Los mendigos y los señores

Ángela Rossó

El individualismo como forma de vida de una mayoría de dominicanos, robustecido gracias al quehacer político, será el obstáculo más grande que encuentre cualquier autoridad que llegue con un programa de gobierno diferente, y pretenda erradicar el acostumbrado; “dame lo mío, merezco el cargo porque soy del partido, ó hago lo que quiero porque este mi gobierno”.

El lunes 27 de mayo en la sucursal principal del Baco de Reservas en San Pedro de Macorís,  presencié lo que podría describirse como una novela titulada quizás “los mendigos y los señores”, los primeros seriamos los ciudadanos normales que hicimos una fila de cinco horas bajo el sol, y los segundo, los beneficiados de este sistema retrasado y demagógico.

Estuve en una fila desde las siete de la mañana hasta la 11: 40 a.m., junto a un centenar de personas de todas las edades; entre ellos pensionados, asalariados y otros que necesitaban realizar alguna transacción.

Cuando ese sol del Este comenzó a calentar,  la gente se cubría el rostro con lo que podía; los más afortunados tenían sombrillas, otros cartones ó con su propia ropa, algunos se guarecían bajo los escaparates de los negocios de enfrente al banco, era calamitoso, pero la necesidad hacia que valiera la pena.

Después de  dos horas en ese lugar, 9:00.a.m. por un momento lamenté no haberle comprado un  turno a un señor que me abordó al llegar, quien aseguró que lo hace de manera regular porque no tiene trabajo, y aunque lo reproché con la mirada, reflexioné sobre el porqué dependemos de una economía informal, en la que cualquier cosa es un empleo.

No acepté  esa propuesta, porque según mi propia convicción no es justo ni para el hombre que intentó vender el turno, porque no es un trabajo digno, pero tampoco lo es para quien no puede pagar para que sea otro quien le haga una fila.

Cuatro horas más tarde 11:a.m., permanecía de pié junto a personas que se les podía leer la agonía en sus ojos, sedientos, hambrientos y que  bebían su propio sudor.

Delante de mí observé una señora que rondaba los 60 años iba acompañada de un hijo, a pesar de su valentía el calor comenzaba hacerle mella, en su mirada vi necesidad, pero también esperanza. Imaginé mi madre y otras personas que quiero en esas circunstancias, y sentí una rabia que me cortó el aliento.

Fantasee en convertirme en el personaje principal de “El Exterminador dos” de Jame Cameron y pedirles cuenta a los guardias que cuidaban la puerta, entonces  pensé en que ellos solo reciben orden para dejar pasar a la gente del partido que haciendo gala de sus posición o amistad con algún empleado, bajan relajados de sus vehículos y solo tienen que anunciarse para que le dejen pasar, ó por el contrario, sale a recibirle algún seguridad de la institución.

A simple vista nadie que tenga un amigo en el Banco de Reservas en San Pedro de Macorís, necesita hacer una fila, privilegiados en buen estado de salud física, con la única condición moral de ser privados de sentimientos y de respeto por nadie que no sean ellos mismos.

Una de las aptitudes que más me molestó y que llamó mi atención fue la resignación de la gente, miraban  aquello como quien espera un favor, me dirigí varias veces a las personas que me antecedían para preguntarles porque aceptaban que le pasaran a otros por encima de ellos, y la respuesta era un “que se le va hacer”.  ¡Pues no!, no podemos continuar así, algo habrá que hacer, no creo que sea fácil, pero tampoco imposible.

Para que mi día fuera aún más desgraciado, tuve que escuchar una conversación telefónica de un dirigente demagogo, que le avisaba al candidato a senador de la provincia sobre la tragedia de una “compañerita” en el municipio de Consuelo, a la que se le quemó la casa, y le advertía sobre la importancia de presentarse al lugar como el salvador de esa familia, ¡claro, con cámaras! para gravar el “favor” y colocarlo en todas las redes sociales, “así la gente verá en usted un hombre solidario”.

¿Cómo puede la gente resguardar su salud en medio de una crisis sanitaria como la generada por el Covid 19, si para algo tan simple como comprar un impuesto, ó cobrar su pensión en el caso de los adultos mayores, deben exponerse a tales abusos?.

Esa enajenación a la capacidad de reaccionar ante la vulneración de los derechos ciudadanos, es el resultado de las dadivas estatales, llamadas programas sociales, un chantaje para mantener callada a un segmento de la población que ve en esos centavos su salvación.

¡No podemos seguir así!

El Motín

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