¡No caben más vehículos!

Oscar López Reyes

Oscar López Reyes

Las avenidas, calles y autopistas más transitadas de la capital y las provincias más pujantes de la República Dominicana están repletas de agencias de venta de vehículos nuevos y usados. La 27 de febrero parece que ocupa la supremacía en exhibición de automóviles, que se observan sonrientes en cada mirada.

Marquesinas de residencias de clases alta y media se apretujan con dos y tres carros, y todo jovencito que echa un pedazo de barriga de inmediato aspira a comprar una nave terrestre, por necesidad, pedantería o para adquirir categoría social.

En el 2011, el parque vehicular de nuestro país era de 2 millones 700 unidades, lo que significaba un automóvil por cada 3.4 habitantes, o sea, que demasiadas personas estaban montadas. En el 2022 había 5 millones 463 mil 996 vehículos, de los cuales 2 millones 874 mil 590 eran motocicletas. En el índice de motorización de América Latina, la República Dominicana escala el segundo lugar, superado apenas por Brasil.

Los automotores de ruedas (carros, jeeps, motocicletas, camionetas, autobuses, todoterrenos, volteos, máquinas pesadas, ambulancias, camiones, entre ellos de bomberos) atraen como las abejas a la miel, acomodando a sus propietarios como si moraran en las ciudades comerciales de la época dorada de Roma o el “Siglo de los Santos” (27 a. C-235 d.C).

La mayoría de esos aparatos (el 70%) son de segunda mano y una parte está destartalada, lo que quiere decir que contaminan el medio ambiente. Una proporción tiene motores de seis y ocho cilindros, que gastan torrentes de carburantes. El uso del gas natural, los autos híbridos y eléctricos ni la triplicación de los agentes de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett) ayudan, pero sus sombreros no garantizan el descongestionamiento del tráfico vial. La clave está en no seguir siendo un almacén de desechos de Japón, Estados Unidos, Alemania, Corea del Sur, China y otras naciones.

Pero, en un símil con el soplo de los vientos de guerra, tantos vehículos no caben, definitivamente, en las calles, avenidas y autopistas. No sólo representan pérdidas de tiempo y el consumo de hidrocarburos, sino que, con los embotellamientos, están retorciendo las tripas, hinchando los tuétanos y haciendo caer los pelos de conductores y acompañantes, en episodios cotidianos que emocionalmente dejan a muchas personas hechas un botijo.

Estos soplamocos temporalmente vienen de lejos, resultante de la irresponsabilidad y el populismo. Desafortunadamente, hemos llegado al climax: las calzadas no tienen más capacidad de recepción, y ahí radican los tapones. Esta apreciación se puede comprobar con el desahogo de las vías públicas los días feriados, así como en los países donde se ha dispuesto que los de placas pares circulen un día y los impares en la fecha siguiente.

La lógica plantea la imperiosidad de prohibir, por un largo tiempo, la importación de automóviles nuevos y usados, estos denominados carabelitas, y especialmente los de alto cilindraje, y cumplir estrictamente la Ley 12-01, que justamente proscribe la importación de los de más de 5 años de fabricación.

Terminantemente, la saturación y la urgencia de la racionalización harán volar a otra estación el tiempo para que no abunden los todoterrenos, las jeepetas de lujo, Lamborghini Urus, Maserati, McLaren, Land Rover, Mercedes Benz clase G, Lexus, Porsches Cayenne, Bentley y otros rodantes con los que se burlan las calles llenas de hoyos, a los cercanos y otros ciudadanos.

En su reemplazo conviene que el gobierno traiga más autobuses nuevos para el transporte colectivo, y acelere la construcción de otras líneas del Metro, el Teleférico y el Monorriel. Otra alternativa sería sacar de circulación los carros muy viejos y poner los horarios laborales públicos/privados y escolares entre 7 de la mañana y 3 de la tarde, y desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde.

Con estas obras se evita que prosigamos sintiendo arder la sangre al lucero del alba, mirando estrellas con espinas en los tapones y mordiendo el cordel que genera calambres provenientes de las alfombras de los automóviles; ellas representan un ahorro de divisas en la compra de petróleo y una reducción de la contaminación ambiental. Cierto.

Ahora, los buenos amigos dealers y los también muy cercanos amigos concesionarios sacudidos se preguntarán: ¿dejar de cobrar impuestos en Aduanas y la DGII?, y ¿perder empleos por el cierre de nuestros negocios? La paz ciudadana y el bien colectivo para la mejoría de la calidad de vida de la mayoría están por encima de las utilidades privadas o particulares, así como de las amistades. ¿Estamos?

El exceso de vehículos se ha convertido en agua de cerrajas, y en un fenómeno duro de pelar. En esa cazuela, ¿estamos en un callejón aparentemente sin salida? El presidente Luis Rodolfo Abinader Corona nos ha impactado con su equilibrio, serenidad e inteligencia para afrontar los álgidos impasses/apuros que han sobrevenido en su gestión gubernamental. Este sería otro.

Estando a pocos metros del jefe de Estado, en el salón Las Cariátides del Palacio Nacional, oí diáfanamente sus palabras sobre esta problemática. Refirió en La Semanal del lunes 4 de marzo de 2024 que cuando lee o escucha que en “esta feria de vehículos rompimos récord” en venta “yo no sé si alegrarme, reírme o llorar”. Interpretamos que está consciente de que ya no caben más vehículos, y sutilmente dejó entrever que se trata de una calamidad con derivación funesta para el medio ambiente y la economía nacional.

Más que un barrunto, estamos seguros que la continuación de las importaciones de vehículos nuevos y estropeados arruinará la paz pública: llegará el momentum en que, por los atascos, los de cuatro ruedas no podrán dar hacia adelante, y tampoco hacia atrás…

El Motín

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