anti-comunista, particularmente en la cresta de la Guerra Fría.

Los padecimientos y las cubetas de sangre vertidas por millones de seres humanos palpitan sin cesar en la conciencia de sus semejantes, y en el tercer milenio la hiperpotencia -asustada como una gallina de guinea ante las amenazas latentes- pregona otra doctrina: la de la seguridad nacional, que en República Dominicana procura agrandar a través de un prechequeo aeroportuario en el escondrijo de un presunto aumento de los turistas.

Al coronar la unipolaridad o hegemonía unilateral, tras la esfumación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el posterior declive de Rusia desde la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos compite económica/financieramente y se encoleriza ahora con un gigante emergente: la República Popular China que, en la pérdida de superioridad, capea en la escala de tensión con poderosos enemigos del Oriente Medio.

Los gringos privilegian, mirando con anteojos esa conturbada zona del tablero global, la nueva cruzada geoestratégica contra el muy repudiado terrorismo, que engendra dolor y muertes.

El Motín

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